sábado, 2 de mayo de 2015

REFORZAR LOS PARTIDOS PARA CONSTRUIR DEMOCRACIA.


Es propio asistir a exabruptos de mentes estalinistas que profesan el monopolio de la única verdad, y lo expresan con la grosería furibunda del iluminado. Se excitan con una libido que seguramente le es adversa en otras facetas en su papel de comisarios, el único que les acomoda y para el que se creen predestinados. O simplemente lo advierten como único sendereo de su ramplonería camino de una soñada prebenda. Suelen ser gente soez en el leguaje y de escasas luces….Agresivas y siempre dadas a distribuir en ajenos, patentes de fe, de sacrificio y de lealtad….que si les fuere dado el don de “conocerse a sí mismo”… quizás les fuere sorpresivo lo que apareciese….Los seres leves… Algo que se evidencia en la forma de asirse como lapas al comisariado inquisitorial. En su descargo, quizás que salvo algún caso aislado, no han desempeñado otra labor en la vida. O simplemente, si son en la vida, es porque desempeñan esa labor. Por vía de ejemplo pueden llegar a una concejalía de pueblo o a al ministerio de Trabajo, sin saber a ciencia cierta que es un ayuntamiento o haber tenido como único conocimiento laboral, algún avío en el intramundo partidario.  Los seres leves, que se ignoran como tales, quizás, porque a Mikel Kundera, lo conocen de oídas.

La vida política se ha ido empequeñeciendo con estos personajes, una sórdida maraña tejida sobre el pulmón de la democracia desde las formaciones políticas.  Personajes y monosabios que han usurpado en cada partido político lo que correspondía a su militancia. Desnaturalizando su vocación de articulación social, indispensables para pulsar y compartir inquietudes con la ciudadanía, resultando en el mejor de los casos en meras oficinas electorales, ajenas al latir externo y en gran medida, endogámicos.

La Constitución Española, en su art. 6 nos dice: “Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.”  En clara falta de sintonía con el principio constitucional los partidos políticos han acogido una deriva muy peligrosa convirtiéndose en instituciones cuyas prioridades aparentan más la defensa de parcelas privadas en prejuicio del interés general.  Su credibilidad naufraga de forma alarmante y se resiente la confianza ciudadana en orden a confiar en ellos para afrontar la severidad de una crisis poliédrica cuya espiral nos ahoga.   Se percibe en la vocación de las cúpulas, escasa voluntad de abordar medidas de calado que conlleven un reformismo profundo si comportan confrontación con intereses muy asentados en los mecanismos de poder. También sobrevuela la sensación de una escasa visión política más allá del corto plazo y cierto raquitismo en el sentido de estado. En paralelo y no menor, la orfandad de liderazgos morales, orientadores de las inquietudes de una sociedad angustiada.

La Ley de Partidos de 1978, plagada de vacíos en aras de evitar la inestabilidad política, favoreció el fortalecimiento de las cúpulas dirigentes y con ello la autorregulación de los propios partidos. Lo que abrió paso a la falta de transparencia, deterioro de la democracia interna y convirtió la coaptación como medio de confeccionar listas electorales o yugular carreras.  Una situación que prolongada en el tiempo, manifiesta una grave miopía o un cínico espíritu borbónico de “tras de mí el diluvio” que se manifiesta en los partidos tradicionales y les impide ver el final de un ciclo que no abordarlo adecuadamente puede comportar un precio muy alto... 

Desde que el gobierno conservador fue dando tumbos en su errático comportamiento ante la crisis,-siempre con detrimento de derechos civiles y sociales-, se han consolidado fórmulas distintas de participación, tomando con fuerza carta de naturaleza en nuestro espacio político. Fuerza presente, que por otra parte no es garantía de prolongación futura.  Asoman con la pretensión legítima de subsanar carencias de representatividad, de dar voz a la indignación y a colectivos marginados y en general al insatisfecho de la política tradicional de la II Restauración. Hallan su hueco haciéndose eco de los problemas de representatividad y canalizando los intereses y demandas de colectivos insatisfechos muy dañados por la crisis, que han comenzado a cuestionar la política tradicional. Se sitúan con la clara intención de desplazar a los partidos tradicionales tanto como organización como mecanismo de interlocución. Sea cual sea su recorrido, su aldabonazo sobre la conciencia democrática es del mayor interés.

 Las formas partidarias recuperadas a partir del 1977 muestran cierto agotamiento que no es ajeno al distanciamiento que se produce entre partidos y sociedad y en última instancia la opinión pública. Se ha enfriado el calor solidario y de pertenencia sustituido por los intereses, y estos han alejado la ideología y el debate. Lo que en última instancia tiene como efecto que la desmotivación diluya voluntades de afiliación o las adhesiones establecidas.

  Una democracia muestra su debilidad, su anemia, cuando en unas elecciones se dirime casi a similar nivel cuestiones capitales como son la recuperación del estado de bienestar, políticas comprometidas frente al paro, defensa de valores cruciales: enseñanza, cultura, salud o pensiones, dentro del marco global de lucha contra la crisis, con las derivadas de la preocupación de los actores de los comicios, buscar acomodos y permanencias. O cuando la acción política, relega los programas a una colección de ocurrencias que pocos leen, y que algunos, como obstinadamente hemos vivido con el Sr. Rajoy no tienen la menor intención de cumplir. .

La necesaria reforma de los partidos, debe poner en valor lo que sucede en las democracias de nuestro entorno. Su regulación debe estar sujeta al imperio legal.  Lo mismo que las medidas de transparencia y democracia interna. Algo que junto con una nueva ley Electoral habrán de ser aspectos de un indispensable proceso constituyente que culmine el iniciado hace casi cuatro décadas, en unas condiciones distintas, a partir de lo mucho que de positivo se derivó de él.  Un proceso en el que el PSOE, el socialismo democrático, tiene la obligación, fiel con su historia, de ser un motor de ese cambio que cada vez llama a la puerta con más insistencia. Que estuviese ajeno a ello, sería muy grave para este país.

 Antonio Campos Romay

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