Las Elecciones al Parlamento Europeo están a la
vuelta de la esquina. En el escaso debate existente están sobre todo cuestiones
locales de cada estado y todas aquellas medidas desagradables que los gobiernos
pueden cargar a “los burócratas” de la UE. Craso error, los ciudadanos nos
jugamos mucho más con los resultados.
Yo creo que una buena aproximación a la decisión
de votar, y que o a quien votar, en las ya inminentes Elecciones al Parlamento
Europeo sería la misma con que cualquier
persona afronta un negocio: cuál es la inversión y esfuerzo necesario, que
objetivos lograr y que beneficios se esperan de ellos.
Este negocio, que
empezó con 6 Estados socios en 1957, con el Tratado de Roma, hoy tiene 28,
regidos por el Tratado de Lisboa de 2009, y somos beneficiarios, o sufridores,
más de 501 millones de ciudadanos. Tenía, y aún tiene, un objetivo principal,
en apariencia simple: evitar que siguiéramos matándonos. La
historia de esto que llamamos Europa, geografía, estados, personas con sus identidades, etc., ha sido, hasta
hace muy poco y durante miles de años, la historia de las guerras y batallas
libradas en su territorio para que una parte de sus habitantes pudiera dominar
al resto; durante siglos, en nombre de sus dirigentes, o de sus religiones, o
de su “superioridad” de raza o cultura, algún colectivo ha iniciado la matanza
de otros colectivos diferentes para someterlos por la fuerza. Por el momento el
objetivo se ha alcanzado razonablemente bien.
¿Qué nos cuesta a
cada ciudadano europeo en 2014, la, según los más críticos y opuestos al
proyecto UE, costosa y pesada burocracia de la Unión?
Con los presupuestos
aprobados 0,71 €/día. Sí, 71 céntimos. Como hace falta perspectiva comparemos
la cifra con la de Xunta, también según presupuestos del presente año serán 10,
25 €/día a cada uno de los 2,7 millones de gallegos. O sea cuesta menos que un
café o 3 cigarrillos al día.
¿Qué ha significado,
al menos hasta hace poco, ser ciudadano europeo?
Hoy día el ámbito de
la Unión Europea es el espacio del mundo
donde se goza de un mayor grado de libertad y se disfruta de un estado de
bienestar aceptable por la mayor parte de sus ciudadanos, no existe ningún Estado o conjunto de Estados
que supere esto, es decir todas las alternativas de organización política hoy
vivas dan peores resultados, que los que da la actual alternativa U.E.
Cierto es que, las
entidades dirigentes de la UE, Consejo, Comisión, Tribunal de Justicia, BCE y, en algo menor medida, el Parlamento, al
socaire de la crisis han promovido, e incluso exigido, sacrificios que están
deteriorando el Estado de Bienestar, pero que no es menos cierto que la
relación de fuerzas existentes en esas entidades es fruto de elecciones
democráticas, que colocan al frente de los gobiernos de los Estados partidos que
imponen, por mayoría, sus orientaciones políticas.
Que del deterioro de
la situación de muchos ciudadanos se culpabilice a “los otros socios”, hace que
reverdezcan populismos y nacionalismos, similares a los que llevaron a la
necesidad de la elaboración del primer tratado, origen de la actual UE, no
puede hacernos olvidar que en democracia las mayorías deciden, incluso si están
equivocadas. En esta empresa, de 501 millones de accionistas, es razonable que
sea más fácil alcanzar mayorías por quien gobierna a más de 80 millones de
ciudadanos que quien lo hace a 47, o, solo a
3.
El Parlamento que se
va a elegir va a tener mayor posibilidad de influir, en las nuevas decisiones
de los entes europeos que han venido marcando el rumbo de las políticas
económicas y sociales, a pesar de que su aval democrático es menor que el de la
Cámara parlamentaria, incluso la mayoría resultante será decisiva en el nombre
del presidente de la Comisión.
La fallida
Constitución Europea llegaba algo más lejos, pero los adversarios de una Europa
mejor avenida (Multinacionales, USA, iglesias varias, nacionalismos mal
entendidos e ideologías excluyentes) consiguieron atrasar y limitar los pasos
de integración, al menos en el ritmo.
Así pues, si se quiere
influir en quien pone los denostados deberes y recortes, o, alternativamente, incentivos
que impulsen economía y bienestar, y sobre todo en evitar volver a tiempos de
batallas con los vecinos, aun cuando sea
a medio o largo plazo, el participar y acertar en quien se encarga,
parece un ejercicio de mera supervivencia con cierto grado de confort.
Isidoro Gracia
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