Como es poco probable que el señor Trump sea
echado de la Casa Blanca
por medios legales (el republicanismo, en definitiva, es más reaccionario de lo
que debiera) es probable que llegue a las próximas elecciones con el historial
de idioteces y provocaciones más propias de un histrión que de un hombre de
estado. Le hace el juego el mandamás norcoreano, que permitirá al racista Trump
demostrar lo machote que es a la derecha norteamericana. Queda por saber, si se
desata un conflicto de mayor o menor gravedad, cual sea el papel de la Unión Europea y España. El de
la primera –me imagino- no hacer nada porque no tiene política exterior común.
El de la segunda me temo lo peor: seguramente bajarse los pantalones
irreflexivamente y no atender a interés por la paz de ningún tipo.
Ante esto queda por saber también la política
que aplicará el PSOE, y tengo para mí que debiera empezar ya a plantearse
supuestos escenarios para que no se le coja con el pie cambiado. En cuanto a
otros partidos pretendidamente de izquierdas, ya se sabe: decir lo que más
convenga para alegrar los oídos de la gente.
Volvamos al principio: he leído durante este
verano sobre la gran preocupación que hay entre sectores progresistas y
demócratas en Norteamérica, ante un posible segundo mandato de Trump, que
podría llevar al mundo a una lógica geoestratégica muy distinta a la actual,
con no ser esta buena. En el caso de Corea falta por saber lo que harán China y
Rusia en caso de una bravuconada de Trump (supongo que antes consultará con las
autoridades, muy poco ejemplares, de estos superestados).
Si se le concede al señor Trump un segundo
mandato, y contra esto debiera movilizarse no solo toda la progresía
norteamericana, sino mundial, la lucha contra el calentamiento global se
paralizará, el esfuerzo de los ecologistas será en vano, la carrera de
armamentos y riesgo de guerras regionales aumentarán, el terrorismo islamista
encontrará más excusas aún para actuar criminalmente, los países
iberoamericanos estarán comprometidos ante la amenaza de boicots económicos,
con lo que sus políticas sociales se podrían resentir, y así podríamos seguir
con supuestos a cada cual más negativo, pues no creo que se pueda esperar nada
bueno de alguien que se burla en público de un inválido o que dice ganar las
elecciones aunque matase con un rifle a varias decenas de personas en una calle
cualquiera.
Estados Unidos ha tenido presidentes de gran
prestigio: para no remontarnos más atrás, Wilson, Roosevelt (F. D.), Kennedy,
Carter, Obama… cada uno de ellos con sus errores, a veces graves, con sus
contradicciones, sujetos a una lógica que es la del país más poderoso del
mundo, con unos banqueros y empresarios que son los más poderosos, también
dentro de Estados Unidos. Con Bush hijo y con Trump el prestigio de la presidencia
de Estados Unidos ha caído en picado, escandalizando hasta a sus propios
seguidores, aunque muchos de estos no estén dispuestos a favorecer a otro de
signo relativamente opuesto.
Creo que la política internacional –ahora que
se ha demostrado que la “inteligencia” de un país puede condicionar las
elecciones en otro- debiera no despreciar este vector: evitar la reelección del
señor Trump, negociando, presionando, ayudando, favoreciendo todo lo que se
haga, lícitamente, para que otro candidato a la presidencia, digno y demócrata,
le sustituya. Para eso tendría que haber un verdadero liderazgo en la Unión Europea, o varios, que
hoy no se vislumbran. El Reino Unido está con su “brexit” entretenido, Macron
retrocediendo socialmente a Francia, y solo Merkel, cuyo posible último mandato
sea el que viene, podría liderar una política como la que aquí se propone. Un
presidente de Estados Unidos digno y demócrata, no se pide más, es lo que se
propone.
L. de Guereñu Polán.
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