Cuando yo era joven
había en mi barrio una señora a quien todos llamaban doña Rogelia que pasaba
por ser simpática y ladina, pero como después se supo, tenía más mala leche que
todo el barrio junto. Buscaba la señora la forma, una y otra vez, de salirse
con la suya contando con la ley o retorciéndola.
La aún actual Presidenta
del Congreso de los Diputados me ha recordado estos últimos años a aquella
vecina, sobre todo desde que se propuso, con éxito, impedir la tramitación de
proyectos y proposiciones de ley, si procedían del Gobierno socialista o de
alguno de los grupos parlamentarios que le apoyaban. De igual manera ahora,
cuando el Gobierno quiere aprobar una serie de medidas sociales mediante
decretos-leyes, que todos sabemos deben ser aprobados por el Congreso (en este
momento por su Diputación Permanente), la señora Presidenta, cual doña Rogelia
rediviva, pide a los letrados de las Cortes que informen la manera en que tal
cosa pueda impedirse. Una genio.
Aunque la Presidenta
del Congreso hace muy bien el papel de bufona una vez al año ante los
periodistas, se declara feminista y otras inverosimilitudes, en realidad
pertenece a la más pura cepa del Partido Popular, donde ingresó de la mano de
los señores Fraga y Rajoy (dos joyas) y ha permanecido en el Congreso durante
nada menos que seis legislaturas.
Desempeñando cargos de
libre designación relacionados con la sanidad no se ha lucido precisamente, ni
como jefa de servicio de Planificación Sanitaria en Pontevedra, ni como
directora provincial del Servicio Gallego de Salud, y de aquellas gestiones
suyas vienen estos lodos que sufre la población gallega.
Es lamentable que la
Presidenta de un Parlamento destaque por impedir legislar, aparte de no
respetar la lealtad institucional que corresponde a la que debe ser árbitro
esté el Gobierno que esté al frente del país. Parece como si el señor Rajoy
hubiese dejado “atado y bien atado” el que el Parlamento le siguiese siendo
fiel aún después de haber sido censurado y echado del Gobierno. Ese papel lo
cumple a la perfección la actual Presidenta del Congreso, la cual fue elegida
para tal cargo con los votos de los diputados independentistas catalanes:
curiosa la falta de escrúpulos de la señora.
En realidad todo esto
es el resultado de la falta de convicciones democráticas del PP y de una de sus
más visibles representantes. A la señora le da igual que España participe en
una guerra ilegal e injusta que su partido haya sido condenado por corrupción;
a la señora le da igual que el actual Presidente del PP quiera retrotraer a
España a los años setenta y parece darle igual ir de la mano de un partido de
extrema derecha; ella, tal pulcra en apariencia, pero filibustera, regateadora,
tapón para el libre juego democrático en el Parlamento. No le importa a la
señora el fondo de los decretos-leyes que, de ser aprobados, beneficiarían a
numerosos colectivos de españoles, lo que le interesa es torpedear su aprobación
por medios arteros.
No estuvo tan diligente
la señora cuando fue ministra de Fomento y sucedió el accidente del tren en
Angrois. Y no se trata aquí de culpabilizarla directamente de las numerosas
muertes, sino de tener una concepción de la política como actividad de
relumbrón, sin tener presente cada día las altas responsabilidades que se
asumen. ¿O es que alguien recuerda a la señora que nos trae aquí por algo
realmente notable hecho a favor de los españoles? Se dice que es muy respetada
en su partido: no es de extrañar; cumple con el filibusterismo más ramplón y
antidemocrático que imaginarse pueda.
L. de Guereñu Polán.
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