lunes, 13 de julio de 2015

La entelequia de la "unidad popular"

Algunos dirigentes políticos andan buscando en España la manera de formar una candidatura que llaman de "unidad popular", pero tal cosa no existe ni ha existido nunca. En ningún proceso revolucionario el pueblo estuvo unido, ni durante la revolución francesa, donde no pocos campesinos se pusieron de parte del antiguo régimen contra las pretensiones burguesas de privatizar tierras comunales; ni durante la revolución soviética, que contó con el apoyo determinante del ejército, cansado de participar en la primera guerra mundial y llenar las cunetas de soldados; los mencheviques eran del pueblo no quisieron saber gran cosa con los bolcheviques, y lo mismo podemos decir de los "socialistas revolucionarios", muy implantados en el campo, de los anarquistas, muy implantados en Ucrania... 

¿Como pretender la unidad popular si el pueblo, por su propia naturaleza, es plural? No se puede pretender unidad popular alguna sin contar con los votantes del Partido Socialista (vuelvo ahora a España), con los votantes de los partidos de derecha, que tienen entre sus seguidores a muchos trabajadores, incluso modestos. La "unidad popular" no existe, solo en la imaginación de visionarios, solo como eslogan publicitario, pero no está el pueblo español para eslóganes cuando lo que necesita son otros debates: sobre los graves problemas que amenazan al país, a Europa y al mundo. 

Los mismos organizadores de la candidatura vencedora en las elecciones de febrero de 1936 le dieron el nombre de Frente Popular, lo que estaba de moda, para contrarrestar el auge de los fascismos, a lo que se sumaron los partidos comunistas. Manuel Azaña, Luis Araquistain, Fernando de los Ríos, Indalecio Prieto y otros muchos sabían que el concepto "pueblo" es una abstracción referida a la población de un determinado territorio. El pueblo es diverso, cambiante, fluido; hace aquí lo que antes hizo allá; de lo contrario no se explica -en los regímenes democráticos- que ese "pueblo" cambie en parte hacia un lado u otro del espectro político.

Si de verdad se quisiese la unidad de la izquierda -algo mucho más creíble- se contaría con el Partido Socialista para que la nucleara (no estoy seguro de que fuese capaz de hacerlo). Cualquier otro partido -o lo que sea- de la izquierda, no tiene el arraigo, la definición, la solidez histórica que tiene el Partido Socialista para una obra como la que necesita la izquierda en España: unirse. Sé que esto es difícil, porque la izquierda -y la derecha en no pocas ocasiones- ha estado tradicionalmente dividida, pero una cosa es esto y otra la atomización a que se está llegando. Espero que el electorado ponga las cosas en su sitio.

El electorado -como han estudiado no pocos sociólogos- tiende a concentrar su voto en las organizaciones y partidos más fuertes a priori, los que tienen programas más definidos aunque no sean del todo satisfactorios. Las aventuras rara vez tienen futuro, pueden tener un éxito pasajero, pero este mismo éxito no hace sino prolongar la división de la izquierda, cuando lo que se necesita es todo lo contrario.

Si los sindicatos jugasen el papel que en otras épocas jugaron, la izquierda estaría más unida, porque los trabajadores sindicados, además de atender a su conciencia, tienden a seguir las consignas societarias, pero no es el caso en la actualidad. Los partidos de izquierda no tienen a sus militantes o afiliados trabajando en los sindicatos de clase (esto último es casi motivo de anatema hoy en día). Es cierto que hay generaciones nuevas que tienen una idea distinta de la política, más pragmática, más a corto plazo. Por eso han tenido cierto éxito en elecciones locales algunas candidaturas. Pero unas elecciones legislativas son otra cosa: ¿van los españoles a dejar que se sienten en los escaños, que formen gobierno, advenedizos o pupulistas de poco pelo? 

Estos populistas conseguirán algún resultado electoral que satisfaga a sus dirigentes, pero lo único a lo que habrán contribuido es a dividir el voto de la izquierda. También el Partido Socialista, en otros países como en España, es culpable de esa división, porque se ha dejado llevar por inercias muy poco convenientes. Las políticas económicas de derecha e izquierda parten de no poner en cuestión el sistema capitalista. Se debe poner en cuestión el capitalismo desde la izquierda aunque se sepa y se diga que, hoy por hoy, no es posible superarlo, pero sí frenar sus desmanes, su maldad intrínseca. Solo de esta forma nuevas generaciones aprenderán que es posible una izquierda cuestionadora del sistema económico aplastante. Lo demás es dividir más y más a las organizaciones progresistas, algunas de las cuales incluso llegan a hablar, confundiendo al electorado, de "unidad popular". Una vaciedad como otra cualquiera.

L. de Guereñu Polán.

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