A
principios de 2015 escribí, en este
mismo medio, sobre el alud de sondeos, encuestas y estudios que intentaban, más
que conocer las intenciones de voto, dirigir ese voto hacia lo que el que paga desea.
Como
algo más de un año después estamos, otra
vez, en un magma muy similar, conviene revisar experiencias y unas referencias
mínimas que permitan al ciudadano de a pie afrontar el trance sin “tolear”. Empecemos
por lo más elemental: Para entender algo del ese alud de encuestas, sondeos y
otros instrumentos, es necesario algún conocimiento básico sobre esas técnicas
sociológicas.
Las
diferencias entre los distintos métodos están relacionadas con su extensión y,
sobre todo, el tipo de respuestas que los consultados pueden dar.
Las encuestas son largas
con múltiples preguntas, y múltiples respuestas, algunas a iniciativa del encuestado.
Los sondeos son cuestionarios cortos, a menudo con una sola pregunta. Los
estudios son meras interpretaciones de datos, muchas veces proporcionados por
ajenos. Solo si una encuesta o un sondeo científico están bien realizados pueden
proporcionar una visión fiable de la opinión de mucha gente, y no solo de los
que fueron entrevistados. Y un principio lógico: cuanto mayor sea la extensión
del cuestionario y el tamaño de la muestra, menos cocina será necesaria.
Para
unas Elecciones Generales el CIS suele,
o solía, utilizar del orden de 15.000 encuestas, la mayor parte realizadas en
persona, y lo que se está publicando, con profusión, se basa en muestras de 1.000, 2.000 o 2.500
consultas telefónicas. En las elecciones del 20 D, para los 4 principales
partidos, el CIS tuvo errores del 2 al 8% de los votos válidos, por lo que en
algún caso el desvío, respecto a los pronósticos, supero la cuarta parte del %
real, y ello a pesar de que el CIS cuenta en su despensa con el mayor histórico
de especias para la “cocina”. Y si revisamos el resto de encuestas y sondeos de
grandes medios, es que la mayor parte ni acertaron en el orden de las cuatro
primeras fuerzas políticas.
Para
que la consulta se pueda calificar de científica la muestra debe ser
suficientemente amplia (como hemos visto este requisito se incumple por la
práctica totalidad de lo publicado hasta ahora) y la elección de los
consultados debe componerse de una mezcla adecuada de una elección muy dirigida
de los colectivos y muy aleatoria en los individuos a consultar. La consulta
telefónica elimina de la muestra a todos los que no tienen teléfono y a aquellos
que no se aclaran con las nuevas tecnologías, pero que votan (toda una amplia
clase social). Por otra parte los históricos de las empresas que las realizan
ni se aproximan al del CIS, y en el momento de la interpretación de los datos,
para que sea lo más objetiva posibles y próxima a la foto del momento, es
imprescindible detectar esas sutilezas que da la experiencia, y para ello la
historia de las elecciones anteriores es la única película fiable, incluso más después
de la importante inflexión producida el 20D.
Un
dato que debería figurar, junto a la ficha técnica, es el de los resultados
directos, aún sabiendo que estos demandan inexcusablemente la cocina del
experto para que sirvan de análisis de la realidad y aproximarse al resultado
de las elecciones. Esto suele ser ignorado por muchos de los medios, por una
razón muy obvia: evitar que el lector saque
sus propias conclusiones.
Con
todas esas premisas, podemos apuntar a una conclusión evidente: La práctica
totalidad de lo que se está publicando, valorado en conjunto, tiene como primer ,y casi único, objetivo, que el electorado, que pasa por un estado de confusión superlativo, acepte las
tesis ideológicas que interesan a los dueños del medio que publica la encuesta,
sondeo o estudio.
Esa
confusión está siendo alimentada desde importantes grupos de presión económicos
y mediáticos, así como por el propio gobierno y su partido, para que ignorando
realidades como el impacto de los recortes, las pérdidas de derechos, y una corrupción no tan generalizada, como
por otra parte se quiere vender (la inmensa mayoría de los casos se centra en
un solo partido), el hipotético bien a obtener mediante la emisión del voto sea
algo tan etéreo e instrumental como la estabilidad, confundiendo la herramienta
con la obra.
Vamos,
que lo que menos importa es la opinión de los entrevistados, en contra de lo
que la mayor parte de los titulares mediáticos sostienen, lo verdaderamente
importante para los que invierten en las consultas es influir en una opinión
pública, que tiene difícil digerir el alud
de datos y discursos, que recibe desde los portavoces de los distintos
partidos, y la incomprensible, desde el punto de vista democrático, inacción
del principal responsable, en medio de
una situación política donde la venta de estabilidad es un insulto a la
inteligencia, o al sentido común , si así se prefiere.
Abril
de 2016
Isidoro Gracia
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