Una de las mayores
aberraciones de nuestra Constitución (que no obstante defiendo con uñas y
dientes) y que es común a otros estados, es la doble legitimidad de ciertos
legisladores, concretamente los miembros del Senado, según sean elegidos
directamente por la población o por los Parlamentos Autonómicos. El sistema
mayoritario para el Senado ya representa un déficit democrático, pues quedan
fuera candidatos con muchos votos a sus espaldas por resultar ser los terceros
o cuartos en sus circunscripciones. La actual Ley Electoral ahonda en esta
aberración sin que se avisten soluciones a la misma.
Imaginen ustedes que yo
soy diputado del Parlamento gallego y se me dice que, para que un
correligionario mío sea elegido senador, debo votar a favor de un candidato de
la derecha al mismo puesto. Es el momento en el que dejo el escaño sin dilación.
¿Cómo voy a votar para que ocupe un puesto en el Senado a quien defiende
posiciones antagónicas conmigo y los de mi clase? Pues en este juego tontito es
en el que estamos. Ni qué decir tiene que los electos por este procedimiento
están que no caben en sí de gozo, pues una prebenda (y esto se considera muchas
veces un cargo público) no es para despreciar.
No seamos pusilánimes:
los cargos públicos son ambicionados porque dan prestigio, liberan a los que
los ocupan de trabajos peor remunerados en la mayor parte de los casos (cuando
no es así se consigue la compatibilidad), permiten ciertas influencias y
constituyen ingrediente muy interesante de un posible “cursus honorum” al
estilo romano.
¿Por qué hay senadores
de elección directa y otros por cooptación? Teóricamente porque el artículo 69º
de la Constitución española señala que “el Senado es la Cámara de
representación territorial” (aunque casi nunca lo ha sido); además de que no
somos pocos los que creemos que la representación debe ser de las personas, no
de los territorios. Entonces se dijo: pues que ciertos senadores sean elegidos
por los Parlamentos regionales. Estos, evidentemente, no tienen la misma
legitimidad que los elegidos directamente por los ciudadanos.
¿Preocupa esto a alguno
de nuestros dirigentes? Me atrevería a decir que no, a pesar de que la palabra
democracia está (como expresión hueca) en boca de todos continuamente. Y esto
es todo porque el asunto es tan evidente que no da para más.
L. de Guereñu Polán.
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