miércoles, 8 de octubre de 2014

Cuando los ladrones se hayan ido

No hay por que pensar que la actual situación de corrupción generalizada que vive la sociedad española desde hace unos años (durante la dictadura el mismo régimen era la corrupción encarnada) va a durar siempre. Alguna vez tendrá que terminar y volver a un país asumible en esta materia, donde la delincuencia, el mal, el egoismo, existan pero no en el grado que ahora sufrimos. Digo corrupción generalizada no porque considere que nadie se salva, sino porque, en términos absolutos, es tan grande el número de empresarios, deportistas de "elite", responsables púbicos, banqueros, cuadros medios, sindicalistas, periodistas, etc. que están incursos en casos de currupción, que a la mayoría de la población se le hace irrespirable el ambiente, aunque no reaccione en muchos casos como debiera. 

Una vez leí un libro titulado "Eichmann en Jerusalén", cuya autora es Hannah Arendt en el que se trataba el concepto de banalidad del mal. Aprendí de ese libro que el malvado, el delincuente empedernido, el criminal profesional, el genocida, puede llegar a ver normal lo que hace y por lo tanto no tiene conciencia de que sea malo, sino que es lo que debe de hacer y, en todo caso, los males que ocasiona son una necesidad de la misma coexistencia. ¿Hasta que punto los nazis fueron conscientes de las monstruosidades que cometían? Porque si fueran conscientes como lo somos nosotros ahora ¿podrían soportarlo? ¿podrían sobrevivir? Arendt plantea la posibilidad de que para soportar aquellas atrocidades sus ejecutores no eran conscientes del enorme daño que causaban (lo cual no les exculpa en absoluto). Consideraban que formaba parte de la normalidad.

Los muchos sinvergüenzas que pululan por nuestro solar patrio deben de tener algo de aquel comportamiento conciencial del que habla la autora citada, porque de lo contario ¿como se explica la desfachatez en la comisión de delitos tan graves? robar a manos llenas, hurtar, engañar, aprovecharse de puestos de responsabilidad para enriquecerse, arruinar entidades de crédito, arruinar a miles de trabajadores por la mala gestión de las empresas, evadir impuestos, blanquear dinero obtenido ilícitamente, recurrir al crimen con la facilidad con la que se come cada día o con la que se habla en cada momento. 

Hay una nómina de políticos, empresarios, banqueros y otros que ya es lo suficientemente pestilente, lo suficientemente deplorable, como para que aspiremos a que, alguna vez, los ladrones se hayan ido. ¿Como es posible que un Presidente de la Generalitat catalana haya estado en la comisión de delitos monetarios y fiscales durante más de treinta años si no a banalizado el mal, si no se creía por encima de la ley, si no consideraba normal lo que hacía? ¿Como es posible que exministros como el señor Rato se hayan prestado a tanto despojo, a tanta mezquindad, a tanta sinvergüencería? ¿Y como es posible que desde las instancias del poder político, desde las instancias de las más altas magistraturas del Estado, se haya sido benevolente con ellos? Puede que porque han llegado a banalizar el mal. El mal no es tan malo, el mal es la norma, lo debemos asumir como viene, sin más, sin preocupaciones morales, el caso es prosperar materialmente, no dar cuenta, ocultar, defraudar, robar a manos llenas...

Cuando los ladrones de hayan ido -me resisto a creer que los ladrones sigan por más tiempo- el país podrá empezar una nueva etapa de su ya larga andadura como sociedad. Entonces podrán volverse a poner en valor la educación, la moral pública, la "virtú" de la que hablaban las mujeres y los hombres del Renacimiento; entonces nos habremos desprendido del asco, de la náusea, habremos salido al campo límpido de la mañana y podremos volver a respirar aire más o menos puro. 

L. de Guereñu Polán.

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