Al abordar ciertos temas es
necesario hacerlo con una cierta distancia para no confundir un sentimiento
doloroso en el que cruje la solidaridad con un canto lacrimógeno y epidérmico. De
forma habitual al recorrer las calles de
nuestras ciudades , sin distinción de territorios, hay estampas
que laceran cualquier sentimiento
decente, que remueven cualquier sensibilidad no embotada por la insolidaridad.
Cada día y casi como
diluyéndose en el paisaje callejero surgen gentes venidas desde territorios del oriente europeo, de países
del Magreb o del África subsahariana que apoyados en el quicio de una puerta de
supermercado, una panadería o una iglesia
imploran la generosidad del transeúnte. O en precario mercadillo venden genero
de dudosa calidad. Muchos aún en su
rostro suman una mezcla de inocencia y
afabilidad cuando saludan saludan a los clientes del lugar en aras de cierta
complicidad de verlos diariamente. Incluso su sonrisa y saludo no se altera
aunque la respuesta sea esquiva. A la
caída de la noche es norma observar gentes que con ahincó hurgan en los
contenedores en busca de sus paupérrimos tesoros…. Es terrible su papel, máxime
cuando en algunos casos existe la
percepción de una trama organizada que los explota con ferocidad… También esta
la desesperación de los nacionales que forzando su pudor solicitan ayuda
sentados con miranda ausente, mientras a
sus pies tienen un cartel que reza
escuetamente ...sin trabajo ...tengo hijos... tengo hambre…. En las
ciudades, aumentando el drama en orden a su tamaño, su destino son las áreas mas depauperadas
social y urbanísticamente, lo que denomina el sociólogo francés Henri Lefévre,
la “anti-ciudad o la no ciudad”.
El deterioro del estado del
bienestar exhibe ya unas ulceras que la
forman los que cabria apodar “nuevos pobres”. Los que han sido descabalgados
sin esperanza de la presunta magia de la
que parecía estar tocada Europa. Unas élites económicas ferozmente
insolidarias, que desde la prepotencia de su riqueza y poder consideran el
empobrecimiento como un daño colateral
inapreciable. Necesario para que su rapiña llegue a buen termino. Con ello se irradia
a la periferia extrema de la sociedad a una gente cuya proximidad podría
perturbar las conciencias biempensantes.
Y así sostener el espejismo de de un crecimiento y bonanza que en la
última década, la crisis económica, política y social, cuya denominación
correcta seria, “la gran estafa”, puso a la intemperie mostrando las lacras del aumento de gente sin esperanza y
aflorando un subproletariado agónico.
Todo esto sucede cuando
empíricamente es posible en la actualidad erradicar la pobreza. No es utopía ,
es aserto de instituciones fiables, honestas y solventes. Por ello la
pregunta, ¿es porque no se hace? De la propia pregunta fluye la respuesta…. La
mano de obra en condiciones degradadas, una población en situación de indefensión y vulnerable son
necesarios para imponer un determinado modelo económico, social,
político e incluso moral. Y con ello garantizar la prevalencia del capitalismo
tanto en su versión más acaramelada como
en la mas virulenta.
La relación entre los cambios estructurales y
económicos habidos en el mundo que se
presume civilizado y el que se niega tal titulo desde las ultimas décadas
del del siglo XX y las iniciales del
XXI y el deterioro de las condiciones de
vida de la ciudadanía con el imparable
aumento de la desigualdad social, con el empobrecimiento de vastos sectores es
evidente. Y tiene la suficiente entidad para en un plazo no lejano crear
severos problemas tanto al sistema social, como al económico y al
institucional.
Desde
una visión planetaria es inaceptable que la desigualdad social dentro de una censo aproximado de 6000 millones de
seres, se cebe sobre más de 5000 millones sembrando miseria y desigualdad
mientras hace infranqueable la brecha
entre opulencia y miseria.
La pobreza, entendida como la privación de lo esencial, como efecto perverso del interés del poderoso en detrimento del débil, marca un escenario inquietante en el siglo XXI, al comprobar no ya las desigualdades sociales y empobrecimiento, sino el que cada día la distancia entre riqueza y pobreza es cada vez más dilatada y va en aumento.
La
precarización bajo nuevas formas extiende su metástasis en el mundo del trabajo
ante un capitalismo que ha hecho del lucro sin regulación el único motor de la
economía. Sobran en el proceso todo lo “no rentable”…. La pobreza tiene en ello
campo abonado. Su nutriente son los condenados a la marginalidad por
diversas circunstancias. Parados, los
carentes de opciones mínimas ya de empleo, licenciados universitarios recién
salidos de la facultad, autónomos en situación de dificultad, jubilados,
minorías étnicas, emigrantes, discapacitados… Al tiempo se crea una clase
obrera a la medida del capricho del contratante, con ingresos de subsistencia y
empleos inestables, carente de derechos, y al borde o de lleno en la incapacidad de atender sus necesidades
mínimas.
Se
intenta engendrar una sociedad con escasa capacidad de contestación, alejada
progresivamente de la cobertura pública en la que se agostan los recursos
sociales. Una situación que corroe las potencialidades de una ciudadanía
condenada a ínfimos niveles de vida, de
salud , de vivienda, y condenada a bajos niveles educacionales y culturales.
Ante
todo ello, quizás sea hora que en las conciencias de la ciudadanía perpleja,
indignada, estafada, comience a martillear la vieja canción reducida a
políticamente incorrecta por un tiempo de ridículo almibaramiento… Ni en dioses, reyes ni tribunos, está el supremo
salvador. Nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor.
Antonio Campos Romay
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