La política es el arte de hacer posible lo que anhelan
los más sin detrimento de los menos, en orden a una convivencia armónica y con
equilibrio de intereses. Es por ello una
de las tareas más nobles que puede profesarse.
En la que, lo que mas honra al sujeto de la misma en democracia, (sin
democracia no es política, es otra cosa) es convertirse en el depositario del consentimiento
y la confianza de sus conciudadanos. Ser custodio de la administración y defensa de sus derechos,
anhelos y opiniones en orden a lo mejor
para la comunidad. Es uno contrato por tiempo pautado basado en la mutua
confianza y necesariamente revocable cuando el mandante, pierda la confianza en
el buen hacer del mandatado.
Por ello poner en tela de juicio gratuitamente la piedra angular de la democracia
representada en este aspecto crucial de la misma es banalidad, y hacerlo de
forma generalizada es frivolidad peligrosa.
Ahora bien que existe una casta política tomando la
adjetivación peyorativamente es un hecho. Dentro del conjunto de la clase
política, -ciudadanas y ciudadanos que se dedican a servir al común aportando
su mas leal saber y entender, con probidad y decencia-, se hallan
enquistados parásitos, especuladores,
vividores, ladrones y managantes que
ensucian y pudren la vida política y la democracia. Seres indignos que a lo
largo de décadas se perpetúan a costa del erario público en una vida muelle en
la que la última de las preocupaciones es el bien común. Que son una casta y se
producen como una casta.
Es intolerable en un país sumido en una crisis severa
y que solo tras los espejuelos ministeriales se ven crecer los brotes verdes
con la exuberancia de la flora
amazónica, sea tan ingente el número de bocas colgadas de las exhaustas ubres
del presupuesto pervirtiendo el oficio del mismo como nivelador de
desigualdades y preservación del bien
común en alimento de la voracidad rapaz de unos cuantos.
¿No seria mas oportuno de analizar en las listas
municipales, que el Sr. Rajoy intenta con desvergonzado desparpajo manipularlas
para servirse de la ley electoral en aras de conjurar un previsible naufragio de
sus intereses electorales, si realmente no es posible limitar el numero de
componentes de las mismas racionalizándolas y reagrupando el exceso de términos
municipales?... Liquidar de una vez las corporaciones provinciales y revisar la
utilidad social de todos esos apéndices de la administración publica que
emboscan paniguadas y paniguados cuyo único acto mensurable es el cobro de sus mercedes
sin el menor pudor ni la menor contraprestación.
Son la administración paralela, y la que convierte a
la administración profesional en victima por extensión de ataques y recelos. Aquellos que pululando
en los predios de lo público lo vampirizan y contribuyen a lo postre en
convertirlo en secano entregando sus actividades al suculento negocio de buitres
y especuladores en detrimento de la ciudadanía, la que presuntamente prevé amparar
la Constitución.
Son esa casta los que vomitan exabruptos. Los que se ensañan con los débiles. Los que mas allá de ignorarlos en su demandas se refocilan en despreciarlos. Los que sin decoro muestran su autentica fisonomía. Claro que es casta, y lo muestran por vía de ejemplo, afirmando “vengo a la política para enriquecerme” (Sr. Zaplana), “que se jodan los parados” (Andreita Fabra), “las victimas buscan a sus deudos porque hay dinero por medio” (Sr. Hernando)…y asi una retahíla de infame incontinencia hasta las ultimas babosadas machistas del alcalde de Valladolid…
Una casta, en su inmensa mayoría con color determinado
y ornitología concreta. Una casta con personajes de impúdica chulería que les
hace pasar por las entidades crediticias robando a mansalva, comprometiendo la economía
de España, saqueando a miles de familias y seguir alardeando su impunidad por
la “buena sociedad”, o sea, lo más cutre de ella, entre aplausos y risas. Una
casta que denigra las más altas instituciones del estado entrando y saliendo de
consejos de administración de entidades que con su actuación como máximos
responsables ejecutivos del país favorecieron y habilitaron en sus intereses.
Una casta parasitaria que amparada en presuntos derechos de un presunto Dios y una presunta historia de
familia se aferran como garrapatas para succionar su parte del botín con
derecho de pernada hereditaria. Una casta que se perpetúa en apellidos y
familias, heredando igual una Diputación que un Pazo adquirido bajo el chantaje
del terror.
Claro que son una casta, Una casta que enseñorea desde
hace años los resortes calves de la política, la comunicación, la banca, la
economía, sectores estratégicos del
pulso de la nación…No son la clase política. Son los corruptos depredadores que nos roban
el presente y el futuro. Los que de la política prostituyen su casto nombre. Las
termitas que socavan nuestra democracia…Si algo queda por socavar…
Y a esta fauna casposa, encima les molesta que les
llamen casta…Joder que tropa… (Sr. Conde de Romanones dixit)
Antonio Campos Romay
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