domingo, 29 de marzo de 2015

Un sindicalista de pueblo

Cuando comenzaba la segunda mitad de la década de los setenta (del pasado siglo) yo era un reciente afiliado a la Unión General de Trabajadores y bastante joven. Además de leerme los estatutos, condición que antes era imprescindible, se nos había dicho que estaríamos a disposición de los dirigentes para las labores que se nos encomendasen. Así hice mi primera cala en el sindicalismo: me tocó ir a una pequeña empresa de confección que había a las afueras de mi ciudad, donde trabajaban unas ventitantas obreras muy mal pagadas. Debía pedir una entrevista con el dueño de la empresa (familiar) y hacerle ver que los tiempos que venían eran otros y las relaciones con los trabajadores debían cambiar. 

Yo me tomé la encomienda con muchas formalidades y debí darle al pequeño empresario la impresión de que se jugaba mucho atendiéndome, la prueba es que no me hizo esperar ni un minuto sobre la hora prefijada; me recibio en un despacho lleno de papeles mal ordenados, pequeño y algo mugriento. Le dije que había sido muy amable al recibirme y que estaba allí en nombre de un sindicato antiguo: la UGT. Él me dijo que algún ascendiente suyo le había hablado, cuando niño, de nuestra central y las actividades que llevaba a cabo, lo que me dio pie para decirle que debían celebrarse elecciones sindicales, que estas debían guardar ciertas formalidades y que las relaciones entre el comité elegido y él mismo debían ser fluidas y de colaboración. Unos meses más tarde (me etrevisté con el personaje dos o tres veces más) se celebraban las primeras elecciones sindicales en esa empresa con la UGT a la luz y el comité elegido estuvo íntegramente formado por ugetistas (todas mujeres). 

Poco más tarde tuve que ir -también por encargo de la dirección provincial- a una empresa de pollos donde los trabajadores (de ambos sexos) no tenian protección alguna y respiraban un polvillo malsano al desplumar a los animales; tampoco tenían guantes para la operación, por lo que sus manos estaban muy dañadas, trabajaban a altas temperaturas y hacían horas extras que no les eran pagadas. Los dueños (dos personajes fornidos y una señora que hacía de corrreveidile) me recibieron con expectación y desconfianza. Actué de la forma que me había dado tan buen resultado en el caso anterior, aunque en esta ocasión me miraban como un jovenzuelo al que no habría que hacerle mucho caso salvo que corriesen algún riesgo. Algo que pude comprobar es que estos empresarios desinformados, acostumbrados a incumplir la ley y a no pagar impuestos, desconfiaban de la verdadera fuerza que tuviesen los sindicatos entonces. Yo bien sabía que la fuerza era mínima, y que todo el trabajo estaba por hacer.

Con cierta rémora, también se celebraron elecciones sindicales y muy reñidas, pues se presentaron los de Comisiones Obreras, ya implantados en la empresa, y los de USO, que tenían a un representante certero y entregado. La UGT solo obtuvo un representante en el comité, pero eran pocos los que lo formaban. Los próximos meses y años fueron de contínuos conflictos con los dueños de la empresa de pollos, reacios a los nuevos tiempos, desconfiados y siempre proclives a incumplir la ley. Como las Magistraturas de Trabajo, entonces, estaban en manos de jueces de nula formación democrática, la cosa no fue fácil, pero aquellos trabajadores de la empresa de pollos terminaron siendo excelentes sindicalistas y contribuyeron a extender la UGT a otras empresas. 

En torno al año 1978 fui invitado para dar una charla a los trabajadores de una empesa maderera que ahora ha desaparecido (por la desaprensión de unos empresarios portugueses) y a los de la fábrica de pasta para papel que tantos quebraderos de cabeza ha causado a nuestra ciudad (sigo creyendo que los puestos de trabajo están por encima de cualquier otra consideración). La charla que había preparado versó sobre el sindicalismo en Europa, particularmente en Alemania y Suecia, sobre lo que yo había leído bastante y, además, habíamos tenido la visita de unos dirigentes suecos hacía unas semanas. Algunos de los trabajadores de las empresas citadas animaron muy bien el coloquio subsiguiente, pues habían tenido, no hacía mucho, familiares emigrantes en Alemania y Suiza. Sabían mucho más que yo sobre práctica sindical pero no sobre los logros del sindicalismo europeo. La cosa estuvo muy bien y siempre he recordado aquel episodio con agrado. 

En no pocas ocasiones viajé con otros compañeros por Galicia para ir formando núcleos ugetistas (y del Partido Socialista) en pueblos, ciudades y villas. En Chantada, una tarde-noche de invierno lloviendo a mares, en Tomiño, en Lavadores (Vigo), en Marín (el puerto) y en otros lugares. Llevábamos "El Socialista", lo que no siempre gustaba, pues muchos de nuestros interlocutores estaban por afiliarse a la UGT, pro no querían mezclarse "en política". Librábamos estas situaciones como podíamos. A finales de los años setenta ya estaban formados muchos comités de UGT, muchas agrupaciones, la representación sindical ugetista no tenía nada que envidiar a las otras centrales y las cosas iban sobre ruedas... salvo los despidos y sufrimientos que no se pudieron evitar. 

En el Congreso fundacional de la UGT de Galicia actué -pues así me eligieron- como Secretario de la mesa, redactado una extensa acta de las sesiones plenarias, incluido el discurso que pronunció Nicolás Redondo Urbieta y que consta en el documento que debe guardarse en la Fundación Luis Tilve. Un pequeño grano de arena por mi parte en una época llena de ilusiones y esfuerzos que no tengo en vano. 

L. de Guereñu Polán.

2 comentarios:

Suso Mosquera dijo...

Con el trabajo de muchos como tu se hizo historia y se forjó la transición democrática. Recuerdo aquél congreso constituyente de UGT Galicia, celebrado en Santiago en octubre de 1979 en el que también participé como delegado por A Coruña. Te recuerdo a tí de secretario del mismo, junto a Luís Tilve que ejerció de Presidente. Han pasado 36 años. Me siento feliz al compartir aquellos recuerdos. Un abrazo.

FUNDACIÓN LUÍS TILVE dijo...

uN ABRAZO, SUSO.