La proximidad del 1 de mayo, fiesta del
trabajo, puede ser aprovechada para reflexionar sobre el futuro de los
sindicatos en un mundo fuertemente terciarizado, tecnificado y desideologizado.
Incluso esto vale para los países pobres y empobrecidos, donde la mayor parte
de la población está llenando las ciudades para malvivir de una economía
sumergida y poco productiva.
La pérdida de contingentes en el sector
secundario de la economía, el más combativo, el de los “cinturones rojos” de
las ciudades industriales, es un factor a tener en cuenta. Los trabajadores del
sector terciario no suelen estar concentrados en grandes centros de trabajo,
sino dispersos, y suelen gozar de un aparente nivel de vida que les hace
sentirse fuera de ese conglomerado que se llamó hasta hace unas décadas “clase
obrera”. Vana ilusión, pues la precariedad en los empleos es cada vez mayor,
los salarios están estancados cuando no han perdido poder adquisitivo y el
capitalismo internacional está bien anclado en las instituciones (FMI, Banco
Mundial, “Troika”, etc.). Por si ello fuese poco la deriva moderantista de los
partidos socialistas ha defraudado a muchos que viven en la indigencia, con
bajísimas rentas, sufriendo desigualdades lacerantes. Los partidos socialistas
han preferido captar el voto “centrista” con políticas guiadas por tecnócratas
que no suelen tener la sensibilidad política y social necesarias.
Los sindicatos se han burocratizado al extremo:
ello es lógico aunque no bueno. Ahora no es extraño ver a un dirigente sindical
discutir medidas económicas concretas con gobiernos conservadores (o
socialistas). Creo que no es misión de los sindicatos, sino discutir el modelo
de sociedad y de desarrollo en su conjunto, globalmente. El actual modelo –el
capitalista- ha demostrado una gran eficacia para generar riqueza, pero ha
demostrado también que propende a que se distribuya dicha riqueza tan
desigualmente que clama al cielo. Desigual reparto de la riqueza en una ciudad
o región, en un país y a escala internacional, donde los países pobres y
empobrecidos han visto agrandar su miseria en beneficio de unos cuantos miles
de corporaciones financieras, industriales y comerciales.
La desideologización de la sociedad –más en los
países desarrollados que en los menos- es un factor a tener en cuenta: no se
habla hoy de que la sociedad está dividida en clases antagónicas, que defienden
intereses distintos. Ello es debido a causas objetivas: desde los años
cincuenta amplias capas de las poblaciones europeas y norteamericanas se
incorporaron al “estado del bienestar”, pero ello, que tenía que ser un medio,
se ha convertido en un fin. El estado del bienestar es tan destructible como
cualquier otro sistema que ha existido, máxime cuando ha sido el resultado de
un pacto entre los partidos socialistas y socialcristianos en la mayoría de los
casos. En dicho pacto han colaborado los sindicatos cuando eran fuertes, pero
ahora los sindicatos solo plantean conflictos al Estado, casi nunca a la
patronal privada.
Es cierto que el sindicalismo, hace un par de
décadas, no tenía la misma fuerza y significado en unos países que en otros.
Valgan los siguientes datos:
%
de sindicación países
80-90 Finlandia,
Suecia
70-80 Bélgica,
Dinamarca
60-70 Austria,
Luxemburgo, Noruega
50-60 Australia,
Irlanda, Italia, R. Unido
40-50 Alemania,
Nueva Zelanda
30-40 Canadá,
Grecia, Japón, Francia, Suiza
15-30
España,
Estados Unidos, Portugal
El
sindicalismo estadounidense ha sido siempre más “amarillo” que el europeo; el
nórdico siempre más fuerte y coherente que el meridional; ha habido un
sindicalismo de “acción directa” y otro más partidario de la negociación. Pero
ahora no interesa tanto esto cuanto plantearnos si el sindicalismo obrero va a
tener fuerza, en el futuro, para movilizar a los trabajadores (que están
defraudados, desideologizados, engañados…), si se va a atrever a convocar
huelgas generales o siempre penderá sobre sus direcciones el temor al fracaso,
si hay ideas nuevas sobre un sindicalismo que responda a las nuevas relaciones
laborales que, desgraciadamente, son ahora peores que hace una década.
Creo
que un compromiso de los partidos socialistas (en el más amplio sentido del
término) con los sindicatos obreros se hace más necesario que nunca; incorporar
a estos a la acción de gobierno, ir de la mano en todo lo que se pueda y
discutir en términos políticos (no exclusivamente técnicos) los diversos
problemas que tiene planteada nuestra sociedad. La legislación laboral debe de
ser cambiada para hacer más eficaz la acción de los sindicatos, atados como
están a contratos precarios donde toda combatividad es quimérica.
L.
de Guereñu Polán.
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