sábado, 30 de junio de 2018

EL TRATADO DE VERSALLES.




Por estas fechas hace 99 años, (el 28 de junio de 1919) se cierra en falso la Primera Guerra Mundial, con el Tratado de Versalles. Un espejismo que se fórmula como paz duradera, castigo a Alemania y creación de un presunto paraguas, la Liga de las Naciones cual bálsamo de Fierabrás, para resolver los contenciosos diplomáticos. Un tratado deplorable plagado de dislates políticos y económicos que en si fue la génesis de la depresión de 1929 y el caldo de cultivo del nazismo que se nutrirá de millones de alemanes ahítos de frustración y rencor.
Fijaba unas condiciones consideradas por una gran mayoría de analistas totalmente irracionales, y se prima el revanchismo histórico galo contra la Alemania que había abochornado a Francia en 1871. Serán tan onerosas y abusivas, que la Republica del Weimar se desmoronará en una crisis económica y social. Se suceden devaluaciones vertiginosas de la moneda, depreciación de los recursos e inflación salvaje. En medio de un descontento creciente unido a  sentimiento de humillación nacional y penuria  económica, se aúpa el mesiánico  Adolf Hitler  y sus secuaces,- con la  complicidad de sectores de la burguesía  y el empresariado germanos-, para afianzar el nazismo.
El pago de las deudas e indemnizaciones, y las limitaciones de todo tipo  son redactadas por los  “Tres Grandes” (grandes en atroz miopía): el premier británico Lloyd George, el primer ministro francés Frances Clemenceau y el presidente estadounidense Woodrow Wilson. Más que un acuerdo fue simplemente el intermedio de una única carnicera mundial en dos actos que derivo en casi 100 millones de muertos. El espacio, llamado “entreguerras” será apenas el respiro para  para pertrecharse de “navajas y afilarlas”.
Un siglo más tarde algunas de las doctrinas más siniestras de aquellas décadas negras vuelven a asomar su putrefacto hocico con total desparpajo. Su faz perruna será distinta y acomodada a la escenografía actual, pero los collares son los mismos.
Hace más de medio siglo la convicción de unos líderes visionarios inspiraron la creación de la U.E. A ellos debemos esta paz y estabilidad que hoy entendemos natural. Grupo heterogéneo con ideales comunes y voluntad infatigable, estableció las bases para una Europa que ansiaban pacífica, próspera y unida. Un proyecto que fue fructífero en tanto los valores fundacionales, la Europa de los pueblos y los ciudadanos se mantuvieron lozanos. Luego la Gran Estafa y la crisis humanitaria generada en Oriente medio, -ambas traídas en siniestros vientos desde la otra orilla atlántica- golpearon sus puertas poniéndola a prueba. El andamiaje institucional de la UE aun siendo potente tiene serias dificultades para superar las crisis de identidad de algunos de sus socios, especialmente los llegados del Este, así como para seguir poniendo en valor las ideas acariciadas por Monnet y Schuman de un territorio de paz, proyectada tanto dentro como fuera del mismo.
Más allá de sus demonios interiores, planea sobre la UE el “eje del mal” (descabellada frase del expresidente Bush que irónicamente puede valer al caso). Donald Trump, xenófobo y desquiciado, anima a los  países comunitarios a seguir el ejemplo británico del Brexit en su afán de dinamitar la UE,  y Vladímir Putin, -del KGB a la “democracia” sin pasar por los derechos humanos-, encona el conflicto de Ucrania e intenta reintegrar a su área de influencia los países subordinados a la antigua URSS, hoy en la UE.  
 El acelerado repudio de los gobiernos de Polonia, Hungría, Holanda, Austria, Italia y el más solapado de otros, hacia los valores y principios de la democracia y la solidaridad requieren respuesta contundente de la UE. Se trata no ya de encarrilar el rumbo del proyecto de integración europea, sino de salvarlo de una agonía trágica y una inevitable muerte. Quinientos millones de ciudadanas y ciudadanos en 28 países, necesitan más Europa. La Europa de los Padres fundadores. Del contrato social en el que durante más de medio siglo se tejió progresivamente el estado de bienestar y armonía de convivencia. Cuya voladura se intenta sin pudor, ensanchando con ello la brecha de las desigualdades. Y poner en valor sin reticencias, los derechos y libertades fundamentales, que están siendo cuestionados por algunos gobiernos y movimientos políticos europeos.  
En los años treinta durante la II República, D. Jaime Carner, ministro de Hacienda del segundo gobierno de D. Manuel Azaña, lo dejó muy claro: «O la República somete a March o March someterá a la República»… Algo que la UE debiera tomar nota…
O la UE somete a los mercaderes y especuladores que pretenden robarle el futuro…o irremisiblemente, la UE será a secas, la unión de los mercaderes y el patio trasero de la especulación. 

 Antonio Campos Romay

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