viernes, 21 de noviembre de 2014

Pueblo y aristocracia

En los tiempos que corren puede que no se comprenda a la primera el papel que juega la aristocracia, sobre todo en relación al pueblo llano, a la gente que trabaja día a día, observa más que decide, vive admirando las cosas extraordinarias que pasan a su alrededor. Pero la aristocracia, como antes, sigue jugando un papel: adormecer, aliviar siquiera sea por unas horas, dar un toque de emoción a algunos momentos, servir de espectáculo, reunir a los que estaban peleados, a los que se van a repartir el botín, concitar la preocupación de gobiernos pacatos, que no saben lo que hacer cuando un aristócrata fallece (dama o varón).

Sí; la aristocracia juega un papel en nuestra sociedad como lo jugó en otros tiempos. Hace mucho los aristócratas eran un escaparate para que los campesinos y los artesanos viesen como se podía pasar la vida en una absoluta ociosidad. Y dichos campesinos creerían que tal designio debía ser cosa de dioses; la aristocracia era la encargada de castigar a esos campesinos por no pagar los impuestos debidos, por disfrutar sus fiestas profanas, por cazar sin permiso en el bosque del señor. 

Más tarde la aristocracia sirvió para reunirse en palacio, en la corte, junto a la familia real, la mayor parte de la cual era tan ociosa como aquella aristocracia, si bien ha habido entre esta los más simpáticos, los campechanos, los chistosos, los crápulas incluso, que se ganaban las simpatías del pueblo porque saltaban las barreras puestas a la condición de la nobleza, una nobleza de nombre, de rango, no como valor moral.

Asitir a las corridas de toros para ver como el "diestro" martiriza al animal en medio del griterío, presidir las procesiones religiosas con aparente piedad y devoción fingida, ocupar el primer banco en la iglesia cuando el presbítero celebra la misa, salir de montería por la tarde, recorrer despaciosamente los parques de sus palacios, aparecer de vez en cuendo -a conveniencia- para que el populacho vea el porte, el traje, el peinado, el lustre y la mueca de sus rostros. 

Ha habido aristócratas crueles que han serivido para que sus descendientes -que no fueron crueles- brillasen con más luz; los ha habido imbéciles que no han concitado ni la más mínima pasión entre la parroquia; otros han mostrado su munificencia para hacer constar la utilidad de su existencia; otros y otras, en fin, han bailado y reído en medio de la gente, han dicho gracias más o menos ocurrentes, han paseado sus galas, sus riquezas, sus olores entre la población más o menos asombrada. 

Pero la aristocracia, sobre todo, ha valido -antes y ahora- para eso, para atontar, para que la gente común, sencilla, humilde, poco informada, pueda decir unas palabras sobre la fugacidad de la vida, sobre la elegancia del o la fallecida, sobre el dolor -compartido- de su parentela. La aristocracia ha servido para que las gentes puedan comprobar que los ociosos y ricos también se mueren, también son llorados, también obedecen, indefectiblemente, a los versos manriqueños. Sin más. 

L. de Guereñu Polán.

2 comentarios:

Isidoro dijo...

Me llama mucho la atención que todos olviden como acumuló su fortuna la Casa de Alba. No hace tanto del conflicto de una posible expropiación de fincas por su mal uso, o mejor, por su muy mal no uso.

FUNDACIÓN LUÍS TILVE dijo...

Y los dineros que recibió de la Unión Europea con el pretexto de que determinadas fincas estaban destinadas a ciertas producciones. Un escándalo. Siempre he creído que -con excepciones muy contadas- el que hace fortuna ha robado (o alquien lo ha hecho por él, por ejemplo, un antepsado). No creo que esta sea una excepción.