sábado, 21 de septiembre de 2019

POLITICA CON ALMA. Antonio Campos Romay*

La penosa indiferencia, la frivolidad abusiva y la abulia con que se comportan, afloran las carencias de unos culiparlantes que a sí mismos se llaman políticos. Se degrada la política entendida como mecanismo para la convivencia. Ineptos para el dialogo, se aprestan para lo que mejor hacen, enlodarse en la bronca, dejando de lado lo que acucia a la sociedad. Es decepcionante que la política sea perpetuo Campo de Agramante. Maniqueo, extenuante, tacticista, donde al cinismo se valore como destreza.
A unos les tienta reducir la política a producto de laboratorio y diseño de tiralíneas. Algo que vender con sonrisa congelada bajo la batuta de algún tecnócrata metido a “gurú”, -pero siempre mercenario al mejor postor-, cuyos “saberes” de probeta determinan decisiones de repercusiones incalculables.
A otros su soberbia errática les obnubila, su tozuda ambición les ciega, y su inmadurez les hace ignorar que gobernar es actuar con la coherencia que dicta la confianza y con unas normas de obligado cumplimiento. Y que un gabinete, no es un reino de taifas, ni una plataforma para improvisaciones y golpes efectistas.
La política democrática tiene un objeto claro, satisfacer las demandas colectivas con la mayor amplitud y eficacia. Aportar soluciones y evitar generar desencuentros. Sus actores deben ser personas sensatas y con sano juicio. Ni trileros, ni venales o esclavos de apetencias íntimas. Lamentablemente, ya hemos tenido exceso de casos.
La política si es algo, es alma, pasión, arte, compromiso, servicio a los conciudadanos… Hasta Bismarck era consciente de ello: “La política, no es ninguna ciencia, sino una arte”. Algo cuya grandeza se denigra al entenderla como modus vivendi. Como vía a jugosos estipendios y canonjías, y de acceso relativamente fácil. En algunos casos escandalosos, incluso vitalicia, merced a la coaptación de las cúpulas partidarias con la connivencia de las listas cerradas.
Semeja que estamos bastante alejados del estado deseable que definía Platón hace ya muchos siglos presidido por la armonía y felicidad de sus ciudadanos, partiendo de la felicidad individual, y en el que el alma de la República, era la educación, como camino que conduce al verdadero conocimiento.
La política necesita recuperar su alma. Y transitar la calle… El ejemplo más próximo lo dio el secretario general de una formación política descabalgado de su liderazgo por mezquinas maquinaciones domesticas, que lo retomó derrochando pasión y poniendo convicción y alma en su travesía del desierto.
En estas elecciones, que serán las del “relato” y huérfanas, pues nadie admitirá haberlas engendrado, si se pretende rescatar de la abstención a una ciudadanía justamente indignada, debe ponerse alma a la política, mirando a los ojos a los electores y hablando con el corazón.
Es la hora de la moderación…De moderar el lenguaje verdulero que hastía y ofende la inteligencia…De moderar el abandono de lo capital por lo accesorio. De moderar la sangría salvaje de la violencia de género…De moderar la brecha social y la erosión de los derechos políticos y sociales… De moderar que el fascismo nuevo de cuño viejo, y el integrismo religioso campen impúdicos sobre la democracia….De moderar los egos estúpidos y el mirar histérico al ombligo partidario, para ver con preocupación el depauperado ombligo de la ciudadanía…. Un siempre prudente Abraham Lincoln recomendaba, “hay momentos en la vida de todo político, en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios”
Solo una política con alma puede animar a la ciudadanía a llenar las urnas con sus mandatos. Algo que es trascendente, -pese a los que interesadamente predican al desanimo-, para superar el maléfico pantano en que están sumergidas la Democracia y España.

*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia

No hay comentarios: