miércoles, 6 de marzo de 2019

Feminismo


El feminismo, o movimiento de liberación de la mujer respecto de una sociedad dominada por los hombres, tiene su antecedente en los filósofos de la Ilustración, pero una vez que el feminismo echó a andar, cabe distinguir varias fases empezando por la reivindicación del voto para la mujer, lo que no es exactamente el feminismo que hoy entendemos por tal. Además, las sufragistas de finales del siglo XIX solo se dieron en el mundo occidental y estaba formado por vanguardias pertenecientes a las clases acomodadas.

Ya con la Revolución Francesa la mujer pasó a la acción, elaborando algunos documentos que expresaban el deseo de recibir instrucción y poseer derechos políticos y jurídicos hasta ese momento negados. El filósofo Condorcet era de la opinión que si se excluía a la mujer de los derechos políticos se violaban los principios de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada en 1789. Esto llevó a Olimpia de Gourges a elaborar una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, siendo el alegato más radical hasta entonces a favor de los derechos de la mujer.

En Inglaterra destacó Mari Wollstonecraft, institutriz y escritora apegada a los círculos radicales que publicó una “Reivindicación de los derechos de la mujer”. La revolución industrial, por su parte, trajo cambios drásticos en la estructura de las familias y alteró sus costumbres. Por un lado, hombres, mujeres y niños formaron el nuevo proletariado que trabajaba en pésimas condiciones y horarios alargadísimos. Se hacinaban en estrechas habitaciones de los barrios obreros y, en el caso de la mujer, doblaba su jornada con las tareas domésticas y el cuidado de los hijos.

Pasado el tiempo minorías de mujeres tuvieron que ver en el movimiento antiesclavista desde 1830, y en la Convención celebrada en Nueva York, en una capilla metodista (1848), se aprobó la “Declaración de Sentimientos”, crítica de las duras condiciones sociales de la mujer como subordinada. Aquí se reivindica el voto de la mujer y el derecho de esta a ejercer oficios, profesiones y a participar en el comercio sin permiso de esposos y padres. Poco después destacaron, en Estados Unidos, Cady Stanton y Susan B. Anthony, creando la Asociación Nacional pro Sufragio de la Mujer (NWSA).

Pero pronto surgieron otras asociaciones de mujeres menos radicales como la de Mujeres Americanas por el sufragio (AWSA), que respetaba el voto de los negros y confiaba que, una vez conseguido este, ayudarían a las mujeres a alcanzar sus propósitos. De todas formas es la obra de un hombre, John Stuart Mill (1866), el que presentó, junto a Henry Fawcet, una petición a favor del voto femenino en la Cámara de los Comunes (Inglaterra), que fue rechazada por el Parlamento.

En Francia, el Código Civil napoleónico echó por tierra todo intento sufragista hasta entonces, y tendrán que pasar dos revoluciones y el desarrollo del republicanismo radical, del socialismo utópico, del anticlericalismo y la masonería, para que en Francia se pueda hablar de un movimiento sufragista similar al de Inglaterra y Estados Unidos. Flora Tristán denunciará la vida miserable de la mujer en su libro “La Unión Obrera” y, en 1866, se dieron los primeros signos de una organización que podemos empezar a llamar feminista. Es, por tanto, cierto, que el feminismo, al menos en sus orígenes, estuvo ligado a movimientos políticos de izquierda, socialistas y republicanos, no a conservadores de ningún tipo.

Enn 1878 se celebró el I Congreso Feminista Internacional en París, donde periodistas y masones dirigieron fuertes ataques a la Iglesia, apoyo fundamental del viejo orden. Pero el Congreso no consideró el voto femenino, produciéndose entonces una escisión protagonizada por Hubertine Auclert.

En Alemania, August Bebel hizo un análisis de la institución familiar y el papel de las mujeres en la sociedad, que propició el comienzo del feminismo y, al iniciarse el siglo XX, el movimiento feminista se radicalizó. En vísperas de 1914 la “Liga por la libertad de la mujer” (WFL), que adoptó métodos de protesta pacíficos, asaltó, no obstante, en varias ocasiones, las verjas del Parlamento, repartió octavillas y su movilización se basó en la desobediencia civil. Con la guerra se vio que muchas mujeres tuvieron que ser movilizadas para realizar “trabajos de hombres”: conductoras, empleadas municipales, trabajadoras de la construcción, las enfermeras aumentaron su número…
           
En España las primeras corrientes feministas no organizadas aparecieron a fines del siglo XIX, en torno a escritos de Emilia Pardo Bazán y Concepción Arenal, así como por la actividad de ambas como conferenciantes y divulgadoras de los problemas de la mujer. El voto se reconoció a la mujer española durante la II República, aunque un precedente importante lo constituyó el libro publicado por Margarita Nelken en 1919, La condición social de la mujer en España.

Hoy, siendo el movimiento feminista minoritario entre las mujeres, en términos absolutos concentra a muchas, habiendo acercado también a muchos hombres, pero siendo un fenómeno transversal, las organizaciones progresistas son las que apoyan al feminismo, haciéndolo las conservadoras vergonzantemente o, simplemente, combatiéndolo. El feminismo es plural, no siendo todas las feministas partidarias de las mismas formas y fondos, llevando sus proclamas a exageraciones, en ocasiones, innecesarias, y en esto se basan –si no en el reaccionarismo- los partidos conservadores para combatir el feminismo.

Aunque la desigualdad de la mujer hoy, en el mundo llamado desarrollado, sea más bien “de facto”, existen muchas circunstancias en las que la discriminación que sufre es lacerante, sobre todo en el mundo del trabajo: no se conocen empresarios feministas, y si lo proclaman no lo cumplen. Esta situación penosa (recordemos el caso de las kellys, la desigualdad salarial, el acoso sexual, las muertes violentas de mujeres por el solo hecho de serlo…) contrasta con el carácter festivo de las manifestaciones callejeras, que creo debieran, en lo sucesivo, revestir un carácter menos parecido al del “orgullo gay”. No estamos para cánticos –aunque se den- sino para verdaderos gritos de rechazo y denuncia.

Harían bien las feministas en atraer a los partidos conservadores (los de extrema derecha se autoexcluyen), porque no es admisible que la mitad de la humanidad sufra una doble explotación, por trabajadora y por mujer. Sobraría con la primera. Y harían bien las feministas, que deben recordar que son minoría entre las mujeres y más entre los hombres, en atraer cada vez más a las del medio rural, vivero de votos de la derecha, al menos en España, como demuestran una y otra vez las encuestas.

L. de Guereñu Polán.

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