domingo, 21 de agosto de 2016

La irreductible derecha española

Un factor elemental para todo análisis de la realidad política española es que el país cuenta con una derecha sociológica, equivalente aproximadamente a un tercio de los electores, que no se apeará de votar al partido que la representa, por muy corrupto que sea, por muy soeces que sean sus cuadros y dirigentes, por muy negativas que sean sus políticas para el conjunto de la sociedad, incluso para algunos de los electores de esa derecha.

Es una cuestión de conciencia conservadora que está arraigada no solo en la sociedad española sino en cualquiera otra y en cualquier otro tiempo. Pensemos en la explosión de libertad que significó la II Repúbica española y dos años después la derecha, bien armada en torno a la CEDA, se salió con la suya ganando las elecciones. También hay factores objetivos: en la estructura de clases actual entre los países desarrollados, muchísimas personas son propietarias: de negocios, de inmuebles, de solares, de capitales... No estamos ante una sociedad polarizada en la que una escuálida clase media no tenía punto de comparación con un abultado proletariado. Este esquema ya no existe, aunque haya millones de personas en España que viven en condiciones muy precarias, incluso en la pobreza. No son, sin embargo, mayoría. 

El problema para un partido socialista en España es que está rodeado por una derecha rancia y con nula tradición democrática (la mayoría de sus dirigentes y afiliados han aprendido en los últimos años) y una izquierda sedicente y populista cuyos dirigentes no han leído, por lo menos, una obra fundamental desde mi punto de vista, "El Príncipe" de Maquiavelo, donde se dicen interesantísimas cosas sobre la política, la sociedad, el gobierno de los pueblos... Con algunas cosas, como por ejemplo el divorcio entre moral y politica que plantea el autor florentino, no podemos estar de acuerdo, pero sí con su idea de que no debe confundirse la realidad con nuestros ideales. Los ideales están bien para mantenerlos como referencia, pero no pueden -ni siquiera es oportuno siempre- aplicarse si no se dan las condiciones para que fructifiquen. 

Maquiavelo, cuando escribió su obra, tenía a sus espaldas la Florencia del siglo XV, con todos los vicios de aquella época, que no son menores que los de la nuestra. Optó por la forma republicana de gobierno pero él había servido -y no hubiera tenido inconveniente en volver a hacerlo- a un principado. Si por su ideal republicano abdicase de su vocación política no estaría siendo útil a la sociedad de su tiempo. Si el populismo español actual no entiende -y no lo hará mientras siga siendo populismo- que los grandes cambios solo son posibles cuando se dan condiciones objetivas, que no se pueden hacer grandes cambios si no existe una enorme masa social detrás de ellos, que los modelos revolucionarios clásicos han fracasado todos y no se vislumbran otros nuevos modelos posiblemente porque no existan, se equivoca.

La única revolución, a mi parecer, que tuvo éxito a medio y largo plazo y que sigue en vigor, ha triunfado históricamente, es la francesa iniciada en 1789: somos hijos de aquellas ideas y de aquellas conquistas. Todas las demás revoluciones que vinieron luego han fracasado, y la que está in vigor, la de 1789, fue obra de ilustrados burgueses, no de exaltados sans-culottes. Las conquistas sociales que el campesinado exigió (liberarse de los señores) y la plebe urbana quiso (liberarse de la miseria material) no fructificaron sino mucho más tarde, y sabemos el camino que queda todavía por andar. Lo que sí han permanecido son las ideas de aquella burguesía, sobre todo jacobina, pero en todo caso ilustrada, de la que bebieron luego todos los reformadores, los socialistas fabianos, el socialismo no comunista y que dieron lugar al "estado del bienestar" amenazado. 

Pero el estado del bienestar no está tanto amenazado por las políticas de los gobiernos conservadores cuanto por el proceso de globalización económica al que asistimos: precarización de los contratos, salarios a la baja, depauperación de una parte de las clases medias, aumento de los grupos marginados, inmigración y graves problemas en la relación primer-tercer mundo. Es curioso que el envejecimiento de la población en el primer mundo quizá sea el que solucione el problema de la inmigración. Esta vendrá a salvar a las poblaciones viejas de Europa y Norteamérica, pero entonces no será por ninguna razón humanitaria, por ninguna idea revolucionaria, sino por razones objetivas. 

Sabiendo que la derecha española quizá nunca baje de representar un tercio del electorado y que el socialismo ha dejado una espita por la que se ha colado un peligroso populismo, habrá que pensarse muy mucho los pasos que se dan para que aquella derecha no levante cabeza de donde está y el populismo vaya perdiendo fuerza como consecuencia de su inherente falta de consistencia. 

L. de Guereñu Polán.