No es capaz de imponer
el orden para que la economía funcione con normalidad, para que los ciudadanos
caminen libremente por la calle, para que se desarrollen las actividades
cotidianas con un mínimo de seguridad. Me refiero, como se habrá adivinado, a
Cataluña, donde lamentablemente gobierna un grupo de descerebrados.
Se puede ser
independentista y de extrema derecha, pero se pierde toda razón si se recurre a
incendiar, a golpear, a romper, a amenazar, a mantener en vilo a la ciudadanía.
Y esto es válido para el momento actual como para otros en la historia de
nuestro país (y de otros). Se puede explicar (no justificar) que sectores de la
población incendiasen iglesias a lo largo de más de un siglo en España, porque
se identificaba a la Iglesia con los poderosos. Esto es enmarcar en su contexto
histórico sucesos lamentables. Pero en Cataluña no se dan las circunstancias
del siglo XIX ni de la II República española. En Cataluña los que incendian,
amenazan y apedrean son, en parte, niños de papá, jóvenes que gozan de un
estatus privilegiado en relación a otros andaluces, extremeños o gallegos.
Los partidos
independentistas están perdidos, no sabían nada de la historia y no saben
gestionar su país. Hay otros incendiarios (dialécticamente) en el conjunto de
España, que constituyen la derecha española de siempre.
Pero lo que es cierto
es que el Estado no es capaz de garantizar el orden, ni de defender eficazmente
a los ciudadanos trabajadores, y sucumbe, en buena medida, ante una minoría,
aunque muy numerosa, de gamberros (no de radicales, que es otra cosa). Sé que es
muy difícil tomar decisiones de orden público cuando en Cataluña las cosas
están tan delicadamente pendientes de un hilo. Comprendo al Gobierno de la
nación en su actitud prudente, pero me reafirmo en que el Estado no es capaz de
hacer frente a una situación como la que vivimos. Como no es capaz el Estado
chino –por ahora- antes de que tome las medidas que me temo no tendrán nada de
democráticas. La situación en Hong-Kong y en Cataluña no tienen parecido
alguno, aunque ambas deben ser estudiadas en el futuro con calma.
La historia
institucional de Cataluña en los últimos años es muy penosa: un president está acusado de ladrón en gran
cuantía, otro ha incendiado el país por un quítame allá esas pajas, además de
estar incurso en varios delitos, entre ellos el de cobrar el 3%, por lo menos,
a empresas para financiar a su partido; otro está huido de la Justicia y el de
ahora es un bufón desaprovechado para la comedia, como ha dicho algún periodista.
Un irresponsable en toda regla.
¿Qué hacer? ¿Mayor
contundencia por parte de las fuerzas del orden con el riesgo de heridos o
muertos? No parece valga la pena. ¿Mayor número de agentes del orden en
Cataluña? Aunque esto solucionase el problema de la violencia ¿cómo atajar la
ocupación de aeropuertos, autopistas, calles y ciudades? Porque todo ello afecta a
enfermos, a transportistas, a sanitarios, a trabajadores en general que tienen
sus ritmos, sus obligaciones, sus compromisos. Lo de Cataluña no son
manifestaciones, son acciones de desprecio a la mayoría de la población.
El Estado es incapaz y
es una lástima, por lo que debiera pensarse, en el futuro, en fórmulas que den
solución a situaciones tan absurdas, pero reales, como la presente en Cataluña.
Un país rico en términos europeos, unos dirigentes egoístas y ciegos ante
ciertas consignas paranoicas, una población dividida y un Estado incapaz. Por
ahora, esto es lo que tenemos.
L. de Guereñu Polán.
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