lunes, 2 de julio de 2018

Religión y enseñanza



Se han dicho muchas cosas sobre el papel de la religión en la enseñanza, el adoctrinamiento que ha significado y significa para los alumnos, el privilegio que significa, en los países católicos, la enseñanza de dicha religión en la escuela (pública y privada) y muchas de las cosas que se han dicho constituyen sandeces que no resisten el más leve análisis serio.

Ya a lo largo de la historia hubo pensadores, políticos, pedagogos, que se pronunciaron sobre la enseñanza de la religión o las religiones en la escuela pública. José Canalejas, por ejemplo, fue partidario de que no se dejase dicha enseñanza a los clérigos, pues influían sectariamente en los alumnos; la enseñanza de la religión debía ser –según el político liberal- función del Estado por parte de personal laico debidamente especializado, y que hubiese alcanzado las plazas en las escuelas e institutos oficiales por méritos contrastados. La Institución Libre de Enseñanza, de la cual era heredero el citado Canalejas, fue partidaria de la enseñanza de la religión en la escuela pública, pero no fue partidaria de que estuviese monopolizada por la Iglesia Católica.

El socialista Jean Jaurès recomendó a su hijo que se formase en las doctrinas religiosas, pues solo así podría entender el mundo que le rodeaba. Podríamos seguir citando personajes notables, de unas culturas y de otras, que han sido partidarios de la formación religiosa de los alumnos.

Ignorar que la religión es algo innato al ser humano es no conocerle: desde los tiempos más primitivos, el ser humano con un mínimo de inteligencia para discernir, sentado sobre una roca, bajo una noche estrellada, se preguntaría que era todo aquello, cual su papel en ese mundo misterioso, el porque de las noches sucedidas por los días, qué era el sol y qué era la luna (pues no podía concebir que son astros y mucho menos su composición). Luego vinieron los constructores de megalitos con un trabajo titánico en varios continentes, mucho antes de la existencia de religiones formales. Transportando piedras gigantescas, clavándolas en el suelo, procediendo a una organización compleja, nos han dejado círculos pétreos, menhires, tumbas de corredor donde han pretendido relacionar sus obras con los solsticios, con el firmamento y con el sol, donde han pretendido influir en una supuesta vida trascendente del ser humano.  

Luego vinieron las reinas madres en forma de figurillas femeninas, como símbolos de la fertilidad según se han interpretado, de la misma forma que antes y ahora se invoca a la pachamama, la madre tierra en América latina. Siempre el ser humano ha querido protegerse, ha recurrido a los astros, a seres imaginarios, a la tierra nutricia, a imágenes formadas por sus manos… ¿Y todo esto no vale para nada? ¿No ha de estudiarse? ¿No ha de reflexionarse sobre ello y su constante a lo largo de la historia? ¿Para que entonces tantos trabajos de los antropólogos, de los arqueólogos, de la psicología social?

En la India se quema a los cadáveres quizá para que así espíritu se eleve con el humo, como en otras civilizaciones se dejaba en campo abierto a los cadáveres para que las aves carroñeras los comieran y elevasen sus elementos a las alturas. Siempre se ha tenido una idea del inframundo, como de un más allá incomprobable.

Luego vinieron las castas sacerdotales, con el poder penetrado de sentimiento religioso, como en el antiguo Sumer, como en Asiria, en Babilonia, en el valle del Nilo, en el altiplano mexicano… Con las castas religiosas, apegadas al poder, la formación de Iglesias o como quiera que se les llamase en cada caso. Eso es lo que cabe considerar como pernicioso: el encumbramiento de una minoría que, prevaliéndose del secreto de la religión, quiere imponerse –y se impone de hecho- a la comunidad. Las Iglesias como organizaciones sí han sido represivas, las religiones como tales no necesariamente.

Si renunciamos al conocimiento de la cultura religiosa ¿cómo ha de entender alguien la iconografía en la portada de una iglesia, toda la historia de la pintura, cuyos temas son mayoritariamente religiosos, los templos de las diversas cosmovisiones: pagodas, ermitas, sinagogas, mezquitas…? ¿Como entender el mundo de monstruos esculpidos en los canecillos, en los basamentos, en los tímpanos de las portadas? Algunos, embebidos en un paganismo interesado, valoran la mitología en detrimento de la religión, pero ¿no es la mitología una religión más? Ya antiguos griegos decían no creer en los dioses, como sabios medievales nos avisaron de que para que pueda existir un ser superior ha de ser solo uno. ¿Cómo entender el mundo del arte, la iconología, la lucha milenaria de los seres humanos por sus creencias, justificada aquella lucha o estéril, sin un ápice de cultura religiosa?

Cuando de religión se trate, solicito no se hable a humo de pajas. Que no se trivialice, que se reflexione sobre las muchas creencias, respetabilísimas, de más de la mitad de la humanidad. ¿O es que alguno se va a creer el mesías que venga a quitarnos la venda de los ojos a los demás? El estudio del rico acervo de las religiones es una cosa, el adoctrinamiento en favor de una Iglesia o fe concretas es otra.

L. de Guereñu Polán.

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