miércoles, 18 de septiembre de 2019

Pérdida de conciencia


Durante el siglo XIX, en Europa pero no solo, se fue forjando una conciencia de clase entre aquellos que habían sufrido, durante generaciones, los abusos y las injurias de los poderosos: en forma de campesinos sin tierra, de empleados en los talleres, de obreros en las primeras industrias, de arrendatarios de tierras, molinos, hornos y otros medios de producción más o menos primitivos.

Esta conciencia de pertenecer a una clase social distinta de otras, la de los propietarios, los rentistas, los aristócratas, los amos y los señores, fue explicada por anarquistas y socialistas de la más variada estirpe, tanto en el norte de Italia como en Lyon, París, el Rhur, Inglaterra y ciudades españolas como Barcelona, Madrid, Alcoy, Sabadell y los campos de Extremadura, Andalucía, Aragón y las dos Castillas. Concibieron aquellos desarrapados, que solo trabajaban unos meses al año, permaneciendo otros tantos en paro estacional, así como los que trabajaban dieciséis horas al día sin derechos de ningún tipo, con salarios de miseria, sufriendo hambre que se extendía por amplias familias de mucha prole, alguna de la cual perecía a los pocos años de existencia, concibieron estos –digo- que su suerte estaba ligada a un cambio en las condiciones políticas del país en el que les había tocado vivir.

Esto fue así durante la revolución de 1830 en Francia, en Bélgica, en Grecia, con la ley de pobres en Inglaterra, en Polonia (donde la suerte de los desarrapados se unió a la lucha contra el régimen zarista) y también en España en algunos lugares de industrias avanzadas para la época. Llegó así el siglo XX y la internacionalización de la economía, sobre todo en las minas, el sufrimiento padecido por hombres y mujeres en fábricas de tabacos, textiles, de construcción, en el campo y en la ciudad, hicieron que los asalariados se apuntaran en masa a los movimientos sociales que dieron sus frutos en los momentos de libertad.

Durante la dictadura del general Franco, sobre todo a partir de los años sesenta del pasado siglo, brotó un empuje gigantesco para las posibilidades existentes, que debemos reconocer y elogiar. Las huelgas, las manifestaciones, las protestas, las consignas, la lucha solapada o manifiesta, estaban a la orden del día. Existía un pálpito permanente que se nutría de la conciencia necesaria para mantener la tensión contra patronales impías y un estado miserable.

Esto es lo que falta ahora: la terciarización de la economía ha anulado la combatividad de los sectores industrial y agrario, sobre todo en la mitad sur de España, pero también en la Cataluña de los “rabasaires” y en la España de los colonos. Se fueron agotando los “cinturones rojos” de las ciudades, se acomodaron los empleados a sus exiguos sueldos, a la supervivencia para tener un televisor, un coche utilitario, una escuela para los hijos y un médico gratuito para los casos de enfermedad. Los subsidios de paro paliaron la combatividad de los desempleados, los sindicatos redujeron sus reivindicaciones a favor de los que tenían empleos mal pagados.

Y así hemos llegado a un siglo XXI con una falta casi total de conciencia de clase: ¿Qué trabajador, qué asalariado, qué empleado se siente hoy miembro de una clase protagonista en la historia, sin la cual no es posible el progreso ni la riqueza? Aquí hay una labor ímproba por parte de las organizaciones de izquierda que quizá han claudicado de ello como consecuencia de otros retos de más alcance; la globalización de la economía, el empuje de las patronales, la tecnificación de la industria, la victoria de los dueños del dinero en contener salarios y derechos.

¿Existe conciencia en España de que logros de hace unos años han desaparecido, como la negociación colectiva? ¿O que esta es hoy una engañifa al restringirse al ámbito empresarial? ¿Existe hoy conciencia en España de que hay una inspección de trabajo que –hasta hace unos meses- no ha cumplido con sus funciones sociales? ¿Existe hoy en España la idea de que las clases sociales siguen existiendo, aunque su estructura sea otra, solo por el hecho de que el consumo nos engaña y la política ya no es lo que era?

¿Para cuándo el trabajo de los partidos socialistas, de los sindicatos, en pro de una nueva conciencia de clase que advierta a todos de que la sociedad está injustamente organizada, de que existen poderosos mecanismos ideados para engañar a la población trabajadora? Las nuevas formas de contratación, de producción, la ampliación de los mercados, las relaciones inexistentes entre patronos y asalariados, puede que hayan desanimado a muchos, pero es labor de los dirigentes sindicales y políticos (en el campo de la izquierda) advertir que es posible un mundo laboral muy distinto donde de nuevo la conciencia de clase, los derechos laborales, estén a la orden del día.

L. de Guereñu Polán.


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