jueves, 9 de mayo de 2019

Senadores de dos legitimidades


Una de las mayores aberraciones de nuestra Constitución (que no obstante defiendo con uñas y dientes) y que es común a otros estados, es la doble legitimidad de ciertos legisladores, concretamente los miembros del Senado, según sean elegidos directamente por la población o por los Parlamentos Autonómicos. El sistema mayoritario para el Senado ya representa un déficit democrático, pues quedan fuera candidatos con muchos votos a sus espaldas por resultar ser los terceros o cuartos en sus circunscripciones. La actual Ley Electoral ahonda en esta aberración sin que se avisten soluciones a la misma.

Imaginen ustedes que yo soy diputado del Parlamento gallego y se me dice que, para que un correligionario mío sea elegido senador, debo votar a favor de un candidato de la derecha al mismo puesto. Es el momento en el que dejo el escaño sin dilación. ¿Cómo voy a votar para que ocupe un puesto en el Senado a quien defiende posiciones antagónicas conmigo y los de mi clase? Pues en este juego tontito es en el que estamos. Ni qué decir tiene que los electos por este procedimiento están que no caben en sí de gozo, pues una prebenda (y esto se considera muchas veces un cargo público) no es para despreciar.

No seamos pusilánimes: los cargos públicos son ambicionados porque dan prestigio, liberan a los que los ocupan de trabajos peor remunerados en la mayor parte de los casos (cuando no es así se consigue la compatibilidad), permiten ciertas influencias y constituyen ingrediente muy interesante de un posible “cursus honorum” al estilo romano.

¿Por qué hay senadores de elección directa y otros por cooptación? Teóricamente porque el artículo 69º de la Constitución española señala que “el Senado es la Cámara de representación territorial” (aunque casi nunca lo ha sido); además de que no somos pocos los que creemos que la representación debe ser de las personas, no de los territorios. Entonces se dijo: pues que ciertos senadores sean elegidos por los Parlamentos regionales. Estos, evidentemente, no tienen la misma legitimidad que los elegidos directamente por los ciudadanos.

¿Preocupa esto a alguno de nuestros dirigentes? Me atrevería a decir que no, a pesar de que la palabra democracia está (como expresión hueca) en boca de todos continuamente. Y esto es todo porque el asunto es tan evidente que no da para más.

L. de Guereñu Polán.

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