Un
político con cierta inclinación al abuso del histrionismo mesiánico
en sus palabras y a pronunciamientos agrios sobre las carencias
ajenas, pero con escasa critica en orden a sus limitaciones, se
revuelve indignado contra las humillaciones que entiende reciben él
y su votantes por parte de quienes deberían ser compañeros de viaje
en una excursión ilusionada hacia la estabilidad política, y el
progreso en valores y libertades.
Quizás,
tirando de una cierta modestia, debiera considerar, -si la modestia
cupiera en su forma de producirse-, el contenido exacto de los que es
una humillación.
HUMILLAR,
es sin duda anunciar a espaldas de su hipotético socio, la
composición de un presunto gobierno adjudicándose carteras y
competencias en el mismo, mientras este está reunido con el Jefe del
Estado. Salvo que lo que se pretendiese de esa guisa fuese abortar
algo antes de pudiese nacer.
HUMILLAR,
es tratar a un probable socio como minusválido social y político
y como potencial delincuente contra los intereses del país,
necesitado de vigilancia. Y usar tal argumento para pretender como
inexcusable, adjudicarse sillones en el Consejo de Ministro a
conveniencia, cual si fuese un supermercado, para ejercer su tutela.
HUMILLAR
es tratar como minusválidos sociales y políticos, menospreciando su
criterio, a más de siete millones y medio de ciudadanos que
delegaron su confianza en unas siglas determinadas y en quien las
lidera.
HUMILLAR
es tratar a varias decenas de millones de españoles que durante el
periodo democrático dieron su confianza a una siglas y unos
dirigentes de forma reiterada y siguen dándosela, tratándolos
como débiles mentales, amparadores de corruptos, antipatriotas,
enemigos de la democracia, y presuntos delincuentes.
HUMILLAR
es juzgar al previsible socio con palabras huecas y sin hechos,
cuando los pocos hechos que hay oportunidad de conocer, deja a la
ciudadanía estupefacta. Es tratar despectivamente el bagaje ético
ajeno, sus convicciones, menoscabando falazmente conductas y el grado
de compromiso de cualquiera ajeno a su círculo de fe.
HUMILLAR
es de forma ofensiva para el resto de la izquierda erigirse en
depositarios de esencias, administradores de purezas y dadores de
“certificados de buena conducta”.
HUMILLAR
la sensibilidad democrática es prestarse al indigno juego de los
lacayos mediáticos de la reacción política que sirven a sus amos y
sus intereses en una pinza reeditada de una bochornosa experiencia
habida hace varias décadas encaminada ayer y hoy a yugular por la
vía que fuere menester un gobierno de izquierda y progresista.
HUMILLAR
es subordinar el interés ciudadano a estrategias personales y a un
narcisismo poco domesticado con actos que por acción y omisión
derivan en el sufrimiento de una ciudad y una comunidad anegada por
la corrupción.
HUMILLAR
es considerar necio el apoyo del Bloco de Esquerda portugués que
coopera con el gobierno monocolor del socialista Sr.Costa en la
gobernanza de la República. Tales “irresponsables” son
fundadores de la Izquierda Anticapitalista de Europa. Esta
“disparatada” fórmula de gobierno logra coronar importantes
progresos sociales. Humillar, es considerar estúpidos a millones de
electores portugueses que la respaldan.
HUMILLAR
la inteligencia es ignorar que la solidez de un gobierno se basa no
tanto en el número de sus escaños, sino en la claridad de los
términos de los acuerdos y en la ambición de sus objetivos. Cuatro
partidos daneses, sin sentirse humillados ni hacer casus belli porque
sus posaderas estén en el Consejo de Ministros, pactan un acuerdo
de legislatura basado en un documento de apenas veinte folios, que
preside en solitario el partido más votado, la socialdemocracia
liderada por la Sra. Mette Frederiksen.
Es
humillante anteponer al dialogo político, el victimismo. O la razón
de los sillones a la lógica de las soluciones. Es humillante para
los electores degradar su sufragio en almoneda, usándolo como moneda
de cambio y no como herramienta de cooperación para crear futuro.
Conviene recordar que las vejaciones suelen pasar factura más pronto
que tarde. Igual que la esterilidad de los actos cuyo único objetivo
está encaminado a subirse a lomos de algo o de alguien para
aparentar lo que no se alcanza.
El
prócer cubano José
Martí gustaba recordar, -algo que acomoda en tiempo de algarabía,
“Las
palabras deshonran cuando no llevan detrás un corazón limpio y
entero. Las palabras están de más, cuando no fundan, cuando no
esclarecen, cuando no atraen, cuando no añaden”.
El
escritor argelino Mohammed Moulessehoul, que usa un seudónimo
femenino,
Yasmina
Khadra, en una novela plena de desesperanza, “Las golondrinas de
Kabul” nos relata una ciudad fantasma donde el trino de las
golondrinas, es sustituido por el aullido de los lobos y el graznar
de los cuervos. En la que vagan espectros que se creen personajes,
pero son incapaces de responder a su destino, superados por sus
miserias, su cobardía e irracionalidad… Deja una reflexión
importante… “La
humillación no está forzosamente en el comportamiento de los demás;
a veces consiste en el hecho de no asumirse uno mismo”.
*Antonio
Campos Romay ha sido diputado en Parlamento de Galicia.
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