Asoman tiempos de mudanza. El viento de la
Historia y la biología inexorable amenazan barrer el ultimo suspiro de lo que
nació como ilusión y sueño de mundo distinto. En los que ensoñaron espacios
diferentes, de solidaridad y hombres nuevos, se cierne la nostalgia al caer en
cuenta que tras frecuentar el viejo saurio con ojos de
esmeralda también conocido como Cuba, nacida República en Armas, y superando la gualdrapa de tópicos bajo los
que la realidad suele agazaparse, es difícil sustraerse a la tentación de
sentirse cómplice y asociado de sus vivencias y ansias.
El país entra en el corazón, y al menor despiste
en el ánimo del viajero, se anida de forma inconsciente en su latir. Cuba
esgrime razones que adquieren distinta entidad para aquellos visitantes cuyo
origen se corresponde con gentes que, solventada la distancia, hicieron raíz en
su generosidad antillana. Es casi imposible haberse foráneo, cuando asomándose al espejo de esta
otra orilla, de ese mar que más une que distancia, se reflejan virtudes,
defectos, grandezas y miserias, con mucho de común. Quizás solo la intensidad
pueda establecer la diferencia.
Cuba es como un ejercicio de asomarse a nuestro
pasado próximo. Es reencontramos con algunos aspectos muy nuestros, que sólo el
esfuerzo de unas décadas van dejando en vestigio El acontecer cubano despierta
curiosidad o ira. Cualquier sentimiento, menos indiferencia. Se halla en la
estela mágica de un Nicolás Guillen, a la vez cantor y enamorado de su tierra,
que su genio convierte en poesía. No es menos eficaz como camino iniciatico, la
pluma esplendorosa y resentida de Cabrera Infante humedecida en el negro
tintero del exilio. Carpentier, el Alejo afrancesado, maestro del eslabón
interminable y simbólico, del encadenamiento de la palabra en prosa que casi es
verso, rehén del mismo dilema que
aquellos españoles que en el siglo XIX tenían el corazón hendido.
Abandonando el Olimpo de los escribas ilustrados
por veredas más prosaicas, vale otear escuetas informaciones de articulistas
diversos y pelaje distinto Afloran en letra de molde fervores y condenas. Pero
sobre todo están los actores. Ese elenco
anónimo que se desloma sobre pedales de pesadas bicicletas llegadas de Oriente,
bajo un sol imposible e impío. Las mocitas que perlan de sudor su cuerpo moreno
prodigando afanes sobre anatomías desconocidas ansiosas de sensualidad
tropical. Las amas de casa intentando “resolver” con lo que llega de la bodega
al mes. Tarea de titanes en casas donde
ni los niños ni el abuelo entendieron lo del período especial, ni el nuevo
“aperturismo”... Los que agostan diariamente ansías y sueños en los vericuetos
de una política que creyeron con fervor apostólico y que hoy se les escurre
entre los dedos con goteo de doloroso desengaño. Los balseros que confían, cada
vez menos, su impaciencia a un par de neumáticos y una lona en pulso desigual
con noventa millas de mar incierto. Actores todos con aura fantasmagórica
interpretando el último acto del drama, en un escenario donde las candilejas
enmudecen y el decorado se resquebraja.
Cuentan que
Don Cristóbal, Adelantado, Almirante de mar océano apareció por aquellos
pagos con patente de Virrey. Genovés, luso, veneciano, gallego, nacido él, solo
donde a ciencia cierta lo supo su señora madre, quedó embobado frente aquel
paraíso ignoto y lujuriante que nacía ante sus ojos, aun con angustia de
vientos y calmas, zozobras y revueltas, tras caminar sus peripecias sobre
cuadernas maltrechas en áspera singladura. Con ojos de fiebre amarilla,
amarilla de Cipangos y Catay, amarilla de sueños áureos, pesadillas en catre de
cruz y espada, vio amanecer el trópico en toda su gloria, curva sensual de
arena dorada ceñida al evento descubridor.
Encuentro de razas, en voluptuosas transparencias de verdes
luminosos….Mágica acuarela ornada de palmas reales de cintura cimbreante,
anticipado diseño del dibujo de una raza mestiza.
El cartógrafo, el nauta, mendicante de reales
cortes, apeándose de la peana de gran hombre fue poeta y musitó, por una vez no
enigmático, aquesta tierra es la más fermosa que ojos humanos vieron… La
Isla... Tan donosa como sólo puede serio
un espléndido trazo del divino pincel sobre el verdeazul antillano. Tan
hechizadora, que hizo decir a Gertrudis Gómez de Avellaneda, finura habanera
envuelta en delicada mantilla española,
Más
no parto. Si partiera,
al
instante yo quisiera regresar...
Siglos
después llegaron unos jóvenes, iluminados de limpias intenciones, con frescor
enroscado en sus barbas revueltas y todavía negras. Al frente un inquieto
oriental, nacido en Colina Biran y doctorado en Derecho. El país hervía como
una cacerola en buen fuego atizado por los desordenados apetitos de Don
Fulgencio, por cierto oriental también él. El mulato Batista conocía poco la
tozudez de los gallegos, aunque sean de segunda generación. Fidel regresó desde la Isla de Pinos a donde
le enviara amablemente deportado, pasando por la Sierra Maestra. Volvió cargado
de ideales. El país tenía injusticias mil, pero también riqueza.
Desgraciadamente nadie se había acordado de la utilidad de distribuirla aunque
fuera de forma somera. Y en el olvido, se la habían quedado unos pocos.
Cincuenta y tantos años más tarde viejo y retirado, El Comandante, timonel de
navío desarbolado, de victoria pírrica en victoria pírica hasta un desenlace
final inevitable, ve encanecer su barba y su discurso, anclado en retórica estática cada vez mas empequeñecida.
Su buque, hoy en manos de su grumete, cruelmente azotado en la rompiente del
destino deriva sin brújula ni bitácora a merced de los elementos, fuera de
espacio y de tiempo, Del impulso
juvenil, de horizontes generosos apenas queda en la ópera aperta de
Cuba, un intermezzo agónico. La delicadeza intenta paliar la verdad y
consolar la nostalgia de bellas ilusiones. Pero, nada podrá evitar un funeral
amargo, huérfano del fulgor luminoso del verso de Neruda, glorioso difunto en
rincón recóndito de Araucanía con rumor a mar. Si acaso en triste hora sirva la sequedad cervantina, cada cual es
artífice de su ventura. Cuba, es ya
creciente murmullo fuera de escena, que el mito hecho Comandante, no pudo, no
quiso, no supo oír, ensordecido o ensoberbecido en su orquesta obsoleta
dirigida con batuta que se volvió sable. Y en el final, teniendo de
confidente a Dante, en susurro latino
aderezado de un toque de estoicismo galaico, pueda confortarse oyéndole... La
gloria humana no es más que un hálito de viento, que unas veces sopla de aquí,
y otras de allá.
Con ojos melancólicos algunos viejos y nostálgicos
pensaran con tristeza al ver ondear nuevamente, entre Malecón y Calzada, con
toda su impúdica impertinencia, la bandera de las barras y las estrellas en “La Embajada”, ...Tanto nadar...para morir
en la orilla.
Antonio Campos Romay
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