Dice la Constitución:
La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes
del Estado. Sobre otros poderes:
financieros, de opinión, religiosos, etc. sus fuentes son menos claras.
Si
empezamos con “los otros poderes”, esos que no emanan del pueblo, es muy
evidente que hay uno que, en este momento de la historia occidental, destaca de
forma clara, aquí y en el resto del mundo: el poder del dinero; ejercido
por grandes banqueros y especuladores. No
solo hace evidente su poder haciendo que la primera prioridad de los gobiernos
sea la banca, por encima del bienestar
de la mayoría de los ciudadanos, incluso de la supervivencia de algunos (para
verificarlo basta ver la evolución del número de suicidios en estados como
Grecia y España) sino que ha conseguido que se explicite en constituciones democráticas, democráticas al menos antes de
recoger esa maldad absoluta, como absoluta
califica la prioridad del pago de la deuda el propio texto (en la española en
sus articulo 135.3).
Si
continuamos con lo que anteriormente se llamaba
cuarto poder, el derivado de la libertad de expresión, con solo observar
lo que se conoce del accionariado de los grandes medios de comunicación,
veremos que ese poder solo es ejercido, yo diría que modesta y casi
heroicamente, por los que utilizan los
huecos que la evolución tecnológica va abriendo, ya que no existe ningún gran
medio de comunicación privado, ya sea de prensa , de radio o de televisión, que
no esté mayoritariamente controlado por los que disponen de gran poder
financiero.
Religión
y poder han ido siempre asociados, y frecuentemente el poder político se ha
identificado con el máximo poder religioso o determinaba a este, y
viceversa. Esto, muy evidente en el Islam, ha evolucionado en el cristianismo
hacia una separación entre el poder espiritual y el político, si bien fenómenos
como el Tea Party en EEUU, y algunas reacciones ante hechos como el del
yihadismo y el de los refugiados, han producido también en Europa una mezcla de
nacionalismo y busca de señas de identidad
religiosa, que usando la religión como
“aparato religioso”, se encarga de velar por la una moral muy determinada, que
justifica o desautoriza al poder político.
Vemos
pues que “los otros poderes” no son nada independientes, dependen de unas
minorías que a la vez intentan controlar los poderes democráticos; y una forma
de controlarlos es, primero separándolos, llevando el concepto independencia a
un absolutismo que el propio concepto de Democracia rechaza, al hacer depender a
todos de la misma fuente: el sujeto llamado Pueblo, y segundo infiltrando en
ellos a sus mandados, a la vez que denigran, mediante el uso de sus medios de
opinión, los procedimientos e instituciones que les resultan de más difícil
control.
En
España la campaña de desprestigio de todo lo basado en la elección como procedimiento,
es muy clara desde el propio comienzo
del actual periodo democrático, la compra de electos es práctica corriente (con
joyas como “el tamayazó”), en la que la culpa siempre recae, cuando recae, en
el corrupto y nunca en el corruptor.
Se ha
instalado, mediante la repetición mediática hasta la nausea, que existe un
único poder verdaderamente “independiente”:
el judicial, pues bien, de los tres
poderes clásicos, legislativo, ejecutivo y judicial, es este último el de menos
elementos democráticos. El legislativo recibe el mandato del Pueblo en una
elección directa, el ejecutivo en una elección de segundo grado, pero el juez y
el fiscal no son electos, acceden a sus puestos mediante oposiciones y
concursos que se han mostrado un buen camino para la cooptación (hay apellidos
muy repetidos en muchos juzgados, donde abundan padres, hijos hermanos y primos).
Es mi opinión, que es más de fiar, desde el punto de
vista democrático, alguien que se va someter periódicamente al veredicto de las
urnas, y en consecuencia a obtener y renovar su poder de la fuente correcta,
que aquellos que solo tiene que dar cuentas ante sus colegas de profesión.
Quizá si algunos cargos judiciales se obtuvieran por elección popular, como
ocurre en alguna Democracia occidental,
quedaría mucho más evidente la emanación popular del poder, hoy no es así.
El porqué especialmente tiene tan mala prensa el político
electo (sobre todo diputados y senadores) quizá no sea solo fruto de algunos de
sus errores, sino que su dependencia de los votos ciudadanos puede hacer que
intente legislar para que se cumplan mandatos constitucionales tales como que: Toda la riqueza del país en sus distintas formas
y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general (art.
128.1), lo que entra en colisión con algunas prácticas del poder financiero. O
aquella que dice que se tiene derecho: A comunicar o recibir libremente información
veraz por cualquier medio de difusión (Art.
20.1.d), lo que choca frontalmente con la muy mala costumbre de muchos medios
de comunicación, vender opinión como
información veraz, costumbre que se
practica de forma muy generalizada por el antes cuarto poder, hoy en buena
parte mero anexo al poder financiero.
A modo
de conclusión: demostrado que todo poder depende y es ejercido por alguien, y a
la vista de los hechos, parece que las
esperanzas de que la dependencia de la fuente democrática de todo poder sea
tenida en cuenta, depende casi exclusivamente de los tan vituperados políticos
que se presentan a unas elecciones.
Abril de 2016
Isidoro Gracia
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