lunes, 15 de diciembre de 2014

La transición española comparada

¿Alguien puede imaginar que después de haber sido traicionada la República de Weimar y vencido el nazismo, los alemanes restaurasen la monarquía de los káiseres? ¿Puede alguien imaginar que tras la guerra franco-prusiana en 1871, los franceses hubiesen llamado de nuevo a Napoleón III o a un vástago cualquiera de las dinastías reinantes con anterioridad? Tras el establecimiento de la República portuguesa en 1910, que tiene poco que ver con la II española porque en aquella incluso hubo una dictadura, y el golpe que acabó con ella en 1926, los portugueses no llamaron a la dinastía de Bragança, sino que siguieron con el régimen republicano; entre otras cosas porque a partir de 1932 el cruel dictador Oliveira Salazar no estaba sin embargo embrutecido, como el general Franco, que se había formado matando indígenes norteafricanos. 

Tras la derrota de Italia en 1943 y el referéndum que los italianos hicieron poco después, por mayoría, aunque no abundante, decidieron dejar a la dinastía saboyana fuera del país y formar una República. Los búlgaros no han ganado la libertad tras el régimen soviético para reinstarurar a los zares de la dinastía Sajona. Los austríacos no vieron reducido su territorio tras la derrota del Imperio en 1918 para reinstaurar a los Habsburgo; los rumanos no quisieron saber nada de su antiguo rey Miguel y sus sucesores. Los Húngaros no quieren oir hablar de sus reyes si no es para recordar el papel que jugaron al ganar para el país un régimen de autonomía en el Imperio Austro-Húngaro; los polacos nunca han pensado en restaurar el Gran Ducado de Varsovia, a pesar de que el liberalismo se abrío paso en él con la ayuda napoleónica y contra los zares rusos.

Pero España tiene una historia particular. Ya tras el primer golpe de Estado en 1814, a manos del rey Fernando VII, los grupos dirigentes condescendieeron con él y luego tuvieron que soportar que en 1823 se valiese de un ejército extranjero para esclavizar a su pueblo. Tras el destronamiento de Isabel II, quizá uno de los hechos revolucionarios más importantes de la historia de España, no hubo el acuerdo suficiente para evitar la vuelta de los Borbones en 1875, por más que estos se restablecieron en España mediante un golpe de Estado, por lo tanto ilegítimamente. 

Cuando el pueblo español dio su apoyo al nacimiento de la II República (de forma pacífica, como en el caso de la I) y el rey Alfonso XIII se fue al exilio, no dejó de conspirar este, como su hijo Juan, para que aquel régimen democrático, aunque ciertamente defectuoso, cayese al acecho de terratenientes, banqueros, criminales, obispos y generales. Incluso Juan de Borbón colaboró con el general Franco para que este ganase la guerra de 1936... con la ingenua aunque ambiciosa intención de que la corona cayese suavemente sobre su cabeza. 

Cuando en 1975 muere el dictador Franco todavía estaban en pie de guerra los militares que la habían ganado sobre medio millón de cadáveres, como se demostró en 1981. Los grupos dirigentes del país no estuvieron en condiciones de discutirle a la monarquía el puesto que se le había reservado y la misma izquierda vio que no le era posible aspirar a lo que otros países europeos habían conseguido. En cuanto a la mayoría de las monarquías del norte de Europa, estuvieron con sus pueblos cuando fueron objeto del ataque alemán, aunque en el caso danés el rey prefiriese una colaboracón estratégica con el ocupante nazi. 

La historia de España, en los últimos doscientos años, ha sido un cúmulo de despropósitos en lo político, institucional y territorial. Con problemas que hoy se ven todavía no resueltos, como si del siglo XIX de los fueros se tratase. Es cierto que España es hoy una democracia imperfecta, como todas, un país que forma parte del más avanzado bloque de pueblos del mundo, pero un país donde no se cuestionan cosas que debieran discutirse a diario, sobre todo cuando buena parte de los banqueros y empresarios, los partidos conservadores y la misma casa Real están empozoñados en vicios no superados desde hace siglos. 

L. de Guereñu Polán.

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