“El glorioso
alzamiento popular el 18 de julio de 1936 fue uno de los más simpáticos
movimientos político-sociales de que el mundo tiene memoria… El pueblo español,
en plena crisis de convivencia, aceptó la suprema jefatura de Franco para que
este derrotase militarmente al comunismo; pero al mismo tiempo le pidió que lo
constituyese políticamente, entregándole el más auténtico caudillaje… el
general Franco debía ser el padre de la Patria que volviese a la normalidad y al orden”. Hasta aquí algunos fragmentos de
una obra de Manuel Fraga cuyo título es “Así se gobierna España”, publicada en
1952, cuando el jurista se comprometió con el régimen donde haría carrera
política aunque fuese sobre medio millón de cadáveres.
Tres décadas más tarde Mariano Rajoy publicaba
un artículo en “Faro de Vigo” (4 de marzo de 1983, página 2) donde habla de la “falsedad de la afirmación de que todos los
hombres son iguales… Ya en épocas remotas –continúa el autor citado- se afirmaba como verdad indiscutible, que la
estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico… que los
hijos de buena estirpe superaban a los demás… el hombre es esencialmente
desigual, no solo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la
fecundación… El hombre, después… nace predestinado para lo que habrá de ser. La
desigualdad natural del hombre viene escrita en el código genético”. El
artículo continúa con una sarta de barbaridades que cualquiera puede leer en el
periódico citado.
Hay un gran parecido entre las convicciones de
Mariano Rajoy y el nazismo, que hizo a unos seres humanos inferiores desde su
nacimiento porque no eran arios. El político español –que no ha debido ejercer
profesión alguna en su vida- justifica así que unos sean pobres y otros ricos,
unos sabios y otros torpes, unos han de alcanzar las magistraturas del Estado y
otros deben ser gobernados. Pretender lo contrario, pretender la igualdad es
una aberración para él. Incluso empieza su artículo diciendo “uno de los tópicos más en boga en el
momento actual en que el modelo socialista ha sido votado mayoritariamente en
nuestra patria es el que predica la igualdad humana”.
Cuando esto publicaba don Mariano, yo me
preparaba para ser opositor suyo en la Diputación Provincial
de Pontevedra, por lo que siempre tuve conciencia de a que clase de persona y
de político me enfrentaba: un verdadero paladín de la desigualdad y un
admirador –hasta cierto punto- de las teorías racistas de los nazis. La defensa
de la desigualdad como algo natural debía resignar a la mayoría a estar
sometida de por vida y generación tras generación. ¿Cómo el hijo de un simple
herrero iba a pretender presidir el gobierno de la nación? Eso estaba
predestinado para los de cierta “estirpe”, la de don Mariano al parecer. Hace
falta ser sinvergüenza.
En treinta años, como vemos, la derecha
española, en dos de sus máximos representantes, no han evolucionado nada: uno
defiende un régimen filofascista en un año (1952) en el que España estaba
todavía aislada internacionalmente, el pueblo pasaba penalidades sin nombre, la
represión era feroz, miles de españoles estaban en el extranjero y otros serían
“expulsados” en la emigración. Treinta años más tarde uno de los hijos
políticos de Manuel Fraga se suelta con una joya como la que he transcrito
aquí.
Contrariamente a los casos de Constant y Guizot
en Francia; Hugenberg o Stresemann en Alemania; Minghetti o Mosca en Italia,
por poner solo algunos nombres, representantes de la derecha en sus respectivos
países, que aceptan las fórmulas republicanas, el sufragio con matices entre
ellos, que han aportado verdaderos tratados teóricos políticos a partir de los
cuales se puede discutir, los dos españoles citados, en pleno siglo XX, el del
triunfo de la democracia, nos dejan de su cacumen las perlas que he puesto arriba:
una vergüenza, para ellos y para el país. Añoro los tiempos de Jaime Balmes y
Donoso Cortés en la España
del siglo XIX, verdaderos reaccionarios pero también intelectuales, a los que
jamás se les hubiese ocurrido perorar al país con tamañas monstruosidades
producto de la sinrazón, pero sí del odio y la maledicencia.
L. de Guereñu Polán.
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