sábado, 27 de julio de 2019

CARICATURA DE POLITICA. Antonio Campos Romay*

Como todavía queda gente piadosa, quizás haya quien crea que lo sucedido en estos días es hacer política. Bloquear un país, forzarlo a unas elecciones a pocos meses de las anteriores sin previsión razonable de un escenario muy distinto. Puede que a alguien esto le haga sentirse feliz. Incluso esa felicidad sea orgásmica para quienes ofician cegando el camino a gobiernos de progreso, ya sea en la Alcaldía de Madrid, en la Comunidad de la Rioja, o una vez tras otra en el gobierno del Estado.
Descender la política al nivel del interés particular, obviando que su razón de ser es el bien común, deja en pésimo lugar a sus actores. Estos días hubo oportunidad de seguir en directo la expresión de talantes y actitudes tan zafiamente ajenos a la “res pública”, cuya sordidez produce escalofrió al pensar en qué manos “está el pandero”…
Ver convertido el ego en torre de marfil donde atrincherar razones peregrinas. Clamar que “es ofensivo” y “una falta de respeto” una oferta para compartir un gobierno, de una Vicepresidencia y tres Ministerios de un país que forma parte de los 15 más importante del mundo, cuando se ofrece en trueque el apoyo de una cuarentena de diputados, que amen de no ofrecer la mayoría necesaria, su fragmentación de origen permite prever una alarmante inseguridad a la hora del voto en momentos complejos.
Se abunda en el argumento subrayando que la política sanitaria y social, las políticas de igualdad o la de vivienda son actividades floreras… Sería curioso conocer si estas políticas también las consideran fruslerías millones de pacientes y dependientes. O las mujeres y los diversos colectivos que luchan por sus derechos. O la ciudadanía necesitada de respuesta a sus demandas habitacionales. Y si esto justifica frenar el paso a un presidente socialista. Algo que se produce por segunda vez en el plazo de tres años. Por el interés que pueda tener, cabe recordar que en esta ocasión la intención del líder del grupo confederal era votar NO. La lucidez y el sentido común de algunas de las confluencias del mismo, forzaron atenuar el desencuentro con la abstención
La primera ocasión que el líder confederal tumbó la investidura del candidato socialista a presidente, habilitó el gobierno derechista del Sr. Rajoy y su rosario lamentable. En esta ocasión –y casi todo apunta a ello-, provocará unas nuevas elecciones, tras las que no sería descartable que la foto del Consejo de Ministros tras ellas, se corresponda con la de la Plaza de Colón.
Un nacionalista y un independista pusieron en el debate el esfuerzo por recuperar la dignidad, el sentido común y el valor de la política. También ofreció interés el alegato final del Presidente en funciones y candidato invocando la ética de los principios.
Queda otra imagen muy patética. La de más de cuatro millones de ciudadanos que legítimamente confiaron en una opción centrada, coherente y sensata, y se vieron abochornados públicamente por el comportamiento errático, chabacano, con grosería rayana en lo irracional, de un dirigente y su coro de palmeros, confundiendo la sede del legislativo con una tasca de mala nota.
España tiene citas trascendentes e inmediatas. Procés, Brexit, economía, que urgen un gobierno consolidado. Si la miopía suicida se enquista y provoca una nueva cita electoral, conviene determinar quien confunde su rencor personal con hacer política. Quien antepone sillones a programas. Quien no duda en paralizar el país, con tal de convertir el Gobierno de España en plataforma fragmentada para servir sus intereses particulares. Quien antepone su estrategia a la estabilidad institucional.
Es necesario recuperar la política, que no es monopolio, por mucho altavoz que pongan en ello, del mesianismo de quienes sin otro título que su propia osadía, se consideran doctores y custodios de la esencias. Recobrar la política es tarea de todos.
La política no es anunciar el asalto de los cielos, y mientras esto se produce quedarse a medio camino en una morada confortable. La frase es atractiva como soflama. Pero hacer política, es sobre todo y ante todo, coherencia y la práctica del arte de lo posible. Y trabajo diario para servir al interés común. Sin adanismos extemporáneos, recetas de laboratorio ni política de consignas. Sin comisariados políticos ni extravagantes vigilancias. Es práctica democrática y celo por el trabajo bien hecho.
Conquistar la felicidad y el bienestar común, ni es fácil ni cómodo. Su garantía reside en el trabajo cotidiano. Algo en lo que deben estar TODOS los que de verdad creen y apuestan por el futuro y el progreso. Se llama política. POLITICA. Con mayúsculas.
La que demanda con impaciencia una ciudadanía estupefacta y dolorosamente harta.


*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.


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