El feminismo, o movimiento de
liberación de la mujer respecto de una sociedad dominada por los hombres, tiene
su antecedente en los filósofos de la Ilustración, pero una vez que el
feminismo echó a andar, cabe distinguir varias fases empezando por la
reivindicación del voto para la mujer, lo que no es exactamente el feminismo
que hoy entendemos por tal. Además, las sufragistas de finales del siglo XIX
solo se dieron en el mundo occidental y estaba formado por vanguardias
pertenecientes a las clases acomodadas.
Ya con la Revolución Francesa la
mujer pasó a la acción, elaborando algunos documentos que expresaban el deseo
de recibir instrucción y poseer derechos políticos y jurídicos hasta ese
momento negados. El filósofo Condorcet era de la opinión que si se excluía a la
mujer de los derechos políticos se violaban los principios de la Declaración de
Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada en 1789. Esto llevó a Olimpia de
Gourges a elaborar una Declaración de los Derechos de la Mujer y
de la Ciudadana, siendo el alegato más radical hasta entonces a favor de los
derechos de la mujer.
En Inglaterra destacó Mari Wollstonecraft,
institutriz y escritora apegada a los círculos radicales que publicó una “Reivindicación
de los derechos de la mujer”. La revolución industrial, por su parte, trajo
cambios drásticos en la estructura de las familias y alteró sus costumbres. Por
un lado, hombres, mujeres y niños formaron el nuevo proletariado que trabajaba
en pésimas condiciones y horarios alargadísimos. Se hacinaban en estrechas
habitaciones de los barrios obreros y, en el caso de la mujer, doblaba su
jornada con las tareas domésticas y el cuidado de los hijos.
Pasado el tiempo minorías de mujeres
tuvieron que ver en el movimiento antiesclavista desde 1830, y en la Convención
celebrada en Nueva York, en una capilla metodista (1848), se aprobó la “Declaración
de Sentimientos”, crítica de las duras condiciones sociales de la mujer como
subordinada. Aquí se reivindica el voto de la mujer y el derecho de esta a
ejercer oficios, profesiones y a participar en el comercio sin permiso de esposos
y padres. Poco después destacaron, en Estados Unidos, Cady Stanton y Susan B.
Anthony, creando la Asociación Nacional pro Sufragio de la Mujer (NWSA).
Pero pronto surgieron otras
asociaciones de mujeres menos radicales como la de Mujeres Americanas por el
sufragio (AWSA), que respetaba el voto de los negros y confiaba que, una vez
conseguido este, ayudarían a las mujeres a alcanzar sus propósitos. De todas
formas es la obra de un hombre, John Stuart Mill (1866), el que presentó, junto a
Henry Fawcet, una petición a favor del voto femenino en la Cámara de los
Comunes (Inglaterra), que fue rechazada por el Parlamento.
En Francia, el Código Civil
napoleónico echó por tierra todo intento sufragista hasta entonces, y tendrán
que pasar dos revoluciones y el desarrollo del republicanismo radical, del
socialismo utópico, del anticlericalismo y la masonería, para que en Francia se
pueda hablar de un movimiento sufragista similar al de Inglaterra y Estados
Unidos. Flora Tristán denunciará la vida miserable de la mujer en su libro “La
Unión Obrera” y, en 1866, se dieron los primeros signos de una organización que
podemos empezar a llamar feminista. Es, por tanto, cierto, que el feminismo, al
menos en sus orígenes, estuvo ligado a movimientos políticos de izquierda,
socialistas y republicanos, no a conservadores de ningún tipo.
Enn 1878 se celebró el I Congreso
Feminista Internacional en París, donde periodistas y masones dirigieron
fuertes ataques a la Iglesia, apoyo fundamental del viejo orden. Pero el
Congreso no consideró el voto femenino, produciéndose entonces una escisión
protagonizada por Hubertine Auclert.
En Alemania, August Bebel hizo un
análisis de la institución familiar y el papel de las mujeres en la sociedad,
que propició el comienzo del feminismo y, al iniciarse el siglo XX, el
movimiento feminista se radicalizó. En vísperas de 1914 la “Liga por la libertad
de la mujer” (WFL), que adoptó métodos de protesta pacíficos, asaltó, no
obstante, en varias ocasiones, las verjas del Parlamento, repartió octavillas y
su movilización se basó en la desobediencia civil. Con la guerra se vio que
muchas mujeres tuvieron que ser movilizadas para realizar “trabajos de hombres”:
conductoras, empleadas municipales, trabajadoras de la construcción, las
enfermeras aumentaron su número…
En España las primeras corrientes
feministas no organizadas aparecieron a fines del siglo XIX, en torno a
escritos de Emilia Pardo Bazán y Concepción Arenal, así como por la actividad
de ambas como conferenciantes y divulgadoras de los problemas de la mujer. El
voto se reconoció a la mujer española durante la II República , aunque un
precedente importante lo constituyó el libro publicado por Margarita Nelken en
1919, La condición social de la mujer en España.
Hoy, siendo el movimiento feminista
minoritario entre las mujeres, en términos absolutos concentra a muchas,
habiendo acercado también a muchos hombres, pero siendo un fenómeno
transversal, las organizaciones progresistas son las que apoyan al feminismo,
haciéndolo las conservadoras vergonzantemente o, simplemente, combatiéndolo. El
feminismo es plural, no siendo todas las feministas partidarias de las mismas
formas y fondos, llevando sus proclamas a exageraciones, en ocasiones,
innecesarias, y en esto se basan –si no en el reaccionarismo- los partidos
conservadores para combatir el feminismo.
Aunque la desigualdad de la mujer
hoy, en el mundo llamado desarrollado, sea más bien “de facto”, existen muchas
circunstancias en las que la discriminación que sufre es lacerante, sobre todo
en el mundo del trabajo: no se conocen empresarios feministas, y si lo
proclaman no lo cumplen. Esta situación penosa (recordemos el caso de las kellys, la desigualdad salarial, el
acoso sexual, las muertes violentas de mujeres por el solo hecho de serlo…)
contrasta con el carácter festivo de las manifestaciones callejeras, que creo
debieran, en lo sucesivo, revestir un carácter menos parecido al del “orgullo
gay”. No estamos para cánticos –aunque se den- sino para verdaderos gritos de
rechazo y denuncia.
Harían bien las feministas en atraer
a los partidos conservadores (los de extrema derecha se autoexcluyen), porque
no es admisible que la mitad de la humanidad sufra una doble explotación, por
trabajadora y por mujer. Sobraría con la primera. Y harían bien las feministas,
que deben recordar que son minoría entre las mujeres y más entre los hombres,
en atraer cada vez más a las del medio rural, vivero de votos de la derecha, al
menos en España, como demuestran una y otra vez las encuestas.
L. de Guereñu Polán.
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