Mal. Y como soy un español medio, debe de haber
muchos que tengan la misma impresión. Nos gobierna el partido de la corrupción,
que no ha sido capaz de denunciar ni a uno solo de sus corrompidos miembros
antes de que lo hicieran periodistas, fiscales, funcionarios o policías. Los
principales partidos de la oposición están descerebrados, hasta el punto de que
no se pusieron de acuerdo para evitar el acceso al gobierno de un presidente
que ha encubierto algunos de aquellos casos de corrupción, si no ha participado
en otros. Se da la circunstancia de que a la corrupción se suma el
descerebramiento, como ocurre con ciertos nacionalistas catalanes; el nivel del
discurso político es bajísimo, como se puede ver en el Parlamento, en la
televisión y en cualquier foro. Se cuentan con los dedos de la mano los
responsables públicos que tienen una altura de miras digna de un país que
aspirase al desarrollo.
Los sindicatos han caído en la mínima expresión
desde que existen –con excepción hecha de las etapas dictatoriales- los medios
de comunicación están colonizados por la opinión conservadora, como se puede
oír y leer una y otra vez cuando se habla de los grandes temas de la política
nacional e internacional. España no tiene política exterior, particularmente
con América latina, como se ha demostrado en el caso de Cuba –y ahora México-
cuando falleció el dirigente Fidel Castro. En la Unión Europea nuestro país no
juega el papel, por ejemplo, que jugó la Italia de Renzi, y no se ha escuchado ni una sola
idea sobre el papel que le corresponde a nuestro país ante las consecuencias de
la salida de la Unión
del Reino Unido.
En materia de inmigración nuestro país es –de
entre los mediterráneos- el que menos ha hecho, negando los más elementales
derechos humanos a los que sufren; no se respeta la ley de memoria histórica,
pero es que tampoco se respeta la ley en general, de lo que han venido dando
cuenta los jueces en los últimos años. La recuperación económica, que no ha
llegado a todos ni mucho menos, va a rebufo de lo que ocurre en el resto de
Europa y del mundo, sin que exista una política que favorezca la investigación,
el desarrollo tecnológico, la educación y la suficiencia financiera de las
Universidades (que, dicho sea de paso, son muchas en un país que no tiene a
ninguna entre las más importantes del mundo).
Institucionalmente España está paralizada: no
solo por el caso del nacionalismo catalán, sino porque no se sabe que hacer con
la actual Constitución, que es válida en muchos aspectos y gozó de un consenso
del que quizá no goce otra. Cuando un país está paralizado institucionalmente
es porque tiene un Gobierno al que le da igual con tal de que los intereses que
representa estén a resguardo. Ningún partido sabe que hacer con el Senado,
incluso los que dicen que debe desaparecer, porque ello implicaría previsiones
que nadie ha hecho.
Hay problemas sin resolver: el de las pensiones
es uno de los más graves, sin una política demográfica, que tendría que
compaginarse con leyes laborales totalmente opuestas a las que están en vigor,
habiendo dilapidado el ahorro que los españoles hicieron (unos 60.000 millones
euros) para garantizar la pensiones en el medio plazo. El pacto educativo que
no ha hecho más que empezar va a tropezar con los escollos de siempre: la
derecha no va a permitir que prime la diversidad sobre la excelencia, va a
regatear recursos, va a seguir aumentando la “ratio” profesor/alumnos, no va a
dotar a los centros de profesores de pedagogía terapéutica, se va a negar a
toda secularización de la enseñanza, por más que los países europeos más
avanzados ya tienen este asunto resuelto desde hace años.
España es un país con un tejido industrial nada
desdeñable, con potencialidades por la relativamente alta cualificación de
parte de su juventud; la renta del turismo, que sigue siendo de las más altas
del mundo en relación al PIB, debiera permitir que la oferta fuese de más
calidad. Pero no hay una política para que lo invertido en los jóvenes se
aproveche en el propio país; la ley de costas favorece la especulación y no la
preservación de las costas con vistas al futuro; la descentralización del
Estado ha traído desigualdad, en algunos aspectos inadmisible, entre unos
ciudadanos y otros.
Un gobierno distinto –en personas e ideario-
del actual, tendrá un camino enorme por desarrollar, restaurando lo mucho que
se ha destruido, y sobre todo regenerando el país contra la ponzoña en la que
está inmerso, lo que quizá no se consiga en menos de una década, porque depende
de educación, ejemplaridad, nuevos dirigentes políticos, una nueva moral.
L. de Guereñu Polán.
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