sábado, 28 de septiembre de 2019

LA SERPIENTE DURMIENTE. Antonio Campos Romay*

La historia es terca y repitiéndose muestra que la estupidez humana es incapaz de tomar razón de sus enseñanzas. Cuando el Sr. Torra azuza los CDR estimulándolos a “apretar”, simplemente está comportándose con la misma carencia de empatía hacia la convivencia social que el Sr. Arzalluz cuando ante la violencia se encogía de hombros refugiándose en un impúdico argumento…“para que caigan las nueces, alguien tiene que sacudir el árbol”… Con lo de inhumano que representa pasar por alto a quienes sufrían las consecuencias de tales sacudidas.
Sin poner en tela de juicio el derecho inalienable de abrazar cualquier tipo de posicionamiento político y su defensa en el campo de la democracia, y en consecuencia intentar plasmarlo en la práctica, esto no puede ser coartada para vulnerar el estado de derecho, su ordenamiento constitucional, la división de poderes o las resoluciones judiciales acomodadas a la legalidad y legitimidad democrática.
Cuando la belicosidad en las calles de Euskadi, subió bruscamente el diapasón, el citado Sr. Arzallus con una indulgencia que pudiera asimilarse a tacita complicidad ante los autores de la llamada “kale borroka”, hablaba afablemente de los “chicos de la gasolina”. Semeja difícil no encontrar cierta analogía cuando el Sr. Torrra, el Honorable President cuya honorabilidad queda severamente en entredicho al comportarse desde de la bancada gubernamental como un hooligan, jaleando acciones encaminadas a la violencia y a unos ciudadanos comprometidos por una severa acusación de la que se deriva su detención sin fianza y dos de los cuales han reconocido ya los hechos que se le imputan. Que no son sino proveerse de las substancias apropiadas y fabricar los medios para cometer actos violentos contra la convivencia civil con el uso de explosivos.
Derivar de esto la criminalización de la opción independentista seria un dislate inaceptable. Y una absoluta injusticia no reconocer que tras varios años de movilizaciones colectivas, -en muchos casos masivas-, son escasos o irrelevantes los actos de violencia asociada a ellas. Y desde luego es un teatro obsceno la actuación de una parlamentaria derechista, la Sra. Roldan (Cs), exhibiendo de forma extemporánea y trapacera, una fotografía del salvaje atentando en el cuartel de la Guardia Civil de Vich en un intento de burda e indecente manipulación.
Es muy alarmante que quien debiera poner cordura y sensatez, yugulando con una tajante condena la actuación de grupúsculos o incipientes tramas encaminadas a romper y coaccionar la armonía y la convivencia de forma violenta, se atrinchere en su cobardía moral instrumentando una táctica ramplona, taimada, difamando el estado de derecho. Aplaudiendo y alabando a los encausados como si se tratase de victimas ingenuas e inocentes. Cual si el acopió de planos de objetivos, disponer y elaborar medios explosivos en medio de la más estricta clandestinidad fuese algo encaminado a la organización de un picnic romántico.
Ningún responsable político en su sano juicio, que no cabe dudar es el caso del Sr. Torra, ignora que la espiral diabólica del terrorismo es como la incubación del huevo de la serpiente. A través de su membrana translucida se ve como se forma el reptil, una culebrilla insignificante, que incluso aparenta graciosa. Pero una vez eclosionada y salida del huevo es demasiado tarde y su capacidad nociva crece sin freno. Un monstruo que termina fuera del control de quien lo alimenta creyéndolo útil o manejable para servir sus intereses. Nace una hidra descontrolada que termina retroalimentándose en el dolor y duelo colectivo que puede llegar a generar.
Conociendo nuestra historia próxima, es una infamia extrema alentar o utilizar en el debate político algo que tanto dolor ocasionó en aras de un sórdido puñado de votos, tal como hizo la derecha ultramontana largo tiempo.
Es una intolerable inmoralidad la tibieza, el oportunismo o la ambigüedad en la condena de cualquier brote de violencia organizada que ponga en riesgo la armonía social. Especialmente en el caso de aquellos, que son depositarios de la representación de la ciudadanía.
*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.

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