martes, 22 de abril de 2014

El futuro del sindicalismo obrero



La proximidad del 1 de mayo, fiesta del trabajo, puede ser aprovechada para reflexionar sobre el futuro de los sindicatos en un mundo fuertemente terciarizado, tecnificado y desideologizado. Incluso esto vale para los países pobres y empobrecidos, donde la mayor parte de la población está llenando las ciudades para malvivir de una economía sumergida y poco productiva.

La pérdida de contingentes en el sector secundario de la economía, el más combativo, el de los “cinturones rojos” de las ciudades industriales, es un factor a tener en cuenta. Los trabajadores del sector terciario no suelen estar concentrados en grandes centros de trabajo, sino dispersos, y suelen gozar de un aparente nivel de vida que les hace sentirse fuera de ese conglomerado que se llamó hasta hace unas décadas “clase obrera”. Vana ilusión, pues la precariedad en los empleos es cada vez mayor, los salarios están estancados cuando no han perdido poder adquisitivo y el capitalismo internacional está bien anclado en las instituciones (FMI, Banco Mundial, “Troika”, etc.). Por si ello fuese poco la deriva moderantista de los partidos socialistas ha defraudado a muchos que viven en la indigencia, con bajísimas rentas, sufriendo desigualdades lacerantes. Los partidos socialistas han preferido captar el voto “centrista” con políticas guiadas por tecnócratas que no suelen tener la sensibilidad política y social necesarias.

Los sindicatos se han burocratizado al extremo: ello es lógico aunque no bueno. Ahora no es extraño ver a un dirigente sindical discutir medidas económicas concretas con gobiernos conservadores (o socialistas). Creo que no es misión de los sindicatos, sino discutir el modelo de sociedad y de desarrollo en su conjunto, globalmente. El actual modelo –el capitalista- ha demostrado una gran eficacia para generar riqueza, pero ha demostrado también que propende a que se distribuya dicha riqueza tan desigualmente que clama al cielo. Desigual reparto de la riqueza en una ciudad o región, en un país y a escala internacional, donde los países pobres y empobrecidos han visto agrandar su miseria en beneficio de unos cuantos miles de corporaciones financieras, industriales y comerciales.

La desideologización de la sociedad –más en los países desarrollados que en los menos- es un factor a tener en cuenta: no se habla hoy de que la sociedad está dividida en clases antagónicas, que defienden intereses distintos. Ello es debido a causas objetivas: desde los años cincuenta amplias capas de las poblaciones europeas y norteamericanas se incorporaron al “estado del bienestar”, pero ello, que tenía que ser un medio, se ha convertido en un fin. El estado del bienestar es tan destructible como cualquier otro sistema que ha existido, máxime cuando ha sido el resultado de un pacto entre los partidos socialistas y socialcristianos en la mayoría de los casos. En dicho pacto han colaborado los sindicatos cuando eran fuertes, pero ahora los sindicatos solo plantean conflictos al Estado, casi nunca a la patronal privada.

Es cierto que el sindicalismo, hace un par de décadas, no tenía la misma fuerza y significado en unos países que en otros. Valgan los siguientes datos:

% de sindicación                                        países                                                           
80-90                                                            Finlandia, Suecia
70-80                                                            Bélgica, Dinamarca
60-70                                                            Austria, Luxemburgo, Noruega
50-60                                                            Australia, Irlanda, Italia, R. Unido
40-50                                                            Alemania, Nueva Zelanda
30-40                                                            Canadá, Grecia, Japón, Francia, Suiza
15-30                                                                                                                         España, Estados Unidos, Portugal

El sindicalismo estadounidense ha sido siempre más “amarillo” que el europeo; el nórdico siempre más fuerte y coherente que el meridional; ha habido un sindicalismo de “acción directa” y otro más partidario de la negociación. Pero ahora no interesa tanto esto cuanto plantearnos si el sindicalismo obrero va a tener fuerza, en el futuro, para movilizar a los trabajadores (que están defraudados, desideologizados, engañados…), si se va a atrever a convocar huelgas generales o siempre penderá sobre sus direcciones el temor al fracaso, si hay ideas nuevas sobre un sindicalismo que responda a las nuevas relaciones laborales que, desgraciadamente, son ahora peores que hace una década.

Creo que un compromiso de los partidos socialistas (en el más amplio sentido del término) con los sindicatos obreros se hace más necesario que nunca; incorporar a estos a la acción de gobierno, ir de la mano en todo lo que se pueda y discutir en términos políticos (no exclusivamente técnicos) los diversos problemas que tiene planteada nuestra sociedad. La legislación laboral debe de ser cambiada para hacer más eficaz la acción de los sindicatos, atados como están a contratos precarios donde toda combatividad es quimérica.

L. de Guereñu Polán.

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