Estos “caballeros” son botón de muestra de la
utilización de la política de forma mendaz,
corrupta, con talantes inmundos y saqueo
sistemático. Algo que en el caso del PP alcanzó tal relieve que la justicia se
pronunció sobre dicha organización como trama corrupta, y un presidente de
gobierno, por primera vez en nuestra historia, hubo de dimitir asfixiado por
tanta inmundicia.
Con
estos antecedentes parece razonable el deterioro de credibilidad de los
políticos. De la mínima empatía que entre representantes y representados. Lo
que se agrava con los esperpentos de los procesos partidarios, que disfrazándose
de democráticos, son poco más que luchas
intestinas de tribus en pos de de un jirón de la túnica sagrada que pueda obrar
el milagro de una poltrona cómoda. En su inconsciencia, sus reyertas domésticas
trascienden al exterior de sus conventos de clausura mostrando la miseria de
los actores. Simples liliputienses insolventes para el reto que les corresponde,
gestionar lo que para ellos es Brobdingnag, el país de los gigantes…
Es grotesca la escasa textura democrática que muestra
como se degradan las asambleas partidarias, reducidas a un acto meramente
consultivo, como las Cortes franquistas. La militancia y su voto son mero brindis al sol, un coro de figurantes.
La
decepción se acumula en la ciudadanía ante la escasa pulcritud democrática. Lo
que alcanza a unos protagonistas, incapaces de hilvanar proyectos de
envergadura. O desarrollar, de forma coherente más allá de vacuidades, tanto
una exposición ideológica nítida, como respuestas legibles ante los retos de la
sociedad, ya sea en el ámbito municipal, estatal o europeo. Enseñando sus vergüenzas al mostrar que todo su “proyecto” se inicia y
concluye en una procaz pelea por la butaca. Lamentable espectáculo en cuanto las
instituciones necesitan de forma perentoria romper su atonía en un mundo que
enfila sin pausa el primer tercio del siglo XXI.
Una
indignación que no es nuevo que en Europa se canalice en un recorrido que deja
estupefactos a los espectadores mas sensatos. Que encuentra eco en una ola
perversa que lleva en volandas el desencanto y el sentimiento de traición de los
intereses a amplias capas populares y mesocráticas, conduciéndolo hacia puertos cenagosos.
Hidra
putrefacta que colateralmente provoca la traición a la democracia de los
partidos que se califican constitucionalistas. Pero que con cínico oportunismo
entregan parcelas sustanciales de democracia y sus conquistas sociales a cambio
de andrajos de la túnica sagrada del poder. Argumentando falazmente que con la extrema derecha es posible
garantizar los derechos y libertades en la construcción del futuro. Un compadreo
infame con los potenciales liberticidas, mintiendo de forma bellaca a la
ciudadanía sobre la intención de estos, al
tiempo que los legitiman.
Aznar,
emulo de Geppetto, talló su particular Pinocho, el Sr. Casado. Copia que recoge
lo peor del original y ninguna virtud. Quienes confiaron desde el ala moderada
del PP en un ejercicio de regeneración y liderazgo, lloran hoy por las esquinas
aunque pongan cara de póker. Su discurso preconciliar (previo al concilio de la
democracia), es algo tan ramplón, que
haría feliz a D. Gonzalo de la Mora, autor del “El crepúsculo de las
ideologías”. Lo única que deja claro, parapetado tras la manida unidad de
España, es su intención es llegar al poder, sin importarle con quien ni a qué
precio, ni el dolor o la miseria a que
someta la parcela, con tal de contentar a unos pocos aparceros.
“El
nieto de Lucas”, D. Albert Rivera, tras diversas capeas afortunadas en tierras
catalanas, lanzado a los cosos hispánicos con variable fortuna, muestra que es apenas
un biombo ante el que actúa con curiosos malabarismos, pero tras el cual no hay prácticamente nada. Metido de hoz y coz
en la escena nacional, desnuda su penuria de ideas del estado, de estructuras
creíbles, y muestra una organización presa de alfileres y en permanente fermentación.
Su liderazgo se sustenta en el debate catalán. Por ello su pánico cerval es
toparse un criterio encaminado a
entender y conciliar tal dilema político, algo que desarma su discurso. Extinguir
el problema sería verse en el paro.
El
Sr. Abascal, caballo desbocado de la derecha que perdió en exabruptos su casto
nombre, es un peligro por efecto contagio para la estabilidad y sensatez de los
formaciones de la derecha parlamentaria. Y por extensión para la democracia. Unas
derechas acobardadas, incapaces de desenmascarar sus atrocidades dialécticas, prefieren hacerlas
suyas compitiendo en decibelios. Unas derechas que gruñen entre sí en disputándose
los harapos de la túnica y su hegemonía. Que son capaces de todo, menos dialogar
con la ciudadanía. Y que no vacilan poner en riesgo y crispar la convivencia
democrática por aferrarse a sus mezquinos intereses
La
única España que se pretende romper hoy, es la de la justicia social, la
inclusiva, basada en el dialogo, la participación y la equidad. Algo en lo que
extremos distintos coinciden. Quienes quieren romper España son los que se afanan en fomentar una insolidaridad brutal, sirviendo a unos pocos a
costa de hacer insalvable la brecha social. Que anteponen lo particular a lo
común. Y que se entusiasman en entregar a la oscuridad tridentina la
inteligencia, el pensamiento y el progreso.
*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el
Parlamento de Galicia
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