La
penosa indiferencia, la frivolidad abusiva y la abulia con que se
comportan, afloran las carencias de unos culiparlantes que a sí
mismos se llaman políticos. Se degrada la política entendida como
mecanismo para la convivencia. Ineptos para el dialogo, se aprestan
para lo que mejor hacen, enlodarse en la bronca, dejando de lado lo
que acucia a la sociedad. Es decepcionante que la política sea
perpetuo Campo de Agramante. Maniqueo, extenuante, tacticista, donde
al cinismo se valore como destreza.
A
unos les tienta reducir la política a producto de laboratorio y
diseño de tiralíneas. Algo que vender con sonrisa congelada bajo la
batuta de algún tecnócrata metido a “gurú”, -pero siempre
mercenario al mejor postor-, cuyos “saberes” de probeta
determinan decisiones de repercusiones incalculables.
A
otros su soberbia errática les obnubila, su tozuda ambición les
ciega, y su inmadurez les hace ignorar que gobernar es actuar con la
coherencia que dicta la confianza y con unas normas de obligado
cumplimiento. Y que un gabinete, no es un reino de taifas, ni una
plataforma para improvisaciones y golpes efectistas.
La
política democrática tiene un objeto claro, satisfacer las demandas
colectivas con la mayor amplitud y eficacia. Aportar soluciones y
evitar generar desencuentros. Sus actores deben ser personas
sensatas y con sano juicio. Ni trileros, ni venales o esclavos de
apetencias íntimas. Lamentablemente, ya hemos tenido exceso de
casos.
La
política si es algo, es alma, pasión, arte, compromiso, servicio a
los conciudadanos… Hasta Bismarck era consciente de ello: “La
política, no es ninguna ciencia, sino una arte”. Algo cuya
grandeza se denigra al entenderla como modus vivendi. Como vía a
jugosos estipendios y canonjías, y de acceso relativamente fácil.
En algunos casos escandalosos, incluso vitalicia, merced a la
coaptación de las cúpulas partidarias con la connivencia de las
listas cerradas.
Semeja
que estamos bastante alejados del estado deseable que definía
Platón hace ya muchos siglos presidido por la armonía y felicidad
de sus ciudadanos, partiendo de la felicidad individual, y en el que
el alma de la República, era la educación, como camino que conduce
al verdadero conocimiento.
La
política necesita recuperar su alma. Y transitar la calle… El
ejemplo más próximo lo dio el secretario general de una formación
política descabalgado de su liderazgo por mezquinas maquinaciones
domesticas, que lo retomó derrochando pasión y poniendo convicción
y alma en su travesía del desierto.
En
estas elecciones, que serán las del “relato” y huérfanas, pues
nadie admitirá haberlas engendrado, si se pretende rescatar de la
abstención a una ciudadanía justamente indignada, debe ponerse alma
a la política, mirando a los ojos a los electores y hablando con el
corazón.
Es
la hora de la moderación…De moderar el lenguaje verdulero que
hastía y ofende la inteligencia…De moderar el abandono de lo
capital por lo accesorio. De moderar la sangría salvaje de la
violencia de género…De moderar la brecha social y la erosión de
los derechos políticos y sociales… De moderar que el fascismo
nuevo de cuño viejo, y el integrismo religioso campen impúdicos
sobre la democracia….De moderar los egos estúpidos y el mirar
histérico al ombligo partidario, para ver con preocupación el
depauperado ombligo de la ciudadanía…. Un siempre prudente Abraham
Lincoln recomendaba, “hay momentos en la vida de todo político, en
que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios”
Solo
una política con alma puede animar a la ciudadanía a llenar las
urnas con sus mandatos. Algo que es trascendente, -pese a los que
interesadamente predican al desanimo-, para superar el maléfico
pantano en que están sumergidas la Democracia y España.
*Antonio
Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia
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