Venezuela, cita obligada de una
parte importante de la emigración española, especialmente canaria y gallega en
los años 50 del pasado siglo, era un lugar de sueños no siempre de dulce
despertar, donde pareciera que lo único a administrar fuera la abundancia. A lo
que no era ajena una realidad, a la vez
es parte de su drama: ser un país con
una de las mayores reservas de petróleo
del planeta. Un país cuya despensa
intelectual alcanzó a tener una granada elite de saber, que como otras
necesidades y urgencias actuales esta dolorosamente vacía.
Arturo Uslar Pietri, abogado,
escritor, y político, considerado como uno de los intelectuales venezolanos más
importantes del siglo XX, con agudeza de
visión vaticinaba “¿Hasta cuándo podrá
durar este festín? Hasta que dure el auge de la explotación petrolera. El día
en que ella disminuya o decaiga, si continuamos en las condiciones actuales,
habrá sonado para Venezuela el momento de una de las más pavorosas catástrofes
económicas y sociales”.
El mismo Uslar Pietri se lamentaba “Creemos que las riquezas son
suficientes para generar el verdadero bienestar y nos hemos olvidado de sembrar
las semillas del petróleo, en las
escuelas, en las universidades, en la prosperidad espiritual e intelectual de
nuestro pueblo.”
La situación actual de Venezuela
es a la vez la suma de modelos desgastados de gobierno y de la descomposición moral de un pueblo que ha descendiendo
por los barrancos de la corrupción y la violencia, de la desigualdad brutal,
hasta al desencuentro en la convivencia y a un desplome económico tan atroz, casi
inconcebible en un país tan rico.
La economía venezolana deteriorada y en
creciente endeudamiento tras el "boom" petrolero en los 70, empeoró
paulatinamente con las políticas
económicas de los gobiernos derechistas. Luis Herrera Campíns y Jaime Lusinchi,
fueron incapaces de frenar la quiebra del mercado interno. Carentes de políticas
de soberanía económica y agroalimentaria, se genera un proceso de
empobrecimiento que agudiza de forma acelerada la brecha social. Una economía
herida por un comportamiento en los
periodos de bonanza, que promueven el uso de la renta, no a formas productivas,
sino fundamentalmente en el consumo de bienes importados.
El “socialdemócrata” Carlos
Andrés Pérez vivió en su mandato el “caracazo”. Una ola de sangre que según
autores va de 300 a 2500 muertos. Su presidencia es el punto de inflexión que
anuncia el derrumbe de las formaciones tradicionales y la crisis de un
bipartidismo incapaz de dar respuesta a la crisis que arrastraba el país,
Escenario en el que irrumpe Chávez con su fallido golpe estado en 1992, y el
mismo Chávez a través de las urnas, posteriormente, genera un escenario distinto
al modelo clásico con una notable ventana a la esperanza para los menos
favorecidos.
Como siempre que esto sucede en Latinoamérica,
la superpotencia norteña enciende sus motores para abortar cualquier actuación
que ponga en riesgo la doctrina ultra liberal y su hegemonía en particular. Con
diversas formas de intervención, en la práctica configura
un escenario de guerra de baja intensidad que azota todos los ámbitos de la vida venezolana. Se cuestiona el vigor de las libertades
individuales, las posibilidades de los opositores para producirse, o el
multipartidismo. Se auspicia un escenario cada vez más violento en las expresiones de la disidencia y sus marchas. Todo
ello envuelto en una oleada calculada de medias verdades en medios de comunicación con gran capacidad de
influencia.
Una oposición, que al igual que
sucede con el gobierno carece de una entidad y solvencia que un momento crítico
como el actual requeriría. Ambos en su empate técnico en cuanto a la respuesta
ciudadana, tiene también un peligroso empate en demagogia y comportamiento
obtuso para dar salida al caos creciente. Maduro y su equipo es manifiestamente
mejorable en gestión y liderazgo, mostrándose absolutamente incapaces de
entroncar con las premisas de Chávez. La deriva última, y las erráticas actuaciones
que las implementan, muestran un deterioro alarmante desde un punto de vista de
pulcritud democrática.
Los sectores opositores, anclados en el
liberalismo conservador, obsesivamente contrarios al estado como protagonista
de valores sociales, limitan su discurso mediático al formalismo de las
libertades (en lo que cabe acuerdo) pero con una retórica simplista, de
consignas, emanada desde la versión neoliberal más ortodoxa. Ni de lejos ejerce
una autocrítica de la corrupción del
sistema que protagonizaron sus antecesores, ni propósito de enmienda. Mucho
menos define una voluntad más allá del revanchismo, de desarrollar políticas
encaminadas a una política de redistribución para paliar la crisis del país y
la brecha social. Ignora de forma suicida que el petróleo, base de sustento de
la economía tal como se entiende hoy, está sometido a una volatilidad en el
mercado internacional que va a condicionar los vaivenes políticos del país.
Ante los cambios que se perciben en el mercado energético, en el que cada vez
parece menos posible se dispare el precio de los crudos, la oposición al igual
que los actuales dirigentes parecen más interesados en optar por la gestualidad
y las formas, ignorando el fondo.
El obsceno manejo de un panorama
dramático como el venezolano, con lecturas paranoicas y procaces de una
realidad, esconde la parte nada ingenua, de
la mordaza impuesta por los mecanismos de dominación internacional. La
dictadura, esta sí, de la dominación en pocas y concretas manos del control de
mercados y recursos naturales monopolizados y parasitados a través de corporaciones
presuntamente servidoras de una supuesta gobernanza global. Y no es menos
cínico observar el entusiasmo hipócrita, el cinismo de los que hacen bandera de
algo tan noble e irrenunciable como los Derechos Humanos, al referirse a este
país, mientras enmudecen ante su pisoteo en Arabia Saudí, Marruecos, México,
Colombia o China…
Un maniqueísmo que no es nuevo.
Tanto en las manipulaciones como en las omisiones. Y todo sin obviar que la
limitada y agotada capacidad política del Sr. Maduro, da muchas facilidades a
ello.
Venezuela como muchos otros
países hoy, necesita un ejercicio de solidaridad, de políticas serias,
honestas. Erradicar la demagogia y el populismo como arma, algo que tanto
entusiasma a oposición y gobierno y abordar el camino complejo y difícil de las
soluciones Combatir la inseguridad
personal y jurídica que es muestra de un frágil estado de derecho y ordenar las
normas que regulan la vida social y económica. No es tanto establecer una
democracia formal, o al amparo de ella enmascarar comportamientos autoritarios.
Es ser y actuar como demócratas.
Por ello, para Venezuela, al igual que para muchos otros
países, el reto es muy complejo y de más que imprevisible pronóstico.
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