Leyendo
a D. Gabriel Jaraba, periodista y profesor de la Universidad Autónoma de
Barcelona, cabe quedarse con unas frases de la mayor enjundia en orden al
escenario que nos toca vivir. “Doscientos años después esto no es una crisis,
es una contrarrevolución antidemocrática”.
Y como no coincidir en su apreciación cuando manifiesta, “la involución
ideológica que ahora triunfa, hace cuarenta años que se prepara en multitud de
laboratorios neo-conservadores esperando el momento oportuno para hacer la
guerra. El auténtico campo de batalla es la mismísima constitución moral de
nuestra civilización y nuestra cultura”
Ciertamente
hoy estamos padeciendo los efectos generados hace décadas por las políticas
perfectamente orquestadas de la administración
Reagan, y las actuaciones de la Sra. Thacher entre otros. Doctrinas
encaminadas a poner en valor y oficializar lo que latía soterrado en las
entrañas del capitalismo más rudo y agrio. Aminoración constante de los
derechos sociales y laborales, debilitamiento de las organizaciones de clase y
un campo operativo carente de trabas reguladoras. Alcanzar un escenario donde desaparezcan de
forma significativa los contrapesos que comportan la capacidad de negociación,
por haber inhibido a una de las partes.
Esta
estafa poliédrica a la ciudadanía, que en términos de “corrección política” se
define como crisis, afecta de forma dramática a nuestro país. Su espiral
diabólica, lejos de las reiteradas mentiras oportunistas de los gestores hoy en
funciones, nos dejará desagradables sorpresas, que se manifiestan en desfases
económicos severos que una vez más se han de recomponer con el sacrificio y
sufrimiento de la gran mayoría de ciudadanas y ciudadanos que durante el
cuatrienio popular han sido víctimas de
un austeridad perfectamente dirigido desde sedes foráneas. España, apenas
nacida desde finales de los años 70 a la senda de los valores democráticos y de
un catálogo social progresivo, se ve envuelta en esta conmoción reaccionaria,
tanto en lo político como en lo económico. Algo que se abate con carácter
global superando fronteras y continentes, amenazando llevarse las conquistas
sociales de más de un siglo. Que muestra que en un mundo interdependiente y
globalizado, se hacen difíciles soluciones locales.
Esta
gran estafa subsidiaria de una descomunal burbuja especulativa, ha estado
plagada de fraudes. Condimentada por la arrogancia de sus protagonistas, la
codicia despiadada, las conductas delictivas, los intereses nocivos y la
ausencia de un brizna de ética. Una cadena inmoral cuyos eslabones son
entidades bancarias, capital financiero, agencias de rating, los organismos de
presunto control, y una pléyade gobiernos serviles y sumisos, ajenos al
servicio del interés común.
Consecuencia
inmediata de la crisis se produce una deslegitimación y desafecto de la acción
política y sus actores. Bien es cierto que estos, en muchos casos, se ganan
ambas a pulso. Las y los actores de la política, como meros administradores de
terceros, fiduciarios de los valores que se le entregan y ejecutores de sus
mandatos, han terminado en un número
excesivo de casos por tomar como propio lo ajeno, y la voluntad del común como
su libre albedrío. En nuestro, caso el panorama se agrava con una corrupción
tan espectacular por sus cifras como por la metástasis de la misma, en casi
todas las instancias del partido de gobierno. Es obligado fijar el foco en el
partido gobernante, porque su mayoría
absoluta tanto en la administración central coma en gran parte de la
periférica, le hace responsable único de la gestión habida estos años, y sus
perniciosos efectos.
En el
ámbito político, el esfuerzo de muchos responsables, se encaminó a la desactivación
y despolitización de la respuesta social como mecanismo indispensable para la
impunidad y la manipulación de los intereses comunes. Todo ello al servicio de
un modelo de capitalismo de nuevo cuño, salvaje y descontrolado, que confronta
con altanería egoísta y virulencia, el proceso humanista surgido de la
Revolución Francesa en aras de una sociedad más humana, fraternal y equitativa.
Desconocer
el enemigo limita la posibilidad del éxito. La orfandad ideológica que se ha
imbuido desde un falso pragmatismo, la torpeza estratégica frente a una bien
pertrechada maquinaria encaminada de oficio de entregar a unos pocos la riqueza
colectiva, - que acorrala grandes sectores sociales, y los condenan a la
exclusión-, es el principio de la derrota de una visión con contenido solidario
y redistributivo. Mientras en las posiciones progresistas, con su diversos
matices, primen estos, en un estéril debate de galgos y podencos con olvido de
lo sustantivo, la sociedad que les confía sus intereses será derrotada una vez
más, en los frentes económicos, sociales y cívicos.
Esa
misma sociedad, que se ha sentido despojada, saqueada,
humillada e intimidada por la oleada agresiva de capitalismo ultra-liberal y
sus talantes antidemocráticos. Se hace necesario entender que la reglas de
juego surgido tras la Segunda Guerra Mundial y la política de bloques, no solo
se han agotado, sino que es urgente suplirlas por otras acomodadas a la crudeza
del escenario actual y los retos que plantea.
Antonio Campos Romay
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