El
pueblo español es bastante más serio que sus dirigentes. Y es consciente de ello. Lo recogen las
encuestas de forma terca. Es tenaz la desconfianza entre la ciudadanía y sus
presuntos servidores. Y una de sus grandes preocupaciones. Una brecha que disparó
la crisis poliédrica que se abatió hace casi un lustro sobre las costillas de
los más inocentes. Es algo que no tiene
correspondencia con lo habido en los países de nuestro entorno. Ni el grado de
desconfianza en sus políticos, ni en la calidad de su democracia es
equiparable. Seguramente la primera reflexión es que tampoco en el ejercicio
democrático y en la pulcritud del desempeño de las tareas públicas, alcanzamos
la media del espacio común que compartimos.
En
consecuencia,, es cada vez es más difícil para los que desde las bambalinas
hacen oficio, practicar el viejo truco de cambiar lo accesorio para que nada
cambie en lo sustancial. Los espectadores –la ciudadanía-, cada día afinan más,
aceptan menos juegos malabares y ponen en evidencia las fullerías...
Hoy
ya no se acepta sin un grave menoscabo para la credibilidad institucional, las
serias dudas sobre la aplicación de una justicia, que se percibe comprometida
en su imparcialidad, que aparenta manejar sus tiempos, o elegir a los
juzgadores a mayor gloria de los presuntos corruptos, sin que a ello sean
ajenas las artimañas de un gobierno totalitario, entendido esto, como mayoría
total en las Cámaras. Un gobierno que promueve cruzadas contra ciudadanos de
signo contrario, los discrepantes, simplemente por serlos. Haciendo viga de un
twiter en ojo ajeno, mientras hace creer que son pajas en los suyo, cuando
están llenos de impudicia y zafiedad.
Tampoco
acepta ya la ciudadanía, las burdas maniobras de la prensa adicta sobreactuando
en busca del voto perdido de los amos, anunciando urbi et orbi la devolución
del dinero saqueado de las nominas del funcionariado, para al cabo de un
momento desdecirse en un si pero no, por
boca del Sr. Montoso. Al que en su carencia de sensibilidad, ni por la cabeza
le pasó que lo primero que tendría que reponer, es la dignidad y el honor de
los trabajadores públicos tan vilipendiados por el y por el coro de dinamitadores del estado de bienestar. Ni es
tolerable ese personaje que como gobernador del Banco de España, viola con
impunidad y cinismo sus competencias, para convertir una comparecencia
parlamentaria, en un programa promocional de fondos de pensiones privados,
erosionando la confianza en el sistema publico.
Los
diversos territorios del Estado, en mayor o menor medida, cada vez son menos proclives a las milongas de ese grupo que se
aúna en torno a sus “intereses creados”. En tiempos de incertidumbre, el pueblo
aprendió a velocidad de crucero, que el peor miedo es el temor al miedo. Y tiene
claro la necesidad de enviar al estercolero, intemperancias como las del Sr.
Guerra, “el que se mueve no sale en la foto”, o el chantaje al ejercicio de las libertades
públicas que comporta “la Ley Mordaza”.
Frente
a los que predican el crepúsculo de las ideologías, alumnos tardíos del difunto
Sr.de la Mora, e instan campanudos a obligados sometimientos embozados en
“pactos de estado” para no sacar los pies del tiesto si se anhela compartir el pastel,
surgen nuevas voces, irreverentes y díscolas que lo ponen en solfa y
reivindican la ética y el vigor de las ideologías. Y lo hacen arropados con el
aplauso de disconformes e indignados, y desde los sectores más varipintos.
La
Transición un acierto innegable para salir de un impasse donde el espectro de
la pasada guerra civil helaba los corazones, muestras graves fisuras por las
que se desliza con impertinencia y soberbia una oligarquía pancista y el férreo
mensaje de que nadie altere el sosiego del pesebre nutricio de la banca y de
los especuladores globalizados…El dictador afirmó que lo dejaba atado y bien
atado…A diferencia de sus colegas Salazar y Caetano, como era monárquico, (y
también mas inculto), conculcando la Ley de Sucesión de la Monarquía, nos legó
un rey…Un mal hijo, que obediente al padre político, no dudo en negar al padre
natural… Lo que Franco ató, no lo desató la democracia… Por ello no hubo
necesidad de la nadería de un referéndum para que el pueblo español, -iletrado
para tomar tal decisión-, se pronunciase, -de forma concreta y no obligado por un
texto general- en orden a si quería una Monarquía o una Republica. Ya lo había decido el dictador. Y para darle
forma, estaban los Siete Sabios de Grecia y las doctas mentes aulicas…La cosa se quedo en Transición
y todo debidamente aliñado en un pack llamado Constitución. Por cierto muy saludable cívicamente en la mayor parte de su
articulado, aunque su cumplimiento deje más lagunas de las deseables.
Descontando
las bondades de la Transición, y de la senda democrática formalmente abierta, hoy,
es cada vez mayor la cantidad de ciudadanas y ciudadanos que comienzan a estar más que hartos de que
la democracia se asocie con opacidad, con venalidad, con incompetencia…Que la
corrupción, el soborno, la dilapidación de los fondos públicos, y con ello los
derechos civiles y sociales alcanzados penosamente se desvanezcan en la hoguera
de administraciones y administradores sumamente reprochables. Y que la
democracia se estreche reducida a una cita cuatrienal con una urna…
Muchos
sectores ciudadanos se impacientan con una ley electoral impulsada por la UCD, escudada
en la Ley D´Hondt, que reiteradamente distorsiona el sentido del voto, beneficiando
injustamente a unos partidos en detrimento de otros. O favoreciendo a las
provincias más despobladas… Se percibe la necesidad de rescatar de los aparatos partidarios las
listas electorales, abriéndolas a sus propietarios legítimos, los ciudadanos. Y limitar los mandatos, para refrenar las
ansias de convertir la política, en vez de un servicio al común, en un servirse indefinidamente del común.
También,
el esperpento vivido en la Diputación de Lugo, es una llamada al sentido común
en la administración local. Las diputaciones son órganos anacrónicos cuya
utilidad, como el Senado, es apenas acomodar intereses, en ningún momento
interesantes para la ciudadanía. Y al tiempo, reordenar y unificar desde la
racionalidad un gravoso censo de
municipios absolutamente inoperantes.
Hay
quien tiende a ver hoy el escenario político, con el mismo desasosiego que
Amadeo I de Saboya durante su efímero reinado: “Ah per Baco, io no capisco
niente. Siamo una gabbia de pazzi”…”No entiendo nada. Esto es una jaula de
locos”… Otros en su miopía, ni los cambios de decorado perciben…Los hay que
optan por enrocarse en el mantra de plegarias centradas, banderas gigantes,
pasillos floridos de lis…otros en el reclamo de un éxito económico tan falso
como los crecepelo de los años 50, o haciendo cosmética de juventud sobre
cerebros escleróticos…Todos sin entender, y menos afrontar con inteligencia,
algo que no tiene marcha atrás…Algo que se canturreaba un 25 de abril del siglo
pasado por las calles lisboetas…o povo e quem mais ordea… Y que al fin, tras
un largo letargo, ese pueblo, está
dispuesto a creérselo y exige ser protagonista…
Antonio Campos Romay
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