domingo, 25 de enero de 2015

Partido Socialista y monarquía

El Partido Socialista quedó atrapado cuando la transición a la democracia española fue como fue: con un ejército en pie de guerra contra la democracia (o buena parte de él) un partido que, salido del régimen, pilotó la transición y una gran debilidad de la oposición democrática que, querámoslo o no, si el dictador sigue viviendo, la democracia se hubiese retrasado. La población, salvo un sector minoritario, no estaba para rupturas y prefirió el cambio pacífico. A él se subió el Partido Socialista, que aceptó la monarquía, una fórmula no democrática aunque legitimada por la aprobación de la Constitución.

A partir de ahí, como muchos especialistas han estudiado, empezó "la creación de la imagen" de la monarquía: propaganda y utilización de los medios de comunicación y del Estado para darle lustre y prestigio a dicha institución. Como el intento de golpe de Estado de 1981 permitió al rey Juan Carlos pararlo (aunque hoy sabemos que anduvo entre bambalinas los meses anteriores) mejor para la monarquía y para el país.

En España, aún cuando la monarquía pareció más consolidada -durante el régimen de la Restauración- no dejó de haber movimientos republicanos de mayor o menor fuerza, casi siempre sedicentes. Aún cuando Cánovas del Castillo quiso hacer de su régimen un sistema civilista, no dejó de haber asonadas e incluso un pronunciamiento militar de carácter republicano, el del general Villacampa en 1885. No fue el único caso pues ya en al año anterior se había dado una sublevación militar republicana por parte del batallón de seserva de Santa Coloma de Farnés (Girona) y no olvidemos que el régimen restauracionista se abre y cierra con sendos pronunciamientos militares, el de Martínez Campos y Primo de Rivera respectivamente.

Los militares republicanos siempre estaban en conexión con elementos civiles y hoy, que en el ejército no hay -al parecer- ni la más mínima muestra de republicanismo, hay en cambio un creciente sentimiento republicano entre sectores de la juventud, de la intelectualidad, de los sectores más informados de las clases medias. El Partido Socialista no debiera dejar de tener esto en cuenta, no para desestabilizar el actual régimen, sino para estar siempre abierto a recoger las legítimas aspiraciones de esos sectores, que suelen tener hondas convicciones democráticas. 

Es cierto que si hoy se hiciese una encuesta seria, lo más probable es que la mayoría de la población se pronunciase en favor de la monarquía, pero más porque es lo que hay que por convencimiento o simpatías claras hacia la institución, que siempre se ha valido más de la personalidad de quienes la han encarnado que de los políticos declaradamente monárquicos. Sería muy peligroso para el socialismo español que el partido más importante de esa ideología se identificase con el tándem que durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX formaron los partidos dinásticos, el conservador y el liberal, a la postre dos partidos de notables, caciquiles y no poco corrompidos que, a la postre, no fueron capaces (o no quisieron) de democratizar el régimen. 

El Partido Socialista, si no quiere acabar como sus homónimos italiano y griego, ha de salirse de todo támdem que lo identifique con la monarquía más allá de los compromisos constitucionales, pero atento a defender el republicanismo de una sociedad creciente y abierta a no dar tregua a la casa reinante. El republicanismo implica no solo una determinada forma de estado, sino unas convicciones igualitarias, societarias, democráticas que el monarquismo de antes y de ahora no tiene. El republicanismo, ya jacobino o federal, ha sido en España siempre sinónimo de democracia y el socialismo no puede renunciar a ninguno de los dos principios.

L. de Guereñu Polán.

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