A finales del año 1975
me afilié al Partido Socialista con una emoción desbordante, dedicándome a la
militancia política de forma tan intensa que sorprendí a no pocos. A lo largo
de unos veintitrés años fui conociendo a una serie de compañeros de los que
tengo un recuerdo vario, algunos con gran mérito y otros todo lo contrario,
aunque debo decir que estos últimos son los menos. Recuerdo que la primera vez
que pudimos votar fue a finales de 1976, cuando el referéndum para la Ley de la
Reforma Política. Era el principio del desmontaje legal del franquismo, porque el
desmontaje total fue mucho más difícil. El PSOE decidió que debíamos
abstenernos, pues no existía confianza sobre lo que el Gobierno de Suárez
pretendía y se atrevía. Con el tiempo sabemos que fue un error, pero entonces
no imaginábamos otra cosa que la que hicimos.
En los años siguientes
al citado no éramos muchos los que habíamos abrazado la militancia política, ni
en el Partido Socialista ni en ningún otro, máxime en una pequeña ciudad de uno
de los extremos de España. La agrupación a la que pertenecí estaba formada por
un puñado de personas pertenecientes todas ellas a la clase media baja, jóvenes
en su mayoría, pero pocos en definitiva. Desde esos años viví una experiencia
verdaderamente curiosa, enriquecedora en el plano humano, pero también
decepcionante en algunos aspectos. Recuerdo que cuando el Partido Socialista,
en las primeras elecciones generales (1977), obtuvo 118 escaños, nos parecía
obra de un milagro, pues ni por asomo sospechábamos un resultado tan bueno,
máxime teniendo en cuenta la escasa implantación del Partido Socialista en
muchos lugares de España, pero estuvo claro que funcionó la memoria histórica
de lo que dicho partido había representado desde finales del siglo XIX, durante
la II República española y durante la resistencia al franquismo, por lo menos
en los primeros años tras la guerra y en los últimos de la dictadura.
Una de las actividades
que llenaba nuestro tiempo era el trabajo en la Unión General de Trabajadores:
unos redactaban instancias, otros demandas, aquel asesoraba a uno que se había
acercado al sindicato, otros colaboraban con los abogados, todos transmitían
información a las empresas… Le veíamos sentido a todo esto. Visitábamos a los
afiliados en las diversas agrupaciones socialistas, pues no todos tenían las
mismas posibilidades de viajar y emplear buena parte del tiempo en los fines de
semana. En cierta ocasión, en la trastienda de un bar marinero, con los
militantes y allegados reunidos, expectantes ante las noticias que podríamos
llevarles, con la presencia de un destacado militante de la clandestinidad
entre nosotros, a uno, que era el introductor de la reunión, se le escapó decir
que había que dedicarse al partido “full time”, sin que casi nadie entendiese
el significado. Los pocos que estábamos de visita nos miramos con una sonrisa
bien intencionada.
Cuando se discutía el
Estatuto de Autonomía de Galicia, muchos llevaron a los plenos municipales la
discusión sobre cuál debía ser la capital política de nuestra Comunidad. En un
hermoso pueblo a unos treinta kilómetros de la costa, el pleno se alargaba por
los pronunciamientos de unos y otros: que si Santiago, que si A Coruña… Hasta
que un concejal –yo estaba entre el público- harto de tanta inutilidad a su
juicio, pidiendo la palabra, dijo: “Si siempre hemos pertenecido a Pontevedra ¿por
qué hemos de pertenecer ahora a Santiago? El buen hombre no había entendido
nada, pero aportó lo suyo.
Había entonces un
interés grande por aumentar el número de adeptos, pues era mucho el trabajo por
realizar, y las lecturas sobre lo que habían sido las agrupaciones socialistas
en el pasado nos animaba a ello. No daba resultado, en cambio, el esfuerzo que poníamos… salvo cuando llegó el gran triunfo de 1982. Entonces una riada de
personas se abalanzaron sobre el Partido Socialista como si fuese el ser más
querido. Uno de los recuerdos más pintorescos que tengo es el de un compañero,
no muy dotado en luces, que se dirigió a uno de nuestros diputados pidiéndole
que se contase con él para Delegado de Educación en la Provincia. Preguntado
por su experiencia en dicho campo respondió ufano y convencido que era conserje
en la de Pontevedra.
Hubo no pocos que
acudieron al Partido Socialista por si este les podía procurar un trabajo, una
mejora laboral o un puesto público cuando procediese. Los que tuvieron estas
intenciones, pasados unos pocos años, fueron abandonando su inicial y aparente
entusiasmo y causaron baja. Adiós a nuestras ilusiones, que creíamos
satisfechas con tal riada de ciudadanos en las filas del Partido. Tal fue el
número de los que acudieron al Partido Socialista que, en unas elecciones
locales, descubrimos en los últimos días de la campaña electoral, que nuestro
candidato en un municipio, era al mismo tiempo el candidato de Alianza Popular
(así llamada entonces). Alarmados, nos pusimos en contacto con él diciéndole
que tal cosa no era permitida, además de que demostraba por su parte una
absoluta falta de coherencia y convicciones. Se empeñó en que, si era querido
por su pueblo, como intuía, tenía derecho a formar parte de las dos
candidaturas: irreductible. Le sustituimos y nunca más volvimos a saber nada de
tal personaje.
Hubo otros (más bien
pocos) que se emplearon a fondo en complicar la paz y el sosiego de la vida
militante, exigiendo esto, protestando por aquello, haciendo público su
descontento… En algunas ocasiones estuve de acuerdo con los cambios que
aquellos procuraban, pero nunca en las formas empleadas, más propias de otro
tipo de asociación, o impropias en cualquier caso. Los mítines eran ocasión para
demostrar la capacidad de persuasión, o de adaptación al terreno, de unos y
otros: recuerdo el discurso de una entrañable compañera que, haciendo caso
omiso a ciertas recomendaciones que se nos habían dado, o no conociéndolas,
dijo ante un auditorio ávido de ideas: “y con respecto al aborto, defendemos
una ley que lo regule, porque de no hacerse, corre peligro no solo la vida de
la madre, sino la del niño…”. Una gran carcajada de los asistentes alivió la
situación.
Los fines de semana los
empleábamos en ir a los pueblos para buscar adeptos, en lo que algunos de los
nuestros eran expertos: “¿Sabría usted decirnos –se preguntaba- donde viven los
hijos de uno que fue maestro (o perito agrícola) represaliado durante la
guerra?” Y el interpelado, tras alguna cavilación, respondía: “debe de tratarse
de fulanito… la penúltima casa desviándose a la izquierda, con una verja
delante…”. Allí íbamos en busca de quien quisiese incorporarse a la militancia,
y solía dar resultado. ¡Cuántos nos recibieron con alegría (y sorpresa) al ver
que reconocíamos en ellos la legitimidad de un ascendiente muerto por la causa!
En otras ocasiones éramos recibidos con cierta desconfianza, que se rompía a la
segunda o tercera visita.
Entregábamos algunos
ejemplares de “El Socialista” en formato pequeño y con la cabecera en rojo, que
no decía gran cosa, pero el solo hecho de que se saliese de lo que era un
periódico convencional, ya entusiasmaba o llamaba a la curiosidad.
Recuerdo que los ya
captados para otros partidos de izquierda, nos veían como centralistas y
españolistas, pues ellos se consideraban como la novedad en relación a un
partido casi centenario. Por cierto, cuando celebramos los cien años en 1979,
no todos participaron en la organización de los actos, por lo que algún avispado
compañero señaló indignado en una asamblea: “Peor para ellos, porque no podrán
celebrar el segundo centenario”. Pero volviendo a los que estaban en otros
partidos de izquierda, con el andar del tiempo se olvidaron del “españolismo”
del PSOE, de su socialdemocracia y del “oro de Bonn”, se decía, y fueron
pidiendo su entrada en el partido, quizá al calor del éxito que el nuestro
tenía, quizá convencidos de que era lo mejor para contribuir a la justicia en
España. Así lo más granado del Partido Comunista en la provincia, del Partido
Socialista Galego, de otras organizaciones muy minoritarias pero muy
enfebrecidas, fueron entrando y luego ocupando importantes puestos, orgánicos e
institucionales. Terminaron siendo los más convencidos, como el converso.
Hubo uno que, tras
feroz pelea interna, abandonó el Partido Socialista con gran enfado que
trascendió intencionadamente a los medios de comunicación. Pasado un año volvió
a nuestras filas… porque se le había prometido un puesto en el Parlamento
Gallego: conditio hominum. La
intención de captar a personajes de cierta notoriedad en algunos campos (de la
cultura, profesiones, etc.) dio resultados varios, pero no aportaron nada
electoralmente hablando; otra cosa es el rendimiento que se pudo sacar de ellos
por su experiencia o conocimientos.
Otra anécdota absurda
(pero real) es la que protagonizó cierto Conselleiro en un momento de Gobierno
socialista en Galicia. Requerido por un subordinado, que se ocupaba de cierto
servicio a la ciudadanía, le respondió: “¿Qué vas a pedirme tú, si eres del
PSOE?” El Conselleiro, a la sazón, era uno de esos “independientes” que se
cuelan en los nombramientos y salen despavoridos (como así ocurrió) cuando
pierden el sillón. Hubo otro “independiente” que ocupaba entonces un puesto
destacado en un organismo cultural oficial, el cual, siéndole ofrecido el
puesto cuarto en una candidatura al Congreso rehusó cordialmente, pero dijo que
no tendría inconveniente en encabezar dicha candidatura… Esta vez no coló el
asunto.
En mi opinión ha sido
una lástima que formasen parte del Partido Socialista nacionalistas que tenían
más bien esta ideología como elemento definidor que el socialismo propiamente
dicho. Algunos de estos nacionalistas han superado felizmente esa tendencia
identitaria, pero no todos, y estos últimos han aportado poco y han molestado
mucho.
El Presidente de la
Xunta entonces, la primera vez que el PSOE la tenía en uno de sus miembros, se
quejó –junto con otros- de que no fuese recibido por el Presidente del Gobierno
en un plazo muy largo. Nada tengo que decir al respecto, pero sí sé a buen
seguro que la operación que llevó a aquel a presidir la Xunta no gustó nunca,
ni en Ferraz ni en Moncloa. Se trató del caso más notorio de transfuguismo que
jamás se haya conocido, lo que llevó a desalojar a nuestros adversarios
políticos de la Xunta… Cuando dos años más tarde se celebraron elecciones todo
volvió a la normalidad que era tenida por tal en Galicia: ganaron por mayoría
absoluta nuestros adversarios políticos. Intento fallido.
La vida militante es
interesante sobre todo si se es joven y no tiene uno grandes preocupaciones,
pudiendo dedicar su tiempo a leer lo divino y humano sobre ideologías y
política que luego nada tienen que ver con la realidad. Ahora que voy camino de
ser viejo me doy cuenta de la enorme cantidad de literatura ideológica que
tragué sin tener la más mínima calidad, pero entonces me sonaba bien. A fuer de
sincero, debo decir que también leí mucha literatura de la buena, como aquellos
cuadernitos de Marta Harnecker y Gabriela Uribe sobre el socialismo, así como
las obras que editaba Losada en Argentina y llegaban a España, ahora ya sin
clandestinidad de ningún tipo. Yo estuve muy influido (y aún lo estoy) por los
discursos parlamentarios de Julián Besteiro, de una calidad oratoria y de una
profundidad doctrinal extraordinarias. El libro era gordo, y tanto entusiasmo
despertó en mí que se lo recomendé a un amigo, que poco después se fue de mi
ciudad y nunca he vuelto a verlo (ni al amigo ni al libro), y además creo que
nunca tuvo querencia por el socialismo.
Ahora creo que la vida
militante tiene más sentido si se ocupan cargos de responsabilidad institucional
(aunque yo no estoy en condiciones de hacerlo ya), pues lo de las asambleas, el
proselitismo, las discusiones sobre el sexo de los ángeles, etc. son de otra
época o para otra gente. De todas formas comprendo que haya quien se ilusione
en la militancia política, porque no todos tenemos las mismas vivencias ni las
mismas tragaderas.
A propósito de esto
último, recuerdo cierto viaje a Madrid para asistir a una gran manifestación
anti OTAN convocada por el Partido Socialista, es decir, por González, Guerra,
Solana y compañía. Fue una mañana soleada en la ciudad universitaria y la
explanada estaba a rebosar. González intervino con verdadero furor anti
atlantista y nuestras palmas le interrumpían ruidosamente varias veces. A los
pocos meses resultó que el PSOE lanzó el eslogan “OTAN de entrada no”, que aún
los expertos en hermenéutica están intentando desentrañar. Luego vino el
arrepentimiento de la dirección socialista respecto de retirar a España de la
OTAN (había ingresado durante el mandato de Calvo-Sotelo) y reconozco que se
expusieron razones bastante a tener en cuenta, pero en el referéndum voté nulo,
no fuese a ser que mi “no” lo capitalizasen otros partidos y, obviamente, no
iba a votar “si” contra mi conciencia.
Entonces (años setenta
a noventa) el sistema democrático del Partido Socialista, con serlo, era
manifiestamente mejorable: recuerdo que si 51 militantes ganaban en una
asamblea a 49, aquellos representaban a toda la agrupación de que se tratase,
de forma que de la exigua mayoría, el que se hiciese con la portavocía, hacía
mangas y capirotes con ella. Un conciliábulo de portavoces decidían los
congresos nacionales. Se ha mejorado con los años, sin duda.
El sistema referido
trajo, en la provincia donde he militado, un episodio penoso: la asamblea
provincial se había pronunciado por una lista de candidatos al Congreso de los Diputados,
pero el comité de listas provincial cambió al primero de los nominados; un
médico fue sustituido por un militar muy pagado de sí mismo. El médico se
enfureció, corrió a otra provincia donde era conocido, y fue propuesto como
candidato al Senado, ejerciendo en dicha Cámara tras las elecciones. Los
órganos disciplinarios del Partido actuaron ante tal desafuero y expulsaron al
militar pagado de sí mismo y al Secretario General de Galicia (las causas de
este último las he ignorado siempre).
En cierta ocasión, la
agrupación a la que pertenecí, eligió con un 80% de los sufragios a un
candidato para el Congreso de los Diputados, por un 20% que obtuvo otro
candidato. Se envió la propuesta a la dirección regional y esta, sin
encomendarse a nadie, dio la vuelta al resultado. No niego el derecho que todas
las instancias tienen de influir en las decisiones de este tipo, pero lo malo es
que no medió explicación de ningún tipo. Un ejemplo claro de despotismo y malas
prácticas que nada tienen que ver con la democracia.
En mayo de 1978 se
incorporaron al PSOE los procedentes del PSP del profesor Tierno. Fueron bien
recibidos, aunque sus componentes eran más ilustrados que los nuestros. La
integración se produjo con mucha generosidad por ambas partes y dio resultados
muy fructíferos.
Lo peor vino con la
corrupción, tanto de altos responsables del Partido Socialista en la “guerra
sucia” contra ETA, como los casos de corrupción dineraria (Navarra),
financiación ilegal, graves actuaciones de un Director de la Guardia Civil y
otros muchos que no es menester citar. No se actuó, a mi juicio, con la
contundencia debida, se practicó un sectarismo que pasó factura, con el tiempo,
al Partido Socialista, y nos llevó a algunos a apartarnos (en mi caso
calladamente). Aún recuerdo a un diputado del PSOE, en plenos años noventa,
tratando de negar la evidencia, no sé si obedeciendo a una consigna venida de
arriba o de su cosecha: ¿corrupción? ¿qué corrupción? En esta ocasión,
reconozco haberme escandalizado.
L. de Guereñu Polán.
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