Recurriendo a cualquier
fuente documental constatamos que el término “república bananera” es forma
despectiva de calificar un país bien sea por su inestabilidad política o padecer
un gobierno fraudulento o dictatorial. También tiene una acepción que se nos
hace más próxima. La que refiere países empobrecidos, donde la corrupción es
moneda corriente en los actos cotidianos, hay menosprecio a las leyes o las
empresas o poderes financieros foráneos
dictan conductas a los gobernantes locales…Conviene no olvidar que cuando tal
servidumbre política se produce e intenta paliarse aludiendo a hipotéticos
cambios favorables o un presunto crecimiento económico, lo único que acontecen
son problemas de toda índole.
Que muchas españolas y
españoles lleguen a caer en la melancolía de sentir que moran en un país de
tales características no parece difícil Cada mañana la ciudadanía se
escandaliza con un nuevo caso de corrupción. Y lo hacen con el razonable temor
de que el día siguiente pueda ser todavía peor…Se flagela el pudor de quienes
consideran su país un espacio de dignidad y donde el estado de derecho preside
la convivencia. Esa misma ciudadanía es consciente tanto de que
las indignidades descubiertas pueden ir en aumento, que las tropelías no
remiten, como que la impunidad acogerá bajo su manto a cuanto canalla haya saqueado lo público y
pisoteado los derechos del común.
Contemplar el elenco de
mangantes que robaron en mayor o menor grado, por vía de ejemplo, el dinero de
una entidad crediticia madrileña lleva al desánimo extremo… Solo el tango
“Cambalache” podría poner letra a la canción triste de Bankia, donde representantes
de la derecha, la izquierda, los sindicatos,
la patronal…se refocilaron en el lodazal de las tarjetas
negras….Ciertamente no es justo decir que por extensión los partidos o
sindicatos orgánicamente sean agentes activos del desafuero…Pero por omisión es
grave su pecado. Las reacciones tienen diversos grados dentro de las líneas
generales que condenan a los corruptos…Es de agradecer no optaran por recurrir al sempiterno “y tú más”
y la exoneración del propio ante el ajeno…
La corrupción es causa
directa de la pobreza de los pueblos y suele estar en el origen de sus
desgracias sociales. Genera una casta de adinerados espurios en un país
duramente devaluado y empobrecido, pese a lo cual, sigue siendo saqueando. Una
gran mayoría de las empresas más poderosas, por serlo, se siente ajenas en gran
medida al esfuerzo tributario. Muchas grandes fortunas tienen a gala escurrir
sus obligaciones con el fisco. Y cuando llega el caso, está un Ministerio de Hacienda
tolerante que arbitra mecanismos para amparar regularizaciones lavando caras e
intereses. Cuando hay gente que pasa
hambre, el paro no remite, la escolarización de los niños está en riesgo, los desahucios
son el pan nuestro de cada día y los recortes sanitarios o el brutal abandono
de las políticas de dependencia son ejemplo claro de la insensibilidad social
de quien gobierna, una casta encanallada sigue haciéndose de oro sobre ese
esqueleto andante en que no cejan en convertir España.
La organización
Trasparencia Internacional nos indica que hemos caído 10 puestos en el ranking
de 2013 en orden a la percepción de corrupción oficial. Estamos en un poco
honorable lugar cuarenta, detrás de Botswana, Katar o Brunei… Hemos llegado a
el de manos de los escándalos que afectan a organizaciones políticas,
sindicales, administraciones públicas, estamento bancario o la Casa Real. Asimismo gozamos el dudoso honor de haber sido
el segundo país del planeta donde la percepción de corrupción ha crecido más en
el periodo citado.
La justicia cuya buen
hacer nadie se atrevería a poner en duda, condena con severidad a un peligroso
delincuente que robo una gallina, a una perversa madre que utilizo una tarjeta
de crédito que no era suya para comprar pañales y comida para su hijo, a una pérfida
muchacha que sustrajo un móvil…Y sabe ser exquisita y benévola con el Sr. Blesa,
el Sr. Undargarin, el Sr. Fabra, el Sr. Pujol, el Sr. Rato, el Sr. Méndez López, el Sr.
Gayoso, el señor….Son muchos los nombres en una interminable lista de
probos ciudadanos, que apenas expoliaron entre todos, unos pocos cientos de millones,
llevaron a la miseria a varios cientos de miles de ciudadanos, hundieron un
parte sustancial del sistema bancario obligando a recatarlo con decenas de miles de millones de dinero público
y deterioraron quizás de forma irreversible una parte significativa del estado
de bienestar.
Los ocupantes de la jefatura
del estado, o sea el titular y la consorte, -tanto monta, monta tanto-, apenas
se sabe de ellos más allá del papel rosa y sus actuaciones de conseguidores de
lujo, pervirtiendo el estado de bienestar y de derecho. Convirtiendo el derecho
de los ciudadanos a la salud en un capricho de cuento de hadas, en mercedes
otorgados cuando son conquistas del pueblo. Por lo demás, radiantes en tales
candilejas…
Dirigentes patronales
estigmatizan que las mujeres se embaracen. Quizás debiera extirpárseles el
útero a la firma del contrato laboral. La
Conferencia episcopal fustiga las mujeres que abortan y las leyes que consagran
tal derecho. Algunas fuentes oficiales claman por la caída demográfica…Coros
desafinados, aunque todos ellos, comulgan las mismas ofrendas y comparten la
misma urna.
La toma del poder por
la alianza de la oligarquía económica y la política más reaccionaria de los
últimos treinta años, pivota sobre vida pública exhibiendo descarnada la
corrupción y el lucro personal como objetivos. En una voladura descontrolada
fenecen los intereses sociales y colectivos víctimas de un negocio al que cínicamente sus
protagonistas llaman política, prostituida a sus soeces apetitos...
Antonio Campos Romay
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