viernes, 18 de octubre de 2019

El Estado es incapaz


No es capaz de imponer el orden para que la economía funcione con normalidad, para que los ciudadanos caminen libremente por la calle, para que se desarrollen las actividades cotidianas con un mínimo de seguridad. Me refiero, como se habrá adivinado, a Cataluña, donde lamentablemente gobierna un grupo de descerebrados.

Se puede ser independentista y de extrema derecha, pero se pierde toda razón si se recurre a incendiar, a golpear, a romper, a amenazar, a mantener en vilo a la ciudadanía. Y esto es válido para el momento actual como para otros en la historia de nuestro país (y de otros). Se puede explicar (no justificar) que sectores de la población incendiasen iglesias a lo largo de más de un siglo en España, porque se identificaba a la Iglesia con los poderosos. Esto es enmarcar en su contexto histórico sucesos lamentables. Pero en Cataluña no se dan las circunstancias del siglo XIX ni de la II República española. En Cataluña los que incendian, amenazan y apedrean son, en parte, niños de papá, jóvenes que gozan de un estatus privilegiado en relación a otros andaluces, extremeños o gallegos.

Los partidos independentistas están perdidos, no sabían nada de la historia y no saben gestionar su país. Hay otros incendiarios (dialécticamente) en el conjunto de España, que constituyen la derecha española de siempre.

Pero lo que es cierto es que el Estado no es capaz de garantizar el orden, ni de defender eficazmente a los ciudadanos trabajadores, y sucumbe, en buena medida, ante una minoría, aunque muy numerosa, de gamberros (no de radicales, que es otra cosa). Sé que es muy difícil tomar decisiones de orden público cuando en Cataluña las cosas están tan delicadamente pendientes de un hilo. Comprendo al Gobierno de la nación en su actitud prudente, pero me reafirmo en que el Estado no es capaz de hacer frente a una situación como la que vivimos. Como no es capaz el Estado chino –por ahora- antes de que tome las medidas que me temo no tendrán nada de democráticas. La situación en Hong-Kong y en Cataluña no tienen parecido alguno, aunque ambas deben ser estudiadas en el futuro con calma.

La historia institucional de Cataluña en los últimos años es muy penosa: un president está acusado de ladrón en gran cuantía, otro ha incendiado el país por un quítame allá esas pajas, además de estar incurso en varios delitos, entre ellos el de cobrar el 3%, por lo menos, a empresas para financiar a su partido; otro está huido de la Justicia y el de ahora es un bufón desaprovechado para la comedia, como ha dicho algún periodista. Un irresponsable en toda regla.

¿Qué hacer? ¿Mayor contundencia por parte de las fuerzas del orden con el riesgo de heridos o muertos? No parece valga la pena. ¿Mayor número de agentes del orden en Cataluña? Aunque esto solucionase el problema de la violencia ¿cómo atajar la ocupación de aeropuertos, autopistas, calles  y ciudades? Porque todo ello afecta a enfermos, a transportistas, a sanitarios, a trabajadores en general que tienen sus ritmos, sus obligaciones, sus compromisos. Lo de Cataluña no son manifestaciones, son acciones de desprecio a la mayoría de la población.

El Estado es incapaz y es una lástima, por lo que debiera pensarse, en el futuro, en fórmulas que den solución a situaciones tan absurdas, pero reales, como la presente en Cataluña. Un país rico en términos europeos, unos dirigentes egoístas y ciegos ante ciertas consignas paranoicas, una población dividida y un Estado incapaz. Por ahora, esto es lo que tenemos.

L. de Guereñu Polán.

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