La
historia ha demostrado que en ocasiones la violencia ha sido necesaria. En
pleno siglo XXI hay más que indicios de su necesidad.
Los
motores
Aún
cuando este complejo tema surge de forma recurrente, impulsado por unas circunstancias muy concretas, la teoría
política contemporánea tiene dificultades para separar los hechos que la hacen
necesaria, del Derecho que intenta evitarla o al menos moderarla. Los dos
principales motores de la violencia han sido las religiones y el acceso y
control de los recursos, es corriente que los impulsores y dirigentes (no siempre son los mismos)
utilicen una mezcla de ambos componentes en función de la sensibilidad de los
actores que se manipulan y usan como meros peones en el campo de batalla.
Intentaré analizar solo dos de las muchas circunstancias de actualidad: El
intento de imponer un califato y la aceleración de la desigualdad hasta
extremos inaceptables.
La
raíz religiosa.
Respecto
al primer tema, ni siquiera hay que acudir a un Maquiavelo que distingue entre
una violencia reparadora, positiva y necesaria y renunciar a ella lo califica
de insensatez, y una violencia
destructora. No, las justificaciones históricas que han tenido una raíz
religiosa, en Eurasia incluso tienen símbolos: la cruz y la media luna.
Las
justificaciones se encuentran con facilidad en algunos filósofos
cristianos, en especial cuando monjes y otros religiosos se escandalizan
por la depravación de algunos gobernantes, llegan incluso a convertir en tirano
al dirigente que gobierna “por la gracia de Dios”, generando una autentica contradicción de
difícil superación racional. Un ejemplo, Santo Tomás sostiene “Cuando
la tiranía es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza
el matar al tirano”. O, el jesuita Juan de Mariana que cree de justicia asesinar al
tirano que expropie injustamente y no se
sujete a la “Ley Moral” (El rey y
la institución real, 1598). Pero pueden encontrase ejemplos tan próximos como de
los años 50 y 60 del pasado siglo, en la obra del Opus Dei, Camino, que
sostiene que hay que “amar la guerra” y que “la santa intransigencia” es un
instrumento de uso obligado. Pero, en
relación al problema que analizamos, desde hace algún lustro, en especial desde
la llegada al papado del primer jesuita, no solo no se ha identificado a ningún
tirano al que hacer sujeto de justicia,
sino que por el contrario el esfuerzo se dirige a ser un factor de
equilibrio y paz, incluso para sus antiguos enemigos.
Es difícil encontrar justificaciones claras en las fuentes
clásicas musulmanas, ya que la guerra santa no es un precepto, por
lo que ningún musulmán está obligado a participar de la acción militar. De
hecho el Corán, libro sagrado de los musulmanes, no obliga, aun cuando si anima, a los fieles a luchar contra los
enemigos para defender la religión que se profesa, en especial si es como
respuesta a una previa agresión. Por lo que la yihad de tipo terrorista que
practica el E.I. debe tener alguna otra justificación, que inmediatamente
encontramos en el otro componente: el del control de los recursos (las reservas
de hidrocarburos). Teniendo en cuenta que aún cuando en boca de sus dirigentes
el malvado tirano siempre es USA y por extensión Occidente, lo cierto es que la
inmensa mayor parte de sus víctimas son correligionarios musulmanes.
Conclusión: la posible respuesta
política solo puede ser útil si se acompaña del uso de una fuerza militar, que
supere la que el E. I. utiliza, principalmente contra sus hermanos. En este
caso el aserto de Maquiavelo que
renunciar a la violencia reparadora es una insensatez adquiere todo su valor y
vigencia.
La raíz de la desigualdad.
La desigualdad extrema siempre ha
generado violencia extrema, de los esclavos contra sus amos para emanciparse,
de los siervos contra los señores, que les explotaban hasta el límite de la
supervivencia para arrancar y consolidar derechos y libertades. La última
crisis tiene arranque y justificación, primero en la superación del límite de
desigualdad que el sistema global es capaz de digerir, pero segundo, y una vez
superado el primer temor, los principales responsables que la desataron
continúan ahondando y ampliando la desigualdad, hasta unos límites que hacen
inevitable la reacción violenta de las víctimas, tan pronto tomen conciencia
colectiva del proceso.
Ocurre, sin embargo, que la historia ha
venido sustituyendo el derecho/deber del tiranicidio de convicción religiosa por
otra doctrina, también compleja y difícil, pero más fácil de racionalizar a la que
algunos teóricos llaman el “derecho de resistencia”. El derecho de resistencia
de los ciudadanos al poder despótico se identifica con los alicerces
(cimientos) de la Revolución Francesa y los procesos de independencia
americanos. Incluso alguna constitución democrática reconoce expresamente ese
derecho (Ley Fundamental de la Republica Federal de Alemania 1949). Por lo que
una vez reconocida la licitud de una oposición activa al poder, poder que
obligará a una resistencia violenta (por la buenas los que lo detentan no lo
van a ceder), lo que queda por dilucidar es el carácter de los medios a
utilizar, para que continúe siendo lícito su uso.
En Democracia el monopolio de la
violencia se cede por los ciudadanos a los dirigentes elegidos y se ejerce en
el respeto a unas formas determinadas. Lo lícito es que los ciudadanos impulsen
una legislación, que puede ser todo lo dura que la relación de fuerzas de cada momento permita.
Por ejemplo, los estados europeos
(mejor el conjunto de la U.E.) en uso de su soberanía van a tener que establecer en sus códigos penales como
delictivo cualquier tipo de relación económica con los paraísos fiscales, ya
que la experiencia demuestra que la totalidad de las personas físicas y
jurídicas que las tienen lo hacen para la evasión fiscal. El que los dirigentes
de las 35 empresas del IBEX español o
las 40 del CAC francés, etc., hoy incurrirían en delito, es más que relevante
de hasta donde ha llegado la necesidad de defensa activa por parte de los
ciudadanos de a píe.
La famosa tasa Tobin no deja de ser un
sucedáneo demasiado modesto e insuficiente, a pesar de lo cual la dificultad
para que prospere demuestra lo inevitable de medidas mucho más duras si los
ciudadanos quieren sobrevivir, alejándose de la nueva servidumbre que les
expulsa del bienestar al que tienen derecho.
El radical control e incluso la
prohibición de un instrumento, aparentemente inocuo, pero que tiene en su haber
más muertes por hambre que el conjunto de las guerras hoy activas, como los
mercados de futuro de alimentos, la presencia pública en sectores estratégicos
de la economía: energético, transporte, alimentario, comunicaciones y nuevas
tecnología, etc. continuarían la lista de las batalla a ganar, en un terreno
que han convertido en tan religioso como el Islam, los adoradores del dios
mercado.
Si, en esas batallas es lícito el uso
de una violencia política legitimada por Leyes democráticas.
Marzo de 2015
Isidoro Gracia
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