lunes, 28 de abril de 2014

El látigo nogayo

Parece evidente que hay una clara política de orden público (o desorden) que se distancia cada vez más de la que se practicó durante los gobiernos socialistas en España. Contra los inmigrantes, contra los manifestantes, contra los que practican la violencia callejera, contra todo aquel que protesta... 

El actual ministro del Interior parece ser un devoto del Opus Dei, agrupación religiosa y grupo de presión de gran predicamento durante el franquismo en España. Pero este franquismo no ha desaparecido del todo en nuestro país, de lo contrario no se explicarían los buenos resultados que suele cosechar el Partido Popular en las elecciones (pierda o gane). Obviamente no todos los votantes del Partido Popular son franquistas, pero estos, unidos a los otros, hacen un importante número. 

La idea de "orden" en sí misma no es buena ni mala y puede ser mala si no va acompañada de otras ideas como la de justicia y equidad, proporcionalidad, etc. El ministro del Interior tiene muy arraigada la idea de orden sin más, por eso ha dado instrucciones muy claras y severas para que las fuerzas de orden público actúen con una dureza a la que ya nos habíamos desacostumbrado. Cada vez son más los casos de malos tratos, violencias entre policías y manifestantes, abusos contra pacíficos ciudadanos que protestan (dejo aparte ahora a los que se manifiestan violentamente). 

La legislación que se pretende sobre derecho de huelga y manifestación, las prácticas abusivas de las fuerzas del orden -que no hacen sino lo que se les ordena- la puesta al mando de delegados del Gobierno que tienen una mentalidad ordenancista y no democrática (como es el caso de la delegada del Gobierno en Madrid) el mismo personal del que se ha rodeado el ministro, que le es fiel como cabe esperar en sus aspiraciones de embrutecimiento general, contribuyen a que tengamos la apreciación cierta de que se ha optado no por una politica de orden público de la convivencia, sino por la política de orden público de los zares, con sus látigos nogayos. 

Ya el ministro fue Gobernador civil de Barcelona y allí se empleó a fondo contra las manifestaciones de estudiantes y trabajadores de todos los ramos; no tuvo contemplaciones y siempre estuvo al quite de cualquier intento de protesta democrática. No va con el ministro que la gente disienta; quiere uniformidad, como en el Opus Dei. Poca obra de Dios parece esta, como nula contribución a la democracia es tratar a los manifestantes como si fuesen delincuentes. Aparte está el tema de la inmigración, que el ministro ve como un acto criminal o poco menos. Ha tenido que rectificar varias veces ante evidencias innegables, pero tengo para mí que es persona peligrosa: si no se le aparta del poder cuanto antes (quien puede ahora o los electores más tarde) los problemas que tenemos irán en aumento. Los látigos nogayos iban bien a aquel consejero del zar Nicolás cuyo nombre no recuerdo porque es muy raro y largo, pero no a la muy martirizada democracia española, que creo merece otros modales. 

L. de Guereñu Polán.

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