Con bastante pena y poca gloria se celebra el
66 aniversario del acta de nacimiento de lo que sería génesis de la actual UE.
Apenas habían pasado cinco años del
final de un guerra brutal, que dejó en la cuneta cerca de 45 millones de
víctimas, y asoló por segunda vez el continente europeo en menos de veinte
años, cuando se produce el intento de integrar las diversas potencias
enfrentadas en un horizonte conciliador. La “Declaración Schumann”. sentó las
bases para ello. El proyecto que se inicia, parte de considerar columna
vertebral los Derechos Humanos, y abogará a través de los sucesivos tratados
que van articulando la UE, en pro de la dignidad
de las personas, la libertad, la democracia, la igualdad y el Estado de
Derecho.
Robert
Schumann, Ministro francés de Exteriores a principios de los años cincuenta, es
uno de los padres fundadores de la UE. En cooperación con Jean Monnet, elaboró
el Plan que lleva su nombre, anunciado
el 9 de mayo de 1950, fecha que se adopta como día de nacimiento de la Unión.
Propuso el control conjunto de las producciones de carbón y acero, entendidas
como las materias primas más necesarias de la industria del armamento, para con
ello, frenar contextos bélicos. Algo que compartió el Canciller federal alemán
Adenauer, y que obtendría la anuencia de
los gobiernos de Italia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos. Sintonía en
orden a convenir Europa como espacio de paz. Así fraguó en Paris en abril de
1951 el acuerdo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, (CECA) y el
nacimiento de la Europa de los seis.
Herbet Butterffield, señala refiriéndose a Copérnico y a la tesis heliocéntrica,
que marca un antes y un después, “más que
abrir época, se ve claramente que está, cerrando una” Algo que podría
ser lo ocupaba en el momento a los
padres fundadores, más que toda la proyección de futuro sobrevenida.
Una
proyección, que con diversos altibajos en el camino, ha sido un verdadero vector generador de
derechos para los ciudadanos de cada uno de los Estados miembros. Bajo una
formulación de progreso continuado, se fue dibujando el trazado de una identidad
más allá de la propia nacionalidad, como promesa de una ciudadanía europea en
un marco federal. Algo que no duda en calificar Barack Obama, como “uno de los mayores logros políticos y
económicos del siglo XX”
Desgraciadamente,
al igual que para los países que componen la UE, el siglo XXI en su dos
primeras décadas deja amargas experiencias. Al fracaso del proyecto
constitucional habido en 2005 con una larga sombra negativa, se suman severas
preocupaciones sobre el futuro del euro a finales de la primera década. Grecia,
pese a su escaso relieve político, se convirtió en interminable fuente de
preocupaciones, sumida en una situación catastrófica, acogotada por sucesivos
prestamos-rescates que la mantendrán subordina a la tutela de la troika (CE,
BCE y FMI) hasta 2059, como mínimo. En el camino se abortará una experiencia de
carácter populista, naufragada en los escollos de los “centuriones de la ortodoxia”, alarmados ante cualquier brote de
discrepancia. El Reino Unido, con una
nutrida grey de euroescépticos, somete a dura tensión la UE, en tanto no se
explicite su permanencia en las urnas. Sin contar el recrudecimiento de
organizaciones de corte nacional-fascista, cuyo relato alcanza a estar presente
en cámaras legislativas y gobiernos. Al tiempo la estafa monumental, el saqueo
de la economía, llamada eufemísticamente crisis, desde 2007 ha erosionado
cruelmente uno de los objetivos primeros del UE, la convergencia económica,
Tras estos ocho años críticos, y que presumiblemente se prolongaran, han
saltado de forma dramática las diferencias. Por vía de ejemplo y tomando
Alemania como referencia, España tenía un diferencial de 13 puntos porcentuales
de PIB en 2007, y 33 a finales de 2014. Para nuestros vecinos portugueses el
salto es de 37 a 46, y en Italia de 11 a 28, en una tendencia que no presume
mejoría. Lo que se expande sobre la ciudadanía, disparando la desigualdad de
ingresos en la zona euro, y con ello,
los atisbos de presunta recuperación, escasamente llega a aquellos cuyo poder
adquisitivo ha decrecido al compás de la reducción de sus salarios, que en
algunos casos alcanza entre el 20 y el cuarenta por cien.
Y
por si fuera poco en las penurias habidas en el comienzo de siglo, habrá de
afrontar los efectos colaterales de la trágica crisis humanitaria desencadenada
en Oriente Próximo, con el subsiguiente expatriación de millones de personas.
Centenares de miles llegan a la periferia europea y en la mayor parte con la
vista puesta en Alemania como destino añorado. El éxodo perturba el régimen
interno de la UE, provocando la reaparición de controles fronterizos en el seno
de la zona Schengen. Este drama desgarra moralmente la Unión. Su reacción,
torpe e indecente, desdice la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE,
que es una declaración clara y firme,
y su artículo 19, habla de la protección en caso de devolución,
expulsión y extradición. Afirma textualmente, “se prohíben las expulsiones colectivas” y que “nadie podrá ser devuelto, expulsado o extraditado a un Estado en el
que corra un grave riesgo de ser sometido a la pena de muerte, a tortura o a
otras penas o tratos inhumanos o degradantes”. Por el contrario, recurre a
activar los controles fronterizos en el seno de la zona Schengen, recomendando
a Alemania, Austria, Dinamarca, Suecia y Noruega, los habiliten al menos hasta
fin de años.
La
UE mancilla su trayectoria recurriendo a un acuerdo degradante con Turquía, un
país en permanente retroceso en el respeto hacia los derechos de las
personas. Se abandona a la peor de las
suertes, con cinismo e hipocresía, a cientos de miles de personas que pretenden
alcanzar lo que suponen un espacio solidario huyendo de la guerra y de la
muerte que les aguarda en sus países. Y con ello se niegan, no ya la utopía,
sino los valores morales y el compromiso
con la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad que presidieron Europa desde la
Ilustración y sostenían que la razón humana podía combatir la ignorancia, la
superstición y la tiranía para construir un mundo mejor. Algo que fue el
acicate también de los padres fundadores de la Unión sin la menor duda. Y que
lo afrontaron con generosidad y amplitud de miras en su tarea.
Cuando
observamos la frialdad de la fecha aniversario, la escasa complicidad de
instituciones y gobiernos, ya no digamos de la población, la carencia de una
celebración común con su carácter festivo,
se hace difícil abstraerse de que estamos ante un síntoma de una
desafección que amenace poner en riesgo lo que hizo posible el nacimiento de
Europa. La deriva económica al servicio de los menos, la injerencia
norteamericana escenificada en un tratado lesivo en grado máximo para los
intereses europeos, unos procedimientos administrativos oscuros y lejanos, la
percepción de unas instituciones acuciadas de debilidad democrática, cierto
aroma de prácticas heterodoxas, las desproporcionadas regalías de los que
componen su entramado representativo y gestor,
todo ello, contribuye a un distanciamiento peligroso de un mecanismo
vertebrador indispensable.
Algo
que solo podrá restaurarse, en una catarsis que reencauce la UE en sus valores
originales. La Europa de los ciudadanos, de la ética, de los derechos humanos.
1 comentario:
Me ahorro escribir mis impresiones en un artículo que tenía penado sobre la actual UE. Aparte de haberse desvirtuado ciertos principios de los fundadores, la convergencia entre la Europa conservadora y la socialista ha llegado demasiado lejos, en parte como consecuencia de la falta de ideología de la izquierda, que la ha ido dejando a jirones por el camino. De ahí que surjan opciones populistas, que nacen tanto de la derecha (Le Pen) como de la izquierda (cinco estrellas, podemos...). El despiste en la izquierda es monumental y el ciudadano de izquierdas asiste -creo yo- a una absoluta perplejidad, a la espera de nuevos intelectuales y líderes populares que nos saquen de la miseria. Considerar la paz que la UE ha coseguido durante estas décadas y el progreso económico no está en discusión. Guereñu.
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