domingo, 12 de julio de 2015

"Confusión de confusiones"



La reciente lectura de “Confusión de confusiones”, obra escrita por el cordobés José Penso de la Vega a finales del siglo XVII, me ha traído a la memoria una breve experiencia de hace años en el Parlamento Europeo, donde estuve de “observador” (llamarle trabajo sería excesivo). La obra citada está formada por una serie de diálogos entre un comerciante, un filósofo y un especulador sobre el mundo de los negocios, más concretamente de las acciones bursátiles, “su realidad, su juego y su enredo”, dice Penso de la Vega.

Viene esto a cuento porque muchos comentaristas que intervienen en la televisión y que escriben en los periódicos, dan una visión equivocada del funcionamiento de la Unión Europea. Muy al contrario, aquello es, en ocasiones, como un mercado en el que cada uno trampea lo que puede, barre para casa y se desdice cada poco tiempo. La política europea es muy chanchullera, poco formal y el que no esté atento nada tiene que hacer. Pude asistir a algunos debates sobre la “pugna” entre la mantequilla y el aceite (ambos para usos culinarios) una vez que se habían incorporado España y Portugal que, junto con Italia, amenazaban la producción láctea y sus derivados. Aquello fue lo más sorprendente que yo había visto en materia de debates parlamentarios. Asistí a otros movimientos de unos países y otros en el sentido contrario al espíritu comunitario que predican los tratados: allí no se hablaba de la Unión Europea (entonces CE), sino de lo que cada uno iba a sacar en limpio para su propio estado.

Por otra parte los comisarios, parlamentarios y funcionarios se pusieron salarios astronómicos solo comparables a los de los más encumbrados “ejecutivos” de las grandes empresas mundiales. Como el número de parlamentarios y funcionarios ha ido creciendo, deshacer lo hecho costará Dios y ayuda. Gastos sin control, como el telefónico y otros “detalles” por el estilo hablan de lo poco ideal que es esa organización supranacional que llamamos UE.

La Eurostat (Oficina Europea de Estadística) está en pañales en cuanto a conocer fiablemente la realidad de unos países y otros. Léase si no el trabajo de Luis Espinosa “El sorprendente caso de la medición de la deuda griega. Crímenes, mentiras y estadísticas”, donde se ponen de manifiesto las deficiencias de la Eurostat para conocer la verdad, en primer lugar por no disponer de medios suficientes (¡en el juego de los grandes sueldos y dispendios!). El autor citado habla de cuestiones metodológicas, de la no armonización de las estadísticas europeas (a pesar de Maastricht, 1992) y otras cuestiones. Uno de los acuerdos de Maastricht estableció que ningún país podría tener un déficit público superior al 3% del PIB y luego vinieron los Pactos de Estabilidad y Crecimiento (1997) impulsados por el ministerio de finanzas alemán, pero en 2012 ningún país de la zona euro cumplió los criterios de convergencia que se exigían a los candidatos para entrar en ella (sigo al citado Luis Espinosa). Esta es la ortodoxia presupuestaria de los países que rodean a Alemania.

La Unión Europea no se enteró, hasta que Estados Unidos intervino, de la gran estafa de la manipulación del Libor (un tipo de tasa) cometida por la banca mundial contra millones de ahorradores. Entre esos bancos hay algunos europeos, los mismos que ahora presionan a las instituciones comunitarias contra el gobierno griego. Por lo tanto, menos rigurosa, la Unión Europea es cualquier cosa (sin perjuicio de los grandes beneficios que ha traído, en materia política y económica, a Europa).

Incluso llegó el momento en que Alemania y Francia incumplieron lo pactado en Maastricht: Francia, entre los años 2007 y 2010, superó lo permitido en materia de deuda pública hasta llegar al 82,30% en el último año citado. En cuanto a Alemania, su déficit público superó lo permitido en 2005 y 2010, llegando al 4,3% en el último año citado. Entonces los gobiernos alemán y francés presionaron, con éxito, para que sus estados no fueran penalizados por las instituciones comunitarias, como estaba previsto: “confusión de confusiones”.

Cada vez me doy más cuenta de que el problema con Grecia no es económico, pues el país representa muy poco de la economía comunitaria, sino político: los griegos no debieron elegir a un gobierno “populista”, que lo es, pero no al estilo venezolano o argentino, por poner dos ejemplos. Cierto que el gobierno griego ha de saber que estar en un club implica cumplir sus normas, pero la UE también debe saber que cualquier miembro puede intentar cambiarlas aprovechando una coyuntura grave para la población. Otra cosa será conseguirlo o no.

Cuando Estados Unidos, en la gran crisis de los años treinta, aplicó el New Deal, lo hizo a favor de todos sus estados (solo tuvo que retirar algunas leyes denunciadas ante el Tribunal Supremo por la gran patronal), pero la UE no es un estado para que todos los demás salgan en ayuda de Grecia. Hay un desajuste entre la unión monetaria y la unión política. Se exige a los estados que renuncien a parte de su soberanía con la intención de que una burocracia centralizada (ya se estudiará la responsabilidad socialdemócrata en este asunto) imponga medidas que un gobierno puede no aceptar de acuerdo con el compromiso adquirido con su pueblo.

Grecia tiene que pagar la deuda a los acreedores, sin duda, pero no podrá hacerlo en su integridad bajo ningún concepto. En dicha deuda hay responsabilidad de gobiernos griegos y de instituciones comunitarias. Una buena solución sería que la UE renunciase a sus formas chanchulleras y eligiese el camino de una verdadera unión política con todas sus consecuencias. De lo contrario esta será una obra inconclusa por la que entrarán todas las goteras cuando llueva (cuando venga la siguiente crisis).

L. de Guereñu Polán.

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