La reciente lectura de “Confusión de
confusiones”, obra escrita por el cordobés José Penso de la Vega a finales del siglo
XVII, me ha traído a la memoria una breve experiencia de hace años en el
Parlamento Europeo, donde estuve de “observador” (llamarle trabajo sería
excesivo). La obra citada está formada por una serie de diálogos entre un
comerciante, un filósofo y un especulador sobre el mundo de los negocios, más
concretamente de las acciones bursátiles, “su realidad, su juego y su enredo”,
dice Penso de la Vega.
Viene esto a cuento porque muchos comentaristas
que intervienen en la televisión y que escriben en los periódicos, dan una
visión equivocada del funcionamiento de la Unión Europea. Muy al
contrario, aquello es, en ocasiones, como un mercado en el que cada uno trampea
lo que puede, barre para casa y se desdice cada poco tiempo. La política
europea es muy chanchullera, poco formal y el que no esté atento nada tiene que
hacer. Pude asistir a algunos debates sobre la “pugna” entre la mantequilla y el
aceite (ambos para usos culinarios) una vez que se habían incorporado España y
Portugal que, junto con Italia, amenazaban la producción láctea y sus
derivados. Aquello fue lo más sorprendente que yo había visto en materia de
debates parlamentarios. Asistí a otros movimientos de unos países y otros en el
sentido contrario al espíritu comunitario que predican los tratados: allí no se
hablaba de la Unión Europea
(entonces CE), sino de lo que cada uno iba a sacar en limpio para su propio
estado.
Por otra parte los comisarios, parlamentarios y
funcionarios se pusieron salarios astronómicos solo comparables a los de los
más encumbrados “ejecutivos” de las grandes empresas mundiales. Como el número
de parlamentarios y funcionarios ha ido creciendo, deshacer lo hecho costará
Dios y ayuda. Gastos sin control, como el telefónico y otros “detalles” por el
estilo hablan de lo poco ideal que es esa organización supranacional que
llamamos UE.
La Eurostat (Oficina Europea de Estadística) está en pañales en cuanto a conocer
fiablemente la realidad de unos países y otros. Léase si no el trabajo de Luis
Espinosa “El sorprendente caso de la medición de la deuda griega. Crímenes,
mentiras y estadísticas”, donde se ponen de manifiesto las deficiencias de la Eurostat para conocer la
verdad, en primer lugar por no disponer de medios suficientes (¡en el juego de
los grandes sueldos y dispendios!). El autor citado habla de cuestiones
metodológicas, de la no armonización de las estadísticas europeas (a pesar de
Maastricht, 1992) y otras cuestiones. Uno de los acuerdos de Maastricht
estableció que ningún país podría tener un déficit público superior al 3% del
PIB y luego vinieron los Pactos de Estabilidad y Crecimiento (1997) impulsados
por el ministerio de finanzas alemán, pero en 2012 ningún país de la zona euro
cumplió los criterios de convergencia que se exigían a los candidatos para
entrar en ella (sigo al citado Luis Espinosa). Esta es la ortodoxia
presupuestaria de los países que rodean a Alemania.
La Unión Europea no se enteró, hasta que Estados
Unidos intervino, de la gran estafa de la manipulación del Libor (un tipo de
tasa) cometida por la banca mundial contra millones de ahorradores. Entre esos
bancos hay algunos europeos, los mismos que ahora presionan a las instituciones
comunitarias contra el gobierno griego. Por lo tanto, menos rigurosa, la Unión Europea es cualquier cosa
(sin perjuicio de los grandes beneficios que ha traído, en materia política y
económica, a Europa).
Incluso llegó el momento en que Alemania y Francia
incumplieron lo pactado en Maastricht: Francia, entre los años 2007 y 2010,
superó lo permitido en materia de deuda pública hasta llegar al 82,30% en el
último año citado. En cuanto a Alemania, su déficit público superó lo permitido
en 2005 y 2010, llegando al 4,3% en el último año citado. Entonces los
gobiernos alemán y francés presionaron, con éxito, para que sus estados no
fueran penalizados por las instituciones comunitarias, como estaba previsto:
“confusión de confusiones”.
Cada vez me doy más cuenta de que el problema
con Grecia no es económico, pues el país representa muy poco de la economía
comunitaria, sino político: los griegos no debieron elegir a un gobierno
“populista”, que lo es, pero no al estilo venezolano o argentino, por poner dos
ejemplos. Cierto que el gobierno griego ha de saber que estar en un club
implica cumplir sus normas, pero la
UE también debe saber que cualquier miembro puede intentar
cambiarlas aprovechando una coyuntura grave para la población. Otra cosa será
conseguirlo o no.
Cuando Estados Unidos, en la gran crisis de los
años treinta, aplicó el New Deal, lo hizo a favor de todos sus estados (solo
tuvo que retirar algunas leyes denunciadas ante el Tribunal Supremo por la gran
patronal), pero la UE
no es un estado para que todos los demás salgan en ayuda de Grecia. Hay un
desajuste entre la unión monetaria y la unión política. Se exige a los estados
que renuncien a parte de su soberanía con la intención de que una burocracia
centralizada (ya se estudiará la responsabilidad socialdemócrata en este
asunto) imponga medidas que un gobierno puede no aceptar de acuerdo con el
compromiso adquirido con su pueblo.
Grecia tiene que pagar la deuda a los
acreedores, sin duda, pero no podrá hacerlo en su integridad bajo ningún
concepto. En dicha deuda hay responsabilidad de gobiernos griegos y de
instituciones comunitarias. Una buena solución sería que la UE renunciase a sus formas
chanchulleras y eligiese el camino de una verdadera unión política con todas
sus consecuencias. De lo contrario esta será una obra inconclusa por la que
entrarán todas las goteras cuando llueva (cuando venga la siguiente crisis).
L. de Guereñu Polán.
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