sábado, 6 de diciembre de 2014

DESPUES DE TREINTA Y SEIS AÑOS.


España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de libertad y justicia….así comenzaba el texto constitucional aprobado el 9 de diciembre de 1931...

Una Constitución que contemplaba los procesos autonómicos, el matrimonio civil y su disolución, daba el voto a la mujer, eliminaba que el estado financiase al clero de una confesión religiosa que durante siglos había pesado –y sigue- como losa sobre la sociedad española, declaraba tajantemente la laicidad del estado, y en suma era un texto de los más avanzados de la época.  Época turbulenta la del nacimiento de una Republica heredera de un legado de varios siglos de atraso, caciquismo, fundamentalismo religioso, incultura, corrupción administrativa y escasa práctica de la libertades públicas. Y con un ejército anclado en sus propias derrotas, hipertrofiado, escasamente dotado y con una tradición intervencionista enfermiza en la vida civil...

España que jamás protagonizó un proceso revolucionario autentico, más allá de las trifulcas palaciegas y pronunciamientos de salón, asistía con la Republica a la caída acelerada de viejos esquemas a través de grandes conquistas sociales. Un periodo en el que tomaron carta de naturaleza a la par que el crecimiento urbano de forma substantiva, los conflictos de clase. Los viejos pleitos sociales pendientes como la distribución de la tierra se abordan por primera vez, así como las políticas laborales y sobre todo un esfuerzo gigantesco en educación publica

La República, heredera del funesto legado de los Borbones llegados a España en una guerra de sucesión en la que se dilucidaban exclusivamente los intereses de dos familias foráneas, la francesa y la austriaca, disputándose nuestros despojos, soportó tensiones sociales por la impaciencia de los secularmente marginados, en las que el anarquismo en no pocas ocasiones fue un elemento inconsciente al servicio de la reacción. Y feroces y sin tregua desde su proclamación de los grupos ultramontanos, latifundistas, el clero, un gran sector de las fuerzas armadas (instrumento predilecto de la reacción), grupos económicos…Todos conjurados en un bloque de extrema beligerancia frente a los vientos de democracia política, social, cultura y de libertad que protagonizaba aquel régimen joven que rompía con un pasado mísero fenecido con el agotamiento de la política caciquil de la I Restauración.

El primer proyecto auténticamente revolucionario de España fue ahogado a sangre y fuego por los que con la palabra orden en la boca desordenadamente pisotearon los derechos de la nación. España sumida en las negruras tridentinas del nacionalcatolicismo vago por las cloacas del miedo y la indigencia en un país sometido a una férrea dictadura donde el ejército hacia  veces de fuerza de ocupación acuartelado en toda las ciudades en labor de policía política. En paralelo se sometió al país a una campaña de manipulación e intoxicación en escuelas, iglesias, periódicos, radios y cualquier otro medio con capacidad de condicionar a la ciudadanía – los vasallos-, en orden a satanizar la Republica y culparla de todos los males habidos denigrando su memoria con el odio patológico que los actores del franquismo albergaban contras los valores cívicos, éticos y morales que aquella sustentaba.

 La Transición, con grandes aciertos y aspectos positivos tuvo como pecado original, la cobardía –a la que no era ajena la situación histórica en que se produce -, de dar la espalda a la Republica, como fórmula garante de un estado moderno, allanándose a las imposiciones del dictador que desde su tumba imponía la forma de estado. Con escasa sensibilidad cívica e histórica, en un ansia disparatada de borrar el pasado en lugar de asumirlo y razonarlo, metió en un mismo envoltorio a la dictadura fascista, los demócratas, la guerra, la represión, las miles y miles de víctimas, victimarios e inmolados, para arrojar en un totum revolutum al pozo del olvido…

De la Transición salieron indemnes los que asesinaron las ilusiones y esperanzas de un pueblo. Los que lo sojuzgaron. Y una confesión religiosa,  que mimó a los protagonistas del atropello, los bendijo, y sirvió de brazo inquisitorial que humilló y acoso los derechos de la mujer, del librepensamiento, de la cultura, invadiendo las esferas privadas y familiares. Comportamiento de carácter usurpador de espacios ajenos,  en que insiste aun a día de hoy, con el beneplácito no solo de los gobernantes actuales sino de gobiernos socialistas, aferrándose tenazmente a privilegios acaparados a la sombra de su incondicional apoyo al régimen totalitario.

Tras treinta seis años de la aprobación de la Constitución española de 1978, el poder civil  es una  realidad, así como la conciencia democrática de la sociedad. Ha sido un  aprendizaje del que no podemos desistir y que requiere  todo nuestro celo. Pero es hora también de la revisión democrática de un texto que se va quedando obsoleto por el propio paso de tiempo que cada vez discurre más cambiante, y por la evidencia de que las condiciones bajo las que se redactó están superadas.

Devolver la palabra al pueblo. Armonizar los desajustes territoriales para que “mejor juntos” sea una expresión que responda a la realidad. Y que los derechos sociales y estado de bienestar que hemos saboreado, se recuperen y consoliden en su texto como una realidad solidaria acorde con nuestra cultura.

Y también para despertar del ñoño cuento de hadas que ya no tiene ninguna gracia, y cuyo último capítulo nos lo impuso un sangriento dictador muerto entre vómitos de sangre, enviándolo sin complejos al baúl de los recuerdos de  nuestra historia. Una ciudadana o un ciudadano, elegido democráticamente por sus compatriotas debe ocupar la jefatura del estado por tiempo tasado esa magistratura, dándole la dignidad, honorabilidad  y credibilidad que corresponde a tal Institución.

Desde el agradecimiento cívico a la Constitución de 1978, es hora de dar la bienvenida la Constitución del siglo XXI. La de la III REPUBLICA. 
Antonio Campos Romay

No hay comentarios: