Coincido con varios sabios que han dicho esto
bastante antes que yo: la propiedad privada es el origen de la mayoría de los
males que sufre la humanidad. En los tiempos que corren, cuando casi todo el
mundo aspira a ser propietario, puede parecer motivo de anatema abonarse a tal
idea; en todo caso por propiedad privada no deben entenderse las baratijas, el
huerto de un campesino o la casa donde caerse algún día muerto. La propiedad
privada, como la entendieron los que nos han precedido para condenarla, es la
de los medios de producción: minas, banca, transportes, tierra, grandes
corporaciones industriales, etc.
Dicho esto, como parece ser que el género
humano propende a acumular riquezas en la medida en que se le da la más mínima
ocasión, los más avispados, los que más oportunidades tienen o los que mayor
capacidad demuestran para robar y hacer trampas, se han hecho con tales grados
de propiedad que sojuzgan con ella la voluntad de los pueblos y la capacidad
legislativa de los estados. Valga decir que hay fortunas privadas mayores que
la riqueza de estados enteros.
Hace poco escuché el parlamento de una joven
mujer (no me acuerdo en que foro) la cual decía que todos los estados
democráticos consagran el derecho a la propiedad, la necesidad del reparto
justo y equitativo de la renta y de la riqueza y determinados derechos como el
trabajo, la vivienda, la educación, la sanidad, etc. Pero ningún estado señala
COMO se propone alcanzar que esos derechos (aparte el de propiedad) en efecto
se lleven a la práctica. Ninguno señala que para conseguir dichos objetivos
habrá que desposeer a los grandes dueños del dinero, no hay otra fórmula. Por
lo tanto pasa el tiempo y las proclamas están ahí, pero grandes masas de
población siguen empobrecidas, injustamente tratadas o sin poder atender sus
necesidades básicas. Si esto lo llevamos a nivel planetario el grado de
injusticia es ya gigantesco.
Las clases dirigentes europeas, durante el
siglo XIX (y ya antes) hicieron figurar en los códigos legales que aprobaron
(Constituciones) que el derecho de propiedad era imprescriptible y se
equiparaba a derechos como el de la vida y el de la libertad. Cualquiera que no
esté dispuesto a renunciar a la razón sabe que los derechos a la vida y a la
libertad, por ejemplo, están muy por delante del derecho de propiedad.
Si uno se pregunta como se llega a acumular tan
gran cantidad de propiedad como algunas personas y corporaciones amasan, no le
queda más remedio que admitir que ha tenido que ser mediante la trampa, el
delito y/o los favores políticos, fáciles estos últimos cuando se está en
contacto con los mandamases de los países o cuando los grandes propietarios
son, al mismo tiempo, dichos mandamases. Si nos preguntamos que culpa tiene el
vástago que ha heredado una fortuna monumental de sus ancestros (empresas,
acciones, campos petrolíferos, etc.) no queda más remedio que pensar que
alguien, antes que él, ha hecho las trampas necesarias para que dicho vástago
haya podido heredar tal fortuna. En la cadena de la acumulación de riqueza tiene
que haber una cuota parte de ilegalidad, de robo, de extorsión, de exacción
punible.
Pretender –esto también lo he tomado de sabios
que me han precedido en el tiempo- que los grandes dueños del dinero en el
mundo, lo han amasado legalmente y por su esfuerzo denodado, es no tener ni
idea de cómo funciona el mundo y la economía que lo corrompe. Cierto que existe
el burgués honrado y laborioso que, a base de una vida puritana y de ahorro, ha
conseguido amasar una notable fortuna, pero este no es el caso que se pueda
generalizar; el que sí se puede generalizar es aquel por el que las grandes
fortunas se han hecho al amparo del poder político, del uso espurio de dicho
poder político o mediante las más monumentales trampas que el mundo haya
conocido. La explotación a que se ven sometidos millones de seres humanos para
que unos cuantos miles sean los dueños del mundo hace el resto.
L. de Guereñu Polán.
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