martes, 28 de junio de 2016

ELECCIONES DEL 26J, reflexiones colaterales

¿Para qué sirven las encuestas?, ¿El sistema D’Hondt era tan anti democrático?, ¿Los votantes y abstencionistas son inocentes o cómplices?, ¿Quién tiene que resolver el lío?
Sobre las encuestas. En este país, y desde hace años, vengo sosteniendo que hay una conclusión evidente: La práctica totalidad de lo que se está publicando, valorado en conjunto,  tiene como primer, y casi único, objetivo,  que el electorado, que pasa por un  estado de confusión superlativo, acepte las tesis ideológicas que interesan a los dueños del medio que publica la encuesta, sondeo o estudio.
Esa confusión está siendo alimentada desde importantes grupos de presión económicos y mediáticos, así como por el propio gobierno y su partido, para que ignorando realidades como el impacto de los recortes, las pérdidas de derechos,  y una corrupción no tan generalizada, como por otra parte se quiere vender (la inmensa mayoría de los casos se centra en un solo partido), el hipotético bien a obtener mediante la emisión del voto sea algo tan etéreo e instrumental como la estabilidad, confundiendo la herramienta con la obra.
Vamos, que lo que menos importa es la opinión de los entrevistados, en contra de lo que la mayor parte de los titulares mediáticos sostienen, lo verdaderamente importante para los que invierten en las consultas es influir en una opinión pública, que tiene difícil digerir el alud  de datos y discursos, que recibe, y la incomprensible, desde el punto de vista democrático, inacción del principal responsable,  en medio de una situación política donde la venta de estabilidad es un insulto a la inteligencia, o al sentido común , si así se prefiere.
El episodio de las últimas elecciones es la prueba del 9, de lo anterior.
Sobre el sistema electoral y D’Hondt. Dos han sido las acusaciones de falta de democracia: una que dejaba fuera a las minorías por falta de proporcionalidad, y que la aplicación del fórmula D’Hondt era la responsable de perpetuar el bi-partidismo.
Empezando por lo último, ¿Hoy alguien puede sostener la tesis, de que el origen del bi-partidismo, era el sistema?, evidentemente no. Siguiendo con la proporcionalidad, una pregunta previa: ¿Nos imaginamos una salida a la gobernabilidad con un Congreso más fragmentado? Pero el corte no lo da el sistema de reparto de escaños en el Congreso, dos son los factores principales, el mínimo del 3% que exige alcanzar la Ley Electoral General, y sobre todo que haya un número de diputados por provincia mínimo inicial de dos, al margen que la provincia tenga un censo escasísimo de votantes, los restantes se distribuyen entre las provincias en proporción a su población de derecho. También aumentaría la proporcionalidad al subir hasta los 400 el número de diputados electos, como recoge la Constitución, que también permite que una reforma de la LEG cambie de dos uno el mínimo inicial de diputados por provincia, o el 3% (aún cuando esto último impactaría solo en las provincias más habitadas)
Respecto al Senado, el simple cambio, en la LEG,  del requisito de que cada votante pueda votar solo a dos candidatos, en vez de los a los tres que permite ahora, variaría radicalmente las posibilidades de las mayorías muy absolutas que se dan en la actualidad.
Todas las reformas expuestas anteriormente solo necesitan mayoría absoluta simple en el Congreso (176 diputados).
Respecto a la responsabilidad que se asume al emitir el voto.
Discrepo profundamente con aquellos que mantienen que toda la culpa de lo que pasa es de los políticos en general, o que los votantes siempre aciertan, olvidando lo básico: cuales son los objetivos del proceso electoral democrático, a saber, valorar los hechos del gobierno saliente y la credibilidad de las ofertas de los que pretenden sustituirle, basándose también en los logros de las fuerzas y partidos que las hacen,  no por lo que piden sino por lo que consiguen, allí donde han gobernado o gobiernan y de las consecuencias de sus votaciones  históricas.
Creo que es de Vargas Llosa la frase: “Por regla general, los pueblos tienen los gobiernos que merecen tener, aunque luego se arrepientan."
Así pues si los electores vuelven a dar su confianza a quien ha incumplido las promesas realizadas para acceder al gobierno, no podrán alegar engaño y responsabilizar a los dirigentes del partido triunfante, si es el mismo. O si apuestan por las fuerzas que proponen medidas incompatibles con la realidad, y cuyos escasos antecedentes coinciden con aquellos extremos que propugnan la vuelta atrás en la historia, no pueden hacer responsables a otros partidos en competencia. Yo no comparto las tesis de que los ciudadanos son inocentes de lo que deciden con su voto, y desde luego deben asumir las  consecuencias, incluida la posible ruina de su país y de sus proyectos personales.
Como colofón, son los abstencionistas los que se hacen, con la renuncia a su derecho democrático, más que responsables directamente culpables de una situación que podrían cambiar votando.
Otra cuestión ¿Quién tiene que resolver el lío?  La responsabilidad de dar salida a la situación la sitúan los ciudadanos en unas manos concretas. El intento de distracción pidiendo cuenta a los partidos que han quedado en minoría, por intenso que sea, no deja de ser, al igual que afirmé sobre las encuestas, un burdo intento de manipulación de la opinión pública, al servicio de intereses nada claros. Los votantes han apartado de formas clara del primer plano al PSOE, pedir ahora que sea el protagonista del devenir del proceso de investidura, debe interpretarse como  un ataque directo a esa organización y una falta de respeto a sus votantes.
En febrero de 2012, justo después de la intervención del Sr, Rajoy en su investidura, escribí un artículo titulado: El barco España no tiene capitán. Yo creo que no me equivoqué, los votantes del domingo han opinado en contra, sean ellos los que asuman su opinión hasta las últimas consecuencias.
Junio de 2016

Isidoro Gracia

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