Como
todavía queda gente piadosa, quizás haya quien crea que lo sucedido
en estos días es hacer política. Bloquear un país, forzarlo a unas
elecciones a pocos meses de las anteriores sin previsión razonable
de un escenario muy distinto. Puede que a alguien esto le haga
sentirse feliz. Incluso esa felicidad sea orgásmica para quienes
ofician cegando el camino a gobiernos de progreso, ya sea en la
Alcaldía de Madrid, en la Comunidad de la Rioja, o una vez tras otra
en el gobierno del Estado.
Descender
la política al nivel del interés particular, obviando que su razón
de ser es el bien común, deja en pésimo lugar a sus actores. Estos
días hubo oportunidad de seguir en directo la expresión de
talantes y actitudes tan zafiamente ajenos a la “res pública”,
cuya sordidez produce escalofrió al pensar en qué manos “está
el pandero”…
Ver
convertido el ego en torre de marfil donde atrincherar razones
peregrinas. Clamar que “es ofensivo” y “una falta de respeto”
una oferta para compartir un gobierno, de una Vicepresidencia y tres
Ministerios de un país que forma parte de los 15 más importante del
mundo, cuando se ofrece en trueque el apoyo de una cuarentena de
diputados, que amen de no ofrecer la mayoría necesaria, su
fragmentación de origen permite prever una alarmante inseguridad a
la hora del voto en momentos complejos.
Se
abunda en el argumento subrayando que la política sanitaria y
social, las políticas de igualdad o la de vivienda son actividades
floreras… Sería curioso conocer si estas políticas también las
consideran fruslerías millones de pacientes y dependientes. O las
mujeres y los diversos colectivos que luchan por sus derechos. O la
ciudadanía necesitada de respuesta a sus demandas habitacionales. Y
si esto justifica frenar el paso a un presidente socialista. Algo que
se produce por segunda vez en el plazo de tres años. Por el interés
que pueda tener, cabe recordar que en esta ocasión la intención
del líder del grupo confederal era votar NO. La lucidez y el sentido
común de algunas de las confluencias del mismo, forzaron atenuar el
desencuentro con la abstención
La
primera ocasión que el líder confederal tumbó la investidura del
candidato socialista a presidente, habilitó el gobierno derechista
del Sr. Rajoy y su rosario lamentable. En esta ocasión –y casi
todo apunta a ello-, provocará unas nuevas elecciones, tras las que
no sería descartable que la foto del Consejo de Ministros tras
ellas, se corresponda con la de la Plaza de Colón.
Un
nacionalista y un independista pusieron en el debate el esfuerzo por
recuperar la dignidad, el sentido común y el valor de la política.
También ofreció interés el alegato final del Presidente en
funciones y candidato invocando la ética de los principios.
Queda
otra imagen muy patética. La de más de cuatro millones de
ciudadanos que legítimamente confiaron en una opción centrada,
coherente y sensata, y se vieron abochornados públicamente por el
comportamiento errático, chabacano, con grosería rayana en lo
irracional, de un dirigente y su coro de palmeros, confundiendo la
sede del legislativo con una tasca de mala nota.
España
tiene citas trascendentes e inmediatas. Procés, Brexit, economía,
que urgen un gobierno consolidado. Si la miopía suicida se enquista
y provoca una nueva cita electoral, conviene determinar quien
confunde su rencor personal con hacer política. Quien antepone
sillones a programas. Quien no duda en paralizar el país, con tal de
convertir el Gobierno de España en plataforma fragmentada para
servir sus intereses particulares. Quien antepone su estrategia a la
estabilidad institucional.
Es
necesario recuperar la política, que no es monopolio, por mucho
altavoz que pongan en ello, del mesianismo de quienes sin otro título
que su propia osadía, se consideran doctores y custodios de la
esencias. Recobrar la política es tarea de todos.
La
política no es anunciar el asalto de los cielos, y mientras esto se
produce quedarse a medio camino en una morada confortable. La frase
es atractiva como soflama. Pero hacer política, es sobre todo y ante
todo, coherencia y la práctica del arte de lo posible. Y trabajo
diario para servir al interés común. Sin adanismos extemporáneos,
recetas de laboratorio ni política de consignas. Sin comisariados
políticos ni extravagantes vigilancias. Es práctica democrática y
celo por el trabajo bien hecho.
Conquistar
la felicidad y el bienestar común, ni es fácil ni cómodo. Su
garantía reside en el trabajo cotidiano. Algo en lo que deben estar
TODOS los que de verdad creen y apuestan por el futuro y el
progreso. Se llama política. POLITICA. Con mayúsculas.
La
que demanda con impaciencia una ciudadanía estupefacta y
dolorosamente harta.
*Antonio
Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.
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