martes, 17 de septiembre de 2019

Deben caer dos


Haya o no elecciones en el mes de noviembre, hay dos dirigentes políticos que debieran caer por el bien del país. Se lo han ganado con sus exigencias y actitudes, con su inconsciencia e inmadurez, sus vaivenes y caprichos. Como de haber elecciones el Partido Popular seguramente recogería los votos que perdiesen sus socios actuales, pudiendo ocurrir que el conglomerado que lidera el señor Iglesias cotizase a la baja, este y el señor Rivera tendrían una oportunidad de oro para retirarse de sus liderazgos y, eventualmente, irse a trabajar como cualquier otro ciudadano.

Se ha dicho que en la democracia española no hay capacidad de pacto por parte de los partidos políticos: tal cosa queda desmentida por lo que vemos en las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos (aquí casi todo vale porque la política local tiene su propia “lógica”). Lo que es fácilmente comprensible es que la inmensa mayoría de la sociedad española (casi todos los que no votan a Podemos) no ve a los del señor Iglesias en el Consejo de Ministros: el Estado es otra cosa, con el secreto de sus deliberaciones y la información de que se dispone en materia de política exterior, defensa, etc.

El señor Rivera es un político que prácticamente ha agotado ya todas las posiciones que podría adoptar en su corta vida: desde apoyar la investidura del señor Sánchez en 2016 a apoyar la de su contrario, el líder de un corrupto partido y corrompido él también por acción u omisión (véanse los “papeles de Bárcenas” que los tribunales de justicia han dado por válidos). Luego ha tenido la ensoñación de que podría estar al frente del partido más votado (es lo malo de creerse las encuestas) y se empeñó en que se convocasen elecciones tras el triunfo de la moción de censura que mandó a su casa al señor Rajoy. Lo malo es que no correspondía al señor Rivera convocarlas, y eso le enrabietó más allá de lo que es prudente en política.

Luego se inventó para su consumo el término “sanchismo”, para intentar poner de manifiesto que una cosa era el PSOE y otra el Presidente del Gobierno, pero este ha venido capitalizando ser el que puso en marcha el mecanismo para echar del Gobierno al PP y eso no se lo quita nadie. El señor Rivera, además, yerra en su anticatalanismo visceral, en su empeño en aplicar el artículo 155º de la Constitución cuando ello es responsabilidad del Senado (nada menos) cuando se den circunstancias muy graves que, previamente, hay que debatir. El Partido Socialista fue partidario de aplicarlo en su día e hizo bien, y el electorado se lo ha reconocido.

El señor Rivera se ha empeñado en aparentar ideólogo cuando no lo es (yo veo españoles donde otros ver rojos y azules, repite), como si todos los españoles sufriesen lo mismo, no hubiese clases sociales y pudiésemos meter a todos en el mismo saco. Él ha soñado (soñar es malo en política como en la vida real) que podría ser la argamasa que le permitiese erigirse en muñidor de un acuerdo nacional entre PSOE y PP. Ignora la historia del PSOE y se puso una venda ante la corrupción y políticas del PP.

Los votantes de Ciudadanos, que seguramente vienen del PSOE y del PP, además de otros que vieron en dicho partido una salida honesta entre los errores de los dos grandes, se han quedado desnortados: no saben si han votado a la derecha o a otra cosa todavía por definir, pero no algo distinto a lo que ya existía antes. Los apoyos al PP y a Vox para que se formen mayorías conservadoras en media España (otra cosa es el revestimiento que le han querido dar) han dejado al partido del señor Rivera con muy malas expectativas electorales. La caída del líder es deseable, creo yo, para todos.

En cuanto al señor Iglesias tengo para mí que su principal defecto (formal) es pretender ser actor en la política, y pretender tener siempre algo que decir en el fondo, siendo el fondo estropear la dinámica política que favorecía a la izquierda ya en dos ocasiones, en 2016 y ahora. Pero al señor Iglesias no le siguen ya todos los que estuvieron con él, ni fundadores ni electores. Ha dinamitado una esperanza que muchos pusieron en lo que se llamó (creo que indebidamente) “nueva política”, porque la política es muy vieja y no hay manera de rejuvenecerla, todo lo más se puede mejorar, y sobre todo combatir desde ella la corrupción y la injusticia, lo que no siempre se hace, y esto no incumbe solo al señor Iglesias.

Tantas veces pasó por los platós de televisión el señor Iglesias que –dada su juventud- se creyó lo que no era; tan brillante ha sido su carrera académica que creyó era suficiente para otras cosas. No: la historia está llena de políticos nefastos con espléndidas calificaciones en la Universidad. La gestión del señor Iglesias dentro de su “partido” está a la vista, con espantadas sonoras a un lado y otro. La hecha en la vida pública, por su parte, está inédita, como no sea lo ya dicho en negativo.

Por ello, haya o no elecciones, estos dos debieran de caer de la escena política, al menos en lo que a liderazgo se refiere: no han hecho otra cosa que contradecirse, emponzoñar, mentir, defraudar, como la pretensión de que el Gobierno había negociado la aprobación de los presupuestos en una cárcel catalana (mala negociación fue aquella, entonces) o que el PSOE no es un partido defensor de la Constitución, cuando casi se puede decir que la hizo en lo que tiene de progresista, cargando, como es lógico, con lo bueno y lo malo de esa Carta.

Luego están las minucias, como intentar involucrar al Presidente del Gobierno en un caso de plagio, mientras se disculpa al señor Casado, que ha obtenido un título académico “con trato de favor” (un tribunal dixit…). Y si en las cúpulas de Ciudadanos y Podemos (o como se llame) hubiese otras personas con más sentido de la realidad y de la honestidad, con otros equipos más patrióticos (no de boquilla), otro gallo nos cantaría.

L. de Guereñu Polán.  

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