A la patronal española,
como a otras, no le importan la extensión de los derechos civiles, ni
discusiones que enfrentan a unos grupos sociales y a unos partidos políticos
con otros (léase ley del aborto, eutanasia, matrimonio homosexual, etc.). A la
patronal no le importa que exista un sector público que se ocupe de la sanidad,
la educación, el orden social (en este caso le entusiasma), y otros servicios
que el Estado moderno ha venido asumiendo. A la patronal lo que le interesa es
la economía y, por lo tanto, todo lo que toca más o menos directamente a ella.
Dos obras de Mercedes
Cabrera me impactaron mucho cuando tuve la ocasión de leerlas y reflexionar
sobre el papel que la patronal española jugó durante la II República española,
así como el poder de los empresarios desde finales del siglo XIX hasta finales del
XX. Con fuentes incontrovertibles, se puede ver el papel siempre fiel a unos
intereses egoístas y antipatrióticos que la patronal española jugó: provocando
huelgas, conflictos, mintiendo, entorpeciendo la labor de los gobiernos
(incluso la obra del cedista Manuel Giménez Fernández), organizando revueltas
contra el orden social, contratando a matones, participando en el pistolerismo
durante algunos años, etc.
En la actualidad, la
patronal española se reviste de los nuevos tiempos: habla de que no se toque la
ley que regula las relaciones laborales porque favorece a sus intereses, no le
importa un gobierno en manos del Partido Socialista (no digamos en manos de la
derecha) porque sabe que sus intereses económicos están a salvo: ciertos
preceptos constitucionales no se van a poner en práctica a corto o medio plazo (artículos
128º, 129º y 131º, entre otros) y confía en que su poder e influencia en el
país, es lo suficientemente fuerte como para frenar cualquier reforma
verdaderamente importante en este sentido.
Cuando algún dirigente
patronal interviene ante los medios de comunicación, suele hacer alusión a la
necesaria confianza que precisa el capital para ser invertido, a la estabilidad
política que evite los sobresaltos, a la necesidad de que se cuente con los
partidos más representativos para tomar medidas consensuadas (en las cuales
reclaman estar), pero dichos dirigentes patronales no hacen referencia a los
casos en los que trabajadores de diversos sectores, sobre todo en la
hostelería, trabajan setenta horas semanales, ni en la necesariedad de que la
Inspección de Trabajo sea más diligente y esté más dotada de medios. Los
dirigentes patronales no hablan de la situación de las “kellys” en los hoteles,
ni de la explotación a que están sometidos los falsos autónomos que, en
realidad, son trabajadores por cuenta ajena y no tendrían por qué correr con
los gastos sociales que los patronos no asumen.
No hablan los
dirigentes patronales sobre la siniestralidad en un sector tan importante en
toda economía como la construcción, donde la legislación existente es vista con
recelo si ello implica mayor coste para promotores y grandes accionistas. Los
dirigentes patronales no hablan del papel en la evasión de impuestos de los
pequeños y medianos empresarios (los más numerosos, los que más evaden en
términos absolutos), y presionan a los gobiernos autónomos para que
externalicen determinados servicios en sectores tan importantes como la
sanidad.
Los dirigentes
patronales aún no han pedido perdón al país por el expolio que han significado
las prácticas bancarias en forma de “bonus” y pensiones millonarias para unos
pocos, la pésima gestión de no pocas entidades en manos de grandes accionistas
y de “ingenieros” financieros que han demostrado, más de una vez, su impericia
de cara al bien público y la total escasez de escrúpulos cuando el Estado ha
tenido que insuflar dinero público para salvar al sector financiero… pero las
malas prácticas continúan. Los dirigentes patronales no dan cuentas de la feroz
reconversión que se está haciendo en la banca, con supresiones masivas de
puestos de trabajo y oficinas, a favor de una cuenta de resultados que cuenta
para sí con la tecnificación bancaria (en perjuicio de los ahorradores).
La patronal española no
habla de los contratos basura, ni de la enorme temporalidad de los mismos (aún
más basura), ni de las operaciones en que muchos empresarios están implicados
en la fuga de capitales a paraísos fiscales, lo que mengua la capacidad
económica del país. Ni la patronal española dice nada sobre su participación en
la financiación ilegal a partidos políticos, muy particularmente al más
significado de la derecha española…
Hay un joven y
sonriente presidente de la patronal española, que proviene de dirigir a la
patronal de la pequeña y mediana empresa (a la postre lo mismo) que no dice
nada sobre la comisión de delitos de esta naturaleza entre empresarios; ni lo
denuncia cuando lo sabe, ni colabora con el Estado, ni tiene en cuenta a
quienes pagan las consecuencias de esto, la mayoría de la población. Don
Antonio Garamendi, que estuvo o está relacionado con intereses navieros, que es
miembro de varios consejos de administración, que participa en los negocios
inmobiliario, metalúrgico y otros, es nulo en palabras para los asuntos que
aquí trato.
Pero quien se presenta
ante la sociedad como el Presidente de la patronal española, debiera tener
conciencia del papel social que le corresponde, más allá de defender los
intereses que le son propios y que, en la mayoría de los casos, chocan con los
de la mayoría del país. No es suficiente hacerse rico, en no pocas ocasiones
con una absoluta opacidad; no basta con presumir de una representatividad
corporativa. Es necesario que se rindan cuentas a la sociedad del papel que
sobre ella se juga… y el Estado exigírselo, si fuere necesario, legalmente. De
igual manera que no pueden los sindicatos de trabajadores actuar al margen de
la ley, y están sometidos a rigurosos controles que ya han destapado algunos
graves desafueros.
L. de Guereñu Polán.
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