Haya o no elecciones en
el mes de noviembre, hay dos dirigentes políticos que debieran caer por el bien
del país. Se lo han ganado con sus exigencias y actitudes, con su inconsciencia
e inmadurez, sus vaivenes y caprichos. Como de haber elecciones el Partido
Popular seguramente recogería los votos que perdiesen sus socios actuales,
pudiendo ocurrir que el conglomerado que lidera el señor Iglesias cotizase a la
baja, este y el señor Rivera tendrían una oportunidad de oro para retirarse de
sus liderazgos y, eventualmente, irse a trabajar como cualquier otro ciudadano.
Se ha dicho que en la
democracia española no hay capacidad de pacto por parte de los partidos
políticos: tal cosa queda desmentida por lo que vemos en las Comunidades
Autónomas y los Ayuntamientos (aquí casi todo vale porque la política local
tiene su propia “lógica”). Lo que es fácilmente comprensible es que la inmensa
mayoría de la sociedad española (casi todos los que no votan a Podemos) no ve a
los del señor Iglesias en el Consejo de Ministros: el Estado es otra cosa, con
el secreto de sus deliberaciones y la información de que se dispone en materia
de política exterior, defensa, etc.
El señor Rivera es un
político que prácticamente ha agotado ya todas las posiciones que podría
adoptar en su corta vida: desde apoyar la investidura del señor Sánchez en 2016
a apoyar la de su contrario, el líder de un corrupto partido y corrompido él
también por acción u omisión (véanse los “papeles de Bárcenas” que los
tribunales de justicia han dado por válidos). Luego ha tenido la ensoñación de
que podría estar al frente del partido más votado (es lo malo de creerse las
encuestas) y se empeñó en que se convocasen elecciones tras el triunfo de la
moción de censura que mandó a su casa al señor Rajoy. Lo malo es que no
correspondía al señor Rivera convocarlas, y eso le enrabietó más allá de lo que
es prudente en política.
Luego se inventó para
su consumo el término “sanchismo”, para intentar poner de manifiesto que una
cosa era el PSOE y otra el Presidente del Gobierno, pero este ha venido
capitalizando ser el que puso en marcha el mecanismo para echar del Gobierno al
PP y eso no se lo quita nadie. El señor Rivera, además, yerra en su
anticatalanismo visceral, en su empeño en aplicar el artículo 155º de la
Constitución cuando ello es responsabilidad del Senado (nada menos) cuando se
den circunstancias muy graves que, previamente, hay que debatir. El Partido
Socialista fue partidario de aplicarlo en su día e hizo bien, y el electorado
se lo ha reconocido.
El señor Rivera se ha
empeñado en aparentar ideólogo cuando no lo es (yo veo españoles donde otros
ver rojos y azules, repite), como si todos los españoles sufriesen lo mismo, no
hubiese clases sociales y pudiésemos meter a todos en el mismo saco. Él ha
soñado (soñar es malo en política como en la vida real) que podría ser la
argamasa que le permitiese erigirse en muñidor de un acuerdo nacional entre
PSOE y PP. Ignora la historia del PSOE y se puso una venda ante la corrupción y
políticas del PP.
Los votantes de
Ciudadanos, que seguramente vienen del PSOE y del PP, además de otros que
vieron en dicho partido una salida honesta entre los errores de los dos
grandes, se han quedado desnortados: no saben si han votado a la derecha o a
otra cosa todavía por definir, pero no algo distinto a lo que ya existía antes.
Los apoyos al PP y a Vox para que se formen mayorías conservadoras en media
España (otra cosa es el revestimiento que le han querido dar) han dejado al partido
del señor Rivera con muy malas expectativas electorales. La caída del líder es
deseable, creo yo, para todos.
En cuanto al señor
Iglesias tengo para mí que su principal defecto (formal) es pretender ser actor
en la política, y pretender tener siempre algo que decir en el fondo, siendo el
fondo estropear la dinámica política que favorecía a la izquierda ya en dos
ocasiones, en 2016 y ahora. Pero al señor Iglesias no le siguen ya todos los
que estuvieron con él, ni fundadores ni electores. Ha dinamitado una esperanza
que muchos pusieron en lo que se llamó (creo que indebidamente) “nueva política”,
porque la política es muy vieja y no hay manera de rejuvenecerla, todo lo más
se puede mejorar, y sobre todo combatir desde ella la corrupción y la
injusticia, lo que no siempre se hace, y esto no incumbe solo al señor
Iglesias.
Tantas veces pasó por
los platós de televisión el señor Iglesias que –dada su juventud- se creyó lo
que no era; tan brillante ha sido su carrera académica que creyó era suficiente
para otras cosas. No: la historia está llena de políticos nefastos con
espléndidas calificaciones en la Universidad. La gestión del señor Iglesias
dentro de su “partido” está a la vista, con espantadas sonoras a un lado y
otro. La hecha en la vida pública, por su parte, está inédita, como no sea lo
ya dicho en negativo.
Por ello, haya o no
elecciones, estos dos debieran de caer de la escena política, al menos en lo
que a liderazgo se refiere: no han hecho otra cosa que contradecirse, emponzoñar,
mentir, defraudar, como la pretensión de que el Gobierno había negociado la
aprobación de los presupuestos en una cárcel catalana (mala negociación fue
aquella, entonces) o que el PSOE no es un partido defensor de la Constitución,
cuando casi se puede decir que la hizo en lo que tiene de progresista,
cargando, como es lógico, con lo bueno y lo malo de esa Carta.
Luego están las
minucias, como intentar involucrar al Presidente del Gobierno en un caso de
plagio, mientras se disculpa al señor Casado, que ha obtenido un título
académico “con trato de favor” (un tribunal dixit…). Y si en las cúpulas de
Ciudadanos y Podemos (o como se llame) hubiese otras personas con más sentido
de la realidad y de la honestidad, con otros equipos más patrióticos (no de
boquilla), otro gallo nos cantaría.
L. de Guereñu Polán.
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