sábado, 18 de junio de 2016

Un ladrón y un gamberro

Conozco un país en el que sus habitantes han sido llamados a elecciones y se les propone, según me informan, optar entre un ladrón y un gamberro. El ladrón no roba por sí mismo, sino que tiene una banda bien organizada que lo hace por él y así consigue pingües resultados tanto electorales como económicos. El gamberro cambia de opinión a cada paso, mostrándose impasible ante un problema y otro, engañando, despotricando aquí y alla, sin importarle insultar a una parte importante de la población. 

La población, que según me informan también, está harta de ladrones y de gamberros, de populistas del tres al cuarto y demás, no sale, sin embargo, de esa encrucijada a donde un sino maléfico parece haberle conducido. Unos se refugian en la habilidad del ladrón para que no triunfe el gamberro y a la inversa, de forma que los demás concursantes están atónitos y preocupados por ese maniqueísmo en el que el país está sumido.

El ladrón no empezó como tal, sino que en sus años mozos comenzó dirigiendo el gobierno de una provincia rodeándose, eso sí, de delincuentes comunes: uno era contrabandista, otro felón, otro prevaricador, otro hizo pagar con la pérdida de sus puestos de trabajo a las obreras de una fábrica, uno más se dedicó al tráfico de drogas y fue castigado por ello, otros, en fin, tenían tan pocos escrúpulos, que hacían piña con aquellos. 

El gamberro, en cambio, epezó siéndolo ya en su mocedad: militó al parecer en uno de los partidos de más fama, nutrido de luchadores desinteresados y valientes, pero como esto no iba con él se pasó a dirigir su propio garito, que fue creciendo aprovechando el gran cabreo nacional por culpa de una crisis internacional que organizaron sin escrúpulos los más acaudalados del mundo. Estos últimos no la padecieron, pero sí buena parte de la población, que es la que ahora nutre las urnas del gamberro más preclaro que haya conocido el país al que me refiero.

Ya es triste que el país tenga que escoger entre un ladrón y un gamberro. El primero no tiene embozo en obviar los casos más notorios de corrupción, porque siempre ha vivido en ella; el segundo se presenta a la opinión pública con una chulería que levanta los odios de tres cuartas partes de la población, por lo menos, pero como esta está fraccionada en múltiples partidillos, la cosa le resulta al gamberro muy rentable. Incluso ha conseguido engañar a ocho o diez de esos partidillos para que le apoyen en sus gamberradas: prometer lo que no puede cumplir, cambiar de opinión a cada paso, gesticular más que las ménades de la antigua Grecia y ofreciendo ahora lo que hace unos meses negó.

Creo que al ladrón le quedan pocos días de comandancia, porque en sus propias filas hay quien se frota las manos ante la posibilidad de ocupar su puesto, a ser posible reduciendo en parte las prácticas al uso. Podría ser que el gamberro también tuviese una vida política corta, porque un pueblo culto se da cuenta de que no es posible estar engañado continuamente. Pero no estoy seguro de que el país que conozco sea exactamente culto, aunque presume de ello. Sí es en cambio soberano, por lo que debiera tomar las riendas en sus manos y dejarse de ladrones y de gamberros. 

L. de Guereñu Polán.

No hay comentarios: