lunes, 2 de noviembre de 2015

LA PERLA DEL CARIBE


Asoman tiempos de mudanza. El viento de la Historia y la biología inexorable amenazan barrer el ultimo suspiro de lo que nació como ilusión y sueño de mundo distinto. En los que ensoñaron espacios diferentes, de solidaridad y hombres nuevos, se cierne la nostalgia al caer en cuenta  que  tras frecuentar el viejo saurio con ojos de esmeralda también conocido como Cuba, nacida República en Armas,  y superando la gualdrapa de tópicos bajo los que la realidad suele agazaparse, es difícil sustraerse a la tentación de sentirse cómplice y asociado de sus vivencias y ansias.

El país entra en el corazón, y al menor despiste en el ánimo del viajero, se anida de forma inconsciente en su latir. Cuba esgrime razones que adquieren distinta entidad para aquellos visitantes cuyo origen se corresponde con gentes que, solventada la distancia, hicieron raíz en su generosidad antillana. Es casi imposible haberse  foráneo, cuando asomándose al espejo de esta otra orilla, de ese mar que más une que distancia, se reflejan virtudes, defectos, grandezas y miserias, con mucho de común. Quizás solo la intensidad pueda establecer la diferencia.

Cuba es como un ejercicio de asomarse a nuestro pasado próximo. Es reencontramos con algunos aspectos muy nuestros, que sólo el esfuerzo de unas décadas van dejando en vestigio El acontecer cubano despierta curiosidad o ira. Cualquier sentimiento, menos indiferencia. Se halla en la estela mágica de un Nicolás Guillen, a la vez cantor y enamorado de su tierra, que su genio convierte en poesía. No es menos eficaz como camino iniciatico, la pluma esplendorosa y resentida de Cabrera Infante humedecida en el negro tintero del exilio. Carpentier, el Alejo afrancesado, maestro del eslabón interminable y simbólico, del encadenamiento de la palabra en prosa que casi es verso,  rehén del mismo dilema que aquellos españoles que en el siglo XIX tenían el corazón hendido.

Abandonando el Olimpo de los escribas ilustrados por veredas más prosaicas, vale otear escuetas informaciones de articulistas diversos y pelaje distinto Afloran en letra de molde fervores y condenas. Pero sobre todo están los actores.  Ese elenco anónimo que se desloma sobre pedales de pesadas bicicletas llegadas de Oriente, bajo un sol imposible e impío. Las mocitas que perlan de sudor su cuerpo moreno prodigando afanes sobre anatomías desconocidas ansiosas de sensualidad tropical. Las amas de casa intentando “resolver” con lo que llega de la bodega al mes.  Tarea de titanes en casas donde ni los niños ni el abuelo entendieron lo del período especial, ni el nuevo “aperturismo”... Los que agostan diariamente ansías y sueños en los vericuetos de una política que creyeron con fervor apostólico y que hoy se les escurre entre los dedos con goteo de doloroso desengaño. Los balseros que confían, cada vez menos, su impaciencia a un par de neumáticos y una lona en pulso desigual con noventa millas de mar incierto. Actores todos con aura fantasmagórica interpretando el último acto del drama, en un escenario donde las candilejas enmudecen y el decorado se resquebraja. 

Cuentan que  Don Cristóbal, Adelantado, Almirante de mar océano apareció por aquellos pagos con patente de Virrey. Genovés, luso, veneciano, gallego, nacido él, solo donde a ciencia cierta lo supo su señora madre, quedó embobado frente aquel paraíso ignoto y lujuriante que nacía ante sus ojos, aun con angustia de vientos y calmas, zozobras y revueltas, tras caminar sus peripecias sobre cuadernas maltrechas en áspera singladura. Con ojos de fiebre amarilla, amarilla de Cipangos y Catay, amarilla de sueños áureos, pesadillas en catre de cruz y espada, vio amanecer el trópico en toda su gloria, curva sensual de arena dorada ceñida al evento descubridor.  Encuentro de razas, en voluptuosas transparencias de verdes luminosos….Mágica acuarela ornada de palmas reales de cintura cimbreante, anticipado diseño del dibujo de una raza mestiza.

El cartógrafo, el nauta, mendicante de reales cortes, apeándose de la peana de gran hombre fue poeta y musitó, por una vez no enigmático, aquesta tierra es la más fermosa que ojos humanos vieron… La Isla...  Tan donosa como sólo puede serio un espléndido trazo del divino pincel sobre el verdeazul antillano. Tan hechizadora, que hizo decir a Gertrudis Gómez de Avellaneda, finura habanera envuelta en delicada mantilla española,

Más no parto. Si partiera,
al instante yo quisiera regresar...

 Siglos después llegaron unos jóvenes, iluminados de limpias intenciones, con frescor enroscado en sus barbas revueltas y todavía negras. Al frente un inquieto oriental, nacido en Colina Biran y doctorado en Derecho. El país hervía como una cacerola en buen fuego atizado por los desordenados apetitos de Don Fulgencio, por cierto oriental también él. El mulato Batista conocía poco la tozudez de los gallegos, aunque sean de segunda generación.  Fidel regresó desde la Isla de Pinos a donde le enviara amablemente deportado, pasando por la Sierra Maestra. Volvió cargado de ideales. El país tenía injusticias mil, pero también riqueza. Desgraciadamente nadie se había acordado de la utilidad de distribuirla aunque fuera de forma somera. Y en el olvido, se la habían quedado unos pocos. 

Cincuenta y tantos años más tarde  viejo y retirado, El Comandante, timonel de navío desarbolado, de victoria pírrica en victoria pírica hasta un desenlace final inevitable, ve encanecer su barba y su discurso, anclado en  retórica estática cada vez mas empequeñecida. Su buque, hoy en manos de su grumete, cruelmente azotado en la rompiente del destino deriva sin brújula ni bitácora a merced de los elementos, fuera de espacio y de tiempo,  Del impulso juvenil, de horizontes generosos apenas queda en la ópera aperta de Cuba, un intermezzo agónico. La delicadeza intenta paliar la verdad y consolar la nostalgia de bellas ilusiones. Pero, nada podrá evitar un funeral amargo, huérfano del fulgor luminoso del verso de Neruda, glorioso difunto en rincón recóndito de Araucanía con rumor a mar. Si acaso en triste hora  sirva la sequedad cervantina, cada cual es artífice de su ventura.  Cuba, es ya creciente murmullo fuera de escena, que el mito hecho Comandante, no pudo, no quiso, no supo oír, ensordecido o ensoberbecido en su orquesta obsoleta dirigida con batuta que se volvió sable. Y en el final, teniendo de confidente  a Dante, en susurro latino aderezado de un toque de estoicismo galaico, pueda confortarse oyéndole... La gloria humana no es más que un hálito de viento, que unas veces sopla de aquí, y otras de allá.

Con ojos melancólicos algunos viejos y nostálgicos pensaran con tristeza al ver ondear nuevamente, entre Malecón y Calzada, con toda su impúdica impertinencia, la bandera de las barras y las estrellas  en “La Embajada”, ...Tanto nadar...para morir en la orilla.


Antonio Campos Romay

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