Cuenta un autor antiguo, cuyo
nombre no recuerdo, que un tal Euno fue proclamado rey de un territorio
siciliano aprovechando una coyuntura favorable, actuando desde entonces como
los monarcas orientales. Así, convocó una asamblea y condenó a muerte a los
habitantes de una ciudad hostil, pues eran inútiles para fabricar armas,
entregó a una mujer a sus esclavos y, después de torturarla, la despeñó desde
una torre. Asesinó con su propia mano a sus amos y se colocó una diadema y
todas las insignias reales, nombró un consejo de personas de su confianza y se
rodeó de una guardia personal de mil hombres, dándose luego un nombre
honorífico. Euno iba acompañado de un cocinero, de un panadero, de un masajista
y de un bufón, que le divertía durante la comida, como a los reyes orientales,
pero incluso yendo más allá que ellos. Incluso hubo quien lo tuvo por ministro
de una diosa. Su asamblea tenía las reuniones en el teatro; Euno acuñó moneda,
símbolo de la soberanía, con la cabeza de una diosa.
Así Don Mariano también puede
verse investido como un rey con toda la pompa: ha encubierto a no pocos
delincuentes, aprovechó varias coyunturas favorables, una crisis económica
internacional, la descomposición del principal partido de la oposición y el
favor de los más golfos del país. Su asamblea está formada por los corifeos que
le adulan aunque no tendrían inconveniente en cargarlo hasta una roca Tarpeya y
precipitarlo desde ella. Todo el que no es útil para conseguir votos, de forma
lícita o ilícita, es considerado inútil en su jerga, pero va apartando a los que
considera ya no le valen aunque no ha mucho animaba con frases como “sé
fuerte”. Tiene también, como Euno, sus bufones, pero menos afortunados que los
del siciliano. Ha removido Roma con Santiago, esperando hasta que el país está
sumido en su mayor crisis para hacerse coronar de nuevo y quizá algún día
llegue a emparentar con los dioses…
L. de Guereñu Polán.
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