lunes, 19 de agosto de 2019

LA PIEL DE LA DEMOCRACIA. Antonio Campos Romay*

La democracia tiene la piel frágil. Sensible. Es una delicada suma de pieles masculinas y femeninas que precisan profesar una proximidad cálida para sentirse fuertes, envolviéndose en una sola, solidaria y generosa. Siguiendo el verso de Miguel Hernández “en los alrededores de tu piel ato y desato la mía” fraguando un permanente romance de libertad y unidad.

Abandonadas a su soledad, las pieles que rehúyen unirse en tejido solidario se agostan en un onanismo frustrante, estéril, que las reseca y mustia. Quebrando los sueños e incluso las quimeras de cuerpos que se dan la espalda y no se reconocen. Incapaces de verse a los ojos para compartir lo que los une. Es el momento de gloria de quienes predican el individualismo feroz. Que conocen bien que sobre cada uno se edifica solidariamente el destino de todos, y saben que cuanto más fragmentados los mantengan, su poder será más cómodo y podrán manipular mejor...

El Dr. Luther King, gustaba decir que la unidad nunca ha significado uniformidad, lo cual es plenamente real. Se complementa con algo que en política debe ser substantivo. ¿Qué es lo importante?.. ¿El llegar rápido o el llegar lejos?…Lo primero es posible conseguirlo en solitario. Suele ser efímero…Lo segundo requiere aunar esfuerzos y agregar afinidades.
Los humildes necesariamente trenzan su fuerza en la unidad. Pero la unidad solo se construye con generosidad y dialogo sincero. Es imposible que fructifique en la toxicidad de la soberbia, las declaraciones ampulosas, o el necio maximalismo. O en mentes autistas encerradas en torres de marfil, o abducidas por moquetas.
La piel de la democracia sufre cuando se abusa del maniqueísmo de la verdad particular convertida en absoluta. Se daña cuando iluminados, se proclaman fedatarios de la pureza ideológica. Se hace irrealizable la unidad cuando alguien está a merced de desvaríos oníricos que le llevan a concluir que hasta su sacro advenimiento y su palabra profética, la libertad, la igualdad, los derechos sociales, el feminismo, el ecologismo, la vida de las clases trabajadoras, la identidad de los pueblos etc., ni existían ni se les esperaba. O cuando alguien se abona a una especial “baraka” que llegue con la purpura bajo el brazo.
Sufre la piel de la democracia y sufren los millones de pieles que la dibujan. Sufre por vía de ejemplo, Madrid, la ciudad y la región, condenadas por un ego arrogante y extemporáneo. Un cerrilismo que castiga a la ciudadanía a soportar cuatro años de yugo de dos derechas arcaicas rehenes y siervas de la extrema-derecha.
Sufre la piel frágil de la democracia que ha de presentarse desnuda no para vencer, sino para convencer. Que agoniza cuando se auspicia por acción u omisión la entrega del poder a los que lo detentaran obscenamente en detrimento de lo público y el interés común, que con tal de tener vía libre para practicar su sórdida rapiña traicionan el estado democrático, blanqueando sin pudor, el fascismo disfrazado de galas “liberales” en predica de “posmodernidad”.
La piel de la democracia ha de ser transparente ante los problemas. Sin silencios. Enferma cuando la ética deja de ser la proyección de la política en el espacio público. Cuando no se concilian los criterios con sentido común, en aras de objetivos capitales.
Sería una arriesgada simpleza pretender que los políticos no puedan cometer necedades. Especialmente cuando se esfuerzan en demostrar que son muy capaces de ello. Pero habilitar la llegada de la autocracia por arrogancia, intereses personales, soberbia, enconamientos personales o mezquindades partidarias, no es una necedad…Es un crimen…Que se agranda cuando se repite, tropezando dos veces en la misma
El pueblo lo sabe, porque paga las consecuencias. Y se indigna mucho cuando determinadas actitudes, hacen que la piel de la democracia sangre por el trato decepcionante y sórdido de la res pública. Algo que nadie debiera olvidar.
*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.

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