Ernesto Guevara ha sido
mitificado por la izquierda mundial, más en unos países que en otros y más por
parte de algunas organizaciones que han considerado la lucha armada,
particularmente en América y África, como la única solución contra el
neocolonialismo practicado por Estados Unidos y sus aliados. Una vez que
Guevara eligió ese camino, perfectamente comprensible, sobre todo en los años
cincuenta a setenta, sus méritos son innegables, sobre todo por la generosidad
que siempre demostró y los riesgos que corrió en su vida. No fue el único, pero
sí el que, habiendo saboreado las mieles del poder, renunció a él y se aventuró
de nuevo en una lucha que se ha revelado, en la mayor parte de las ocasiones,
inútil.
Participó en la comisión de
crímenes, no obstante, mientras estuvo al frente de varias responsabilidades
públicas en Cuba, como los “juicios revolucionarios” que entusiasmaron a la
juventud izquierdista de la época, pero que se han revelado como una monumental
arbitrariedad a favor de quienes gobernaban y en contra de las libertades
individuales. Es sabido que en la
Cuba de los Castro no hay división de poderes, como tampoco la
había –sino formalmente- en la
Cuba de Batista, pero el hecho de que Guevara haya
participado en la depuración de todo sospechoso de heterodoxia, de todo cubano
renuente con el régimen que triunfó en 1959, le hace cómplice gravísimo y, a la
luz de los hechos, contribuye al deshacer el mito creado sobre la base de la
ignorancia.
Algunos, como Manuel Urrutia,
luchador contra los regímenes corruptos de Batista y anteriores, se dieron
cuenta y pagaron muy pronto el apartamiento del poder: no podía ponerse en
cuestión la dictadura castrista que se estaba gestando. Guevara se prestó a los
vicios que, desde muy pronto, caracterizaron al nuevo régimen, pero ¿se apartó
de él años más tarde porque no pudo soportar tanta iniquidad, o lo hizo porque
su vocación revolucionaria le llamaba a otros lugares?
Su captura en Bolivia por el
ejército nacional entra en la lógica de un régimen, el del general Barrientos,
que combatía a la guerrilla en la que estaba Guevara, ya aureolado por el
triunfo en Cuba. Barrientos fue un personaje típico de la América latina de la
época: izquierdista revolucionario primero, cuando llegó al poder fue cambiando
hacia un populismo cercano a los intereses campesinos (sumisos), pero represor
de los mineros y trabajadores industriales (combativos). La captura de Guevara
en el sur de Bolivia (Valle Grande), su exhibición a la opinión pública, el
escarnio al que fue sometido y su asesinato cuando ya estaba indefenso,
muestran hasta que punto la ignominia y brutalidad de aquella época se
enseñoreaban en América. El mismo hecho de amputarle las dos manos, con la
pretendida intención de que se pudiese demostrar en todo momento, que se trataba
del “Che” por las huellas digitales, llena de miseria a los responsables; el
mismo presidente de la
República no pudo ver a Guevara, como pretendió, pues fue
enterrado antes.
¿Qué hicieron los regímenes
argentino y cubano de la época para reivindicar la figura del “Che” entonces?
No está investigado suficientemente este asunto, pero muy poco o nada. En 1965
Guevara, ya fuera del régimen cubano, había dado una conferencia en Argel
donde, ante un público enfervorizado, denunció tanto a Estados Unidos como a la Unión Soviética por practicar
sin miramientos imperialismos paralelos, por vender armas a precios de mercado a
las guerrillas africanas y americanas, y esto no gustó a los soviéticos, que
estaban en plena “coexistencia pacífica” con Estados Unidos. Se criticó por
parte de las autoridades de la
URSS al “Che” y se le consideró enemigo de sus objetivos.
Cuba, dependiente entonces del gigante euroasiático, calló, como lo hizo el
régimen argentino, en manos de la dictadura de Onganía, a quien le cupo el
deshonor de no preocuparse por un compatriota tras su muerte, pues a su misma familia se le negó el cadáver.
Con su frase,
“crear uno, dos, tres Vietnam es la consigna”, Guevara demostró o una
ignorancia superior, o un desprecio infinito por la vida humana o algo en todo
caso negativo. ¿Sabía a la altura de 1966, cuando fue pronunciada esa frase, el
sufrimiento de los vietnamitas de uno y otro bando? Porque de saberlo fue como
mínimo frívolo y seguramente estúpido y cruel. En el ambiente revolucionario en que
vivió Guevara durante buena parte de su vida, se puede entender la frase, pero
entender no es justificar, y cuando se analizan las cosas a la luz de la razón
hay que rechazarla sin miramientos. Aún quedaba a los vietnamitas una década de
guerra despiadada, si es que alguna guerra no lo es, y fueron las principales
víctimas del imperialismo norteamericano y comunista. ¿A que entonces crear más
Vietnam del que ya existía lleno de sangre?
En el año 1995,
por la información del periódico norteamericano “The New York Times”, que
reveló el supuesto lugar de enterramiento del “Che” y otros guerrilleros,
varios países, entre ellos Argentina y Cuba, enviaron misiones para recuperar
sus cuerpos. Fueron muy intensos los trabajos para, al fin, exhumar unos
cuerpos que parecen ser los de los asesinados en 1967. El de Guevara fue
llevado a Cuba y allí se encuentra enterrado, pero algunos investigadores
discuten que sea el del “Che”. Una vida entregada a un tipo de revolución que
hoy es cuestionada, para un destino tan poco honorable: esto último tiene sus
culpables.
L. de Guereñu Polán.
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