Con
motivo del cambio de nombre de un colegio de la Diputación coruñesa en
cumplimiento de la Ley de Memoria histórica
(Colegio Calvo Sotelo) ha habido alguna reacción curiosa sobre el
personaje que da nombre al colegio, reivindicándole con supuestas razones
novedosas que no son sino los argumentos que el franquismo sostenía en su
relato y amparaba en su Causa General.
La verdad nunca es univoca ni absoluta, pero siempre es un valor
vinculado a los principios éticos. Ocultarla, falsificarla, distorsionarla, o
adulterarla amén de grave daño a
la veracidad, muestran lo difícil que es su ejercicio para algunas personas o colectivos.
La
dramática historia española de los años treinta, el golpe de estado contra la
legalidad democrática, el salvajismo desencadenado por los golpistas abriendo
las puertas a la intervención de potencias foráneas y la subsiguiente dictadura,-ejercida
con brutalidad desconocida-, es un campo abonado para la distorsión de su
relato.
Historiadores
hay que intentan reescribir la historia de un tiempo cuyo impacto sigue
incidiendo en nuestra realidad. Lo hacen al amparo de una ola reaccionaria
empeñada en recuperar el relato del franquismo en orden a demostrar que la
primavera democrática de un pueblo no fue yugulada por un grupo de caciques y
clérigos, y militares traidores, sino por el gobierno legitimo de la República,
que en su mensaje convierten en agentes del caos y el averno de la “España
eterna”.
Cada
vez se envalentonan mas los excesos imaginativos de quienes ponen en valor un
acto sangriento y criminal como forma de resolver los problemas políticos
ignorando la solución de estos, por la política y las urnas. Su sectarismo
confunde el derecho a reencontrase con la dignidad colectiva y la
justicia, recuperar la memoria y
la historia política, con un mezquino afán de revancha y rencor. Se abonan al
negacionismo con la coartada de una presunta reconciliación donde brillo por su
ausencia el arrepentimiento, y que no
existió más allá del útil olvido evasivo. Y con ello un velo cómplice de
silenció sobre lo acontecido, extendido a la dictadura franquista.
Decir que el asesinato del Sr. Calvo Sotelo
fue un crimen de estado, semeja solemne desconocimiento de las tensiones
exacerbadas interesadamente del momento…Más increíble si cabe si cual manifiesta
años después el Sr. Gil Robles, persona poco sospechosa para la derecha y protagonista
del momento, que no albergaba la menor duda
de la NO implicación del gobierno de la República en acto tan infame.
Pocas
horas antes del deceso del Sr. Calvo Sotelo, se produce el asesinato del
teniente de la Guardia de Asalto Sr. Castillo, lo que da lugar a una reunión
tumultuosa en el Cuartel de Pontejos al que pertenecía el difunto. Los ánimos están muy excitados
por el pistolerismo de la extrema derecha y su impunidad. Hacía apenas un mes
había sido asesinado el capitán Sr. Faraudo, y se había producido el intento
fallido en la persona del profesor y dirigente socialista Sr. Jiménez
Asúa, padre de la constitución republicana, entre otros muchos casos de corte
similar.
Compañeros
del Sr. Castillo y algunos civiles especialmente vinculados a una banda
paramilitar llamada “La Motorizada” que en ocasiones había protegido al
dirigente socialista Sr. Prieto, claman indignados por los atentados mortales
cometidos por los fascistas.
Las
bandas paramilitares era una nefasta realidad en formaciones políticas de los
años treinta. Sucedía con la Comunión Tradicionalista, la JAP, (los “camisas
verdes”, Juventudes de Acción Popular) vinculada a la CEDA, los piquetes anarcosindicalistas, el
pistolerismo falangista, etc. De Pontejos parte una comisión compuesta por el
comandante Sr.Burillo Stolle, el Tte. D. Máximo Moreno y el Capitán D. Fernando
Condes que se reúnen con el Ministro de Gobernación Sr. Moles para solicitar
autorización para detener a los pistoleros falangistas e instigadores que se
mantenían clandestinos. El ministro concede autorización “siempre
y cuando solo se detuviera a las personas que se tenía fichadas y que estas
serían entregadas a la autoridad competente". De
las camionetas de asalto que salen de Pontejos con los listados de los sospechosos
va también la funesta “camioneta 17”. En ella al mando del capitán Condés de la
Guardia Civil, y conducida por el
guardia Orencio Bayo, viajan en el pistolero Victoriano Cuenca, los guardias
José del Rey. Amalio Martínez, Enrique Robles Sergio García, Bienvenido Pérez
Rojo, Ismael Bueso Vela, Ricardo Cruz Cousillos y Aniceto Castro Piñeira. También
un estudiante del último curso de Medicina, Federico Coello que participa de
forma inopinada por hallarse tratando un enfermedad venérea al pistolero
Cuenca, También viajan gentes vinculadas a la Motorizada, como Federico Coello,
Santiago Garcés y Francisco Ordóñez,
Se dirigen al domicilio de un falangista
notorio, pero la dirección resulta ser falsa. Luego al del Sr. Goicoechea
(Renovación Española) que estaba ausente. Posteriormente se personaron en el
hogar del Sr. Gil Robles que a la sazón se halla de veraneo en Biarritz y finalmente
al pasar por Calle de Velázquez alguien, por desgracia, recordó, que allí vivía
el Sr. Calvo Sotelo…Como algo planeado perversamente como “crimen de estado”
parece punto menos que inconcebible en una noche aciaga.
El Sr. Calvo Sotelo, ministro de
Hacienda en la dictadura de Primo de Rivera fue el más tenaz adversario de la
República. Ferviente simpatizante del fascismo y animador del golpe militar, auspició
siempre la desestabilización de las instituciones democráticas: “El poder debe ser conquistado por cualquier
medio”. Y suya es la frase, “la derecha no permitirá ensayos
izquierdistas e implantará un Estado corporativo” El historiador D. Ángel Viñas afirma, “El golpe del 18 de julio no solo fue obras
de militares sino también de civiles, en particular de los monárquicos de Calvo Sotelo, que tuvieron un papel
sustancial para que el golpe triunfase, y no meramente de apoyo”. “Sin la trama civil interna, los militares
golpistas quizá no hubiera tenido existo”, “sin el
apoyo del partido alfonsino, Renovación Española, liderado por Calvo Sotelo,
los golpistas probablemente nunca hubieran conseguido el
apoyo armamentístico de la Italia fascista”.
Tras la implantación del Frente
Popular (cuyo gobierno formaban partidos burgueses), vuelve con mayor
virulencia el golpismo que ya se había hecho presente y sofocado en 1932. La
oficialidad reaccionaria y monárquica urde una nueva
sublevación militar contra un régimen que nunca aceptaron.
En
una acción trágica que recuerda la frase de Fouché, “ha sido peor que un
crimen, ha sido una estupidez”, aquel grupo
absolutamente incontrolado de la “camioneta 17” tras violar la inmunidad
parlamentaria del diputado Sr. Calvo Sotelo lo detienen para conducirlo a la
Dirección General de Seguridad. En el camino, sin que el desenlace estuviese
previsto, el pistolero Cuenca disparó
dos tiros en la nuca del detenido que iba sentado delante de él... Tras un
largo rato de circular sin rumbo bajo la impresión del suceso terminaron
abandonando el cadáver en el depósito del cementerio del Este.
Desdiciendo
cualquier manipulación de convertir un abominable asesinato, otra penosa
muestra de la tensión reinante, en crimen de estado, las autoridades del gobierno
Casares, el Presidente de la República y diversos portavoces y dirigentes de la
izquierda de la Cámara reaccionan
espantados por la tragedia y con evidente indignación y asco contra los
autores y embargados de angustia sobre el futuro inmediato.
Durante la
primavera de 1936, los líderes neofascistas que representan las derechas del país
estimularon una violencia creciente encaminada a poner machaconamente en
entredicho la legitimidad del régimen republicano. Es monstruosa la quiebra retorica
de la normalidad a través de la permanente difusión de libelos tendenciosos
proclamas catastrofistas. Se suceden los
discursos apocalípticos en medio de continuos llamamientos a la resolución de
los problemas políticos por medio de la fuerza. Actos llenos de cinismo, pero que calan en los ánimos
manejando el temor como elemento nuclear sobre que desencadenar la violencia.
Parece
imposible que la historia no haya enseñado nada. Que de la crispación se haga oficio
Y que con frivolidad indecente se caldee una caldera cuyo vapor dejó tantas quemaduras
gravísimas en la piel de nuestra historia.
Malditos
sean la crispación y sus oficiantes, que
en su indecencia y al servicio de sus intereses mezquinos y fobias no dudarían en
condenar al país a repetir los errores de su historia,
Antonio Campos Romay
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