Desde
hace años la política española se caracteriza por una tendencia a
declinar la empatía en aras de una agresividad traducida muchas
veces en pura grosería. Un virus que infestó la política de forma
significativa con la presencia del Sr. Aznar, se doctoró
posteriormente enfilando sus dardos contra la administración del Sr.
Rodríguez Zapatero, y teniendo lamentable continuidad contra el Sr.
Sánchez.
Algo
que ofende el sentido común e indigna especialmente a quienes
esperan respuestas a sus angustias y solo reciben trifulcas de
verduleras. Decae el ánimo constructivo y de dialogo ante los
talantes encaminados a la destrucción del contrario entendido como
enemigo, la crispación y la grandilocuencia hueca si acaso salpicada
de lugares comunes. Es el estado de hombres y mujeres incapaces de
entender que lo que se le pide es un mínimo sentido de estado.
Un
torpeza y miopía que se manifiesta en ridículos planteamientos de
líneas rojas, cordones sanitarios y otras simplezas que apenas
sirven para manifestar la nula empatía para buscar espacios de
diálogo sin fronteras, donde todo pueda ser discutido en aras de
buscar un encuentro razonable. Un comportamiento que arroja en brazos
de un primitivismo visceral ignorando la búsqueda de nueva formulas,
esperando recetas mágicas.
La
difamación reiterada es la moneda de uso común. El insulto la
herramienta. La deslealtad con los compromisos y las maniobras
traicioneras son la fe que profesan quienes hacen de la política
universidad de trileros.
La
brújula de alguna formación política solo marca como rumbo
deslegitimar al líder que gana las elecciones con notoria holgura y
su único programa inteligible es arrojarlo de la Moncloa, adobado de
un univoco y ultramontano concepto de la unidad del estado. Para ello
no duda en ir de la mano con la derecha que elige su versión más
retrograda y la extrema-derecha para tejer un supuesto cordón
sanitario para salvaguardar unas esencias patrias, presuntamente
puestas en peligro… Sin que todo esto no sea óbice para
presentarse sin titubeos como el centro con capacidad de pacto con
fuerzas distintas. Por su parte Vox se tira al monte, lo que está en
sus genes. El Partido Popular no sabe por dónde tirar, moviéndose
tan atropelladamente como un elefante en una cacharrería.
En
tanto, para elevar el nivel, la derecha dura catalana, con no escasa
biografía en temas económicos muy oscuros, hoy en el separatismo
más virulento, se suma a la ceremonia de la destrucción de la
empatía de la clase política. Lo hace en esta ocasión a través
de Doña Nuria Gispert, que ha presidido el santuario de la soberanía
catalana, de toda la ciudadanía catalana, su Parlament.
La
Sr.Gisper siguiendo “inasequible al desaliento” en su habito de
tuits que si no incitan a la xenofobia y al odio, lo hacen sin la
menor duda al menosprecio y al encono, llama cerdos a una serie de
compatriotas votados libremente por la ciudadanía. Laureada
recientemente con la Creu de San Jordi, invita a toparse con el
retruécano de Ugo Fóscolo, “en tiempo de las bárbaras naciones
del cuello colgaban los ladrones, y hoy en el siglo de las luces del
pecho del ladrón cuelgan las cruces”… aunque en este caso el
robo sea, de la dignidad ajena. Entristece que la autoría se
corresponda a quien sobre el papel representó a toda la ciudadanía
catalana, fuese esta del signo político que fuere.
Sorprende
menos que su correligionario, el President Sr. Torra, considere que
carece de la menor trascendencia y por tanto da el tema por zanjado.
Una comprensión que se corresponde con quien en su cosecha literaria
aporta estimables joyas. “El
catalán es superior al español en el aspecto racial”. Y
que tiene una percepción de estos como
“Bestias
con forma humana,
sin
embargo, que se enjuagan con odio”,
entre otras contribuciones.
Con
estas mimbres está el país condenado a urdir su convivencia. Cada
día que pasa parece más empeñada su clase política a no ver con
los ojos del otro, y menos escuchar con sus oídos y sentir con su
corazón. Parece misión imposible para la dirigencia política
averiguar que está sintiendo exactamente el interlocutor o
inclusive, lo que realmente requiere cada momento histórico.
Reducir
la brecha social y económica es un reto indispensable. Pero
inexcusablemente como paso previo se hace necesario reducir la brecha
de empatía entre la clase política, y entre esta y la sociedad.
Erradicando cotas de mezquindad y miopía. Extirpando la cortedad de
miras que impregnan la política. Elevando la visión de estado,
anteponiendo en valor lo colectivo a lo particular. Entendiendo algo
tan sencillo como conocer que la política no es ganar o perder sino
entender que las necesidades, el dolor o las alegrías de unas
personas son tan trascendentes como las de otras.
La
política no es anular con sentimientos propios los de otros, sino
abrir puertas a la sintonía común.
*Antonuo
Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia
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