La
democracia tiene la piel frágil. Sensible. Es una delicada suma de
pieles masculinas y femeninas que precisan profesar una proximidad
cálida para sentirse fuertes, envolviéndose en una sola, solidaria
y generosa. Siguiendo el verso de Miguel Hernández “en los
alrededores de tu piel ato y desato la mía” fraguando un
permanente romance de libertad y unidad.
Abandonadas
a su soledad, las pieles que rehúyen unirse en tejido solidario se
agostan en un onanismo frustrante, estéril, que las reseca y mustia.
Quebrando los sueños e incluso las quimeras de cuerpos que se dan la
espalda y no se reconocen. Incapaces de verse a los ojos para
compartir lo que los une. Es el momento de gloria de quienes predican
el individualismo feroz. Que conocen bien que sobre cada uno se
edifica solidariamente el destino
de todos, y saben que cuanto más fragmentados los mantengan, su
poder será más cómodo y podrán manipular mejor...
El
Dr. Luther King, gustaba decir que la unidad nunca ha significado
uniformidad, lo cual es plenamente real. Se complementa con algo que
en política debe ser substantivo. ¿Qué es lo importante?.. ¿El
llegar rápido o el llegar lejos?…Lo primero es posible conseguirlo
en solitario. Suele ser efímero…Lo segundo requiere aunar
esfuerzos y agregar afinidades.
Los
humildes necesariamente trenzan su fuerza en la unidad. Pero la
unidad solo se construye con generosidad y dialogo sincero. Es
imposible que fructifique en la toxicidad de la soberbia, las
declaraciones ampulosas, o el necio maximalismo. O en mentes autistas
encerradas en torres de marfil, o abducidas por moquetas.
La
piel de la democracia sufre cuando se abusa del maniqueísmo de la
verdad particular convertida en absoluta. Se daña cuando iluminados,
se proclaman fedatarios de la pureza ideológica. Se hace
irrealizable la unidad cuando alguien está a merced de desvaríos
oníricos que le llevan a concluir que hasta su sacro advenimiento y
su palabra profética, la libertad, la igualdad, los derechos
sociales, el feminismo, el ecologismo, la vida de las clases
trabajadoras, la identidad de los pueblos etc., ni existían ni se
les esperaba. O cuando alguien se abona a una especial “baraka”
que llegue con la purpura bajo el brazo.
Sufre
la piel de la democracia y sufren los millones de pieles que la
dibujan. Sufre por vía de ejemplo, Madrid, la ciudad y la región,
condenadas por un ego arrogante y extemporáneo. Un cerrilismo que
castiga a la ciudadanía a soportar cuatro años de yugo de dos
derechas arcaicas rehenes y siervas de la extrema-derecha.
Sufre
la piel frágil de la democracia que ha de presentarse desnuda no
para vencer, sino para convencer. Que agoniza cuando se auspicia por
acción u omisión la entrega del poder a los que lo detentaran
obscenamente en detrimento de lo público y el interés común, que
con tal de tener vía libre para practicar su sórdida rapiña
traicionan el estado democrático, blanqueando sin pudor, el fascismo
disfrazado de galas “liberales” en predica de “posmodernidad”.
La
piel de la democracia ha de ser transparente ante los problemas. Sin
silencios. Enferma cuando la ética deja de ser la proyección de la
política en el espacio público. Cuando no se concilian los
criterios con sentido común, en aras de objetivos capitales.
Sería
una arriesgada simpleza pretender que los políticos no puedan
cometer necedades. Especialmente cuando se esfuerzan en demostrar que
son muy capaces de ello. Pero habilitar la llegada de la autocracia
por arrogancia, intereses personales, soberbia, enconamientos
personales o mezquindades partidarias, no es una necedad…Es un
crimen…Que se agranda cuando se repite, tropezando dos veces en la
misma
El
pueblo lo sabe, porque paga las consecuencias. Y se indigna mucho
cuando determinadas actitudes, hacen que la piel de la democracia
sangre por el trato decepcionante y sórdido de la res pública.
Algo que nadie debiera olvidar.
*Antonio
Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.
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