jueves, 23 de julio de 2015

Robar es progresar (unos pocos)



Coincido con varios sabios que han dicho esto bastante antes que yo: la propiedad privada es el origen de la mayoría de los males que sufre la humanidad. En los tiempos que corren, cuando casi todo el mundo aspira a ser propietario, puede parecer motivo de anatema abonarse a tal idea; en todo caso por propiedad privada no deben entenderse las baratijas, el huerto de un campesino o la casa donde caerse algún día muerto. La propiedad privada, como la entendieron los que nos han precedido para condenarla, es la de los medios de producción: minas, banca, transportes, tierra, grandes corporaciones industriales, etc.

Dicho esto, como parece ser que el género humano propende a acumular riquezas en la medida en que se le da la más mínima ocasión, los más avispados, los que más oportunidades tienen o los que mayor capacidad demuestran para robar y hacer trampas, se han hecho con tales grados de propiedad que sojuzgan con ella la voluntad de los pueblos y la capacidad legislativa de los estados. Valga decir que hay fortunas privadas mayores que la riqueza de estados enteros.

Hace poco escuché el parlamento de una joven mujer (no me acuerdo en que foro) la cual decía que todos los estados democráticos consagran el derecho a la propiedad, la necesidad del reparto justo y equitativo de la renta y de la riqueza y determinados derechos como el trabajo, la vivienda, la educación, la sanidad, etc. Pero ningún estado señala COMO se propone alcanzar que esos derechos (aparte el de propiedad) en efecto se lleven a la práctica. Ninguno señala que para conseguir dichos objetivos habrá que desposeer a los grandes dueños del dinero, no hay otra fórmula. Por lo tanto pasa el tiempo y las proclamas están ahí, pero grandes masas de población siguen empobrecidas, injustamente tratadas o sin poder atender sus necesidades básicas. Si esto lo llevamos a nivel planetario el grado de injusticia es ya gigantesco.

Las clases dirigentes europeas, durante el siglo XIX (y ya antes) hicieron figurar en los códigos legales que aprobaron (Constituciones) que el derecho de propiedad era imprescriptible y se equiparaba a derechos como el de la vida y el de la libertad. Cualquiera que no esté dispuesto a renunciar a la razón sabe que los derechos a la vida y a la libertad, por ejemplo, están muy por delante del derecho de propiedad.

Si uno se pregunta como se llega a acumular tan gran cantidad de propiedad como algunas personas y corporaciones amasan, no le queda más remedio que admitir que ha tenido que ser mediante la trampa, el delito y/o los favores políticos, fáciles estos últimos cuando se está en contacto con los mandamases de los países o cuando los grandes propietarios son, al mismo tiempo, dichos mandamases. Si nos preguntamos que culpa tiene el vástago que ha heredado una fortuna monumental de sus ancestros (empresas, acciones, campos petrolíferos, etc.) no queda más remedio que pensar que alguien, antes que él, ha hecho las trampas necesarias para que dicho vástago haya podido heredar tal fortuna. En la cadena de la acumulación de riqueza tiene que haber una cuota parte de ilegalidad, de robo, de extorsión, de exacción punible.

Pretender –esto también lo he tomado de sabios que me han precedido en el tiempo- que los grandes dueños del dinero en el mundo, lo han amasado legalmente y por su esfuerzo denodado, es no tener ni idea de cómo funciona el mundo y la economía que lo corrompe. Cierto que existe el burgués honrado y laborioso que, a base de una vida puritana y de ahorro, ha conseguido amasar una notable fortuna, pero este no es el caso que se pueda generalizar; el que sí se puede generalizar es aquel por el que las grandes fortunas se han hecho al amparo del poder político, del uso espurio de dicho poder político o mediante las más monumentales trampas que el mundo haya conocido. La explotación a que se ven sometidos millones de seres humanos para que unos cuantos miles sean los dueños del mundo hace el resto.

L. de Guereñu Polán.

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